Admito con plena sinceridad que lo redactado en este texto hace parte de la realidad y en él no tiene cabida la ficción, escribo y comparto este doloroso y repugnante episodio porque siento esa necesidad inmensa de contarlo, es de esas cosas que dejan un taco en la garganta, algo tan incómodo que uno descansa sólo cuando lo cuenta. Antes de empezar mi relato quiero advertir que muchas horas de mi vida las he dedicado a la formación de docentes en diferentes facultades de educación y, aunque disfruto lo que hago, no puedo negar que en ocasiones siento que la sociedad poco o nada está avanzado en términos educativos, cómo negar que la labor docente es menospreciada,  poco valorada y muy cuestionada por algunos padres de familia que sólo atinan a criticar y criticar todo lo que la escuela hace o propone. Lo más fácil es decir que la escuela no sirve y que los profesores son malos.

Hace pocos días en un curso de Antropología Pedagógica, disertábamos sobre la necesidad eminente de la familia en el acompañamiento escolar, en medio de opiniones y aportes una de mis estudiantes, con voz pausada y tranquila, empezó su relato, relato que terminó en medio de llantos y sollozos. Nos contó que a su salón de clase (transición) llegó un niño de seis años desorganizadito, sin bañarse y con su mirada retraída y esquiva, percatada del asunto, ella, llevó al niño a un lugar lejos de los demás para indagar el por qué de su presentación personal y su estado de ánimo, vaya sorpresa cuando notó que una de esas inocentes y diminutas manos empuñaba un pucho de marihuana, al preguntarle de dónde lo había sacado, éste no vaciló en mostrar que en el bolsillo de su corto pantalón tenía otros más, los cuales había recogido del suelo de la habitación de su madre.

El niño, en medio de su ingenuidad, pero con precisión y detalles, empezó a contar lo sucedido, adujo que la noche anterior su madre compartía la cama con una amiga tomando licor y fumando marihuana, ambas estaban desnudas. Rato después, seguía contando el niño, llegó un amigo de la mamá quien se  metió a la cama en las mismas condiciones para hacer lo mismo que ellas hacían. Ante el trasnocho de la madre, el niño tuvo que dormir solo y al día siguiente una tía lo despachó para la escuela. Más detalles no cuento por respeto a mis lectores, pero, no lo niego, sentí ganas de llorar.  Terminado tan triste relato, el aula de clase quedó en un silencio sepulcral, nadie quería opinar, las palabras y las ideas rehusaban entrar a clase, recuerdo que otra estudiante atinó a preguntar, ¿cómo sacar estos niños adelante sino tenemos apoyo de las familias?

En este orden de ideas, hace pocos días, la columnista del periódico El Colombiano, Elbacé Restrepo, en su columna dominical titulada: “No ayudan, pero si entorpecen”, haciendo alusión a los padres de familia decía que “…algunos por falta de tiempo, muy cuestionable, y otros por falta de interés, muy lamentable”, no están pendientes del desempeño escolar de sus hijos. Continua la columnista diciendo que, “… la soledad de los niños es proporcional a la de sus maestros: Ni los unos ni los otros encuentran apoyo real y efectivo en las familias para ayudar a formar niños felices, aterrizados, respetuosos de las normas, capaces de asumir sus responsabilidades, de controlar sus impulsos y de vivir en comunidad sin traumatismos. Y no es cuestión de estrato, es falta de compromiso, que no ayuda, pero si entorpece”.

Sé que no acabo de descubrir el agua tibia, pero mi humilde experiencia en temas educativos me lleva a asegurar que existen padres de familia, quienes creen, o mejor están convencidos que las instituciones educativas son centros de acompañamiento y entretención para sus hijos mientras  ellos cumplen su jornada laboral o atienden sus oficios domésticos. Se olvidaron que el niño va a la escuela a aprender, pero debe venir educado de la casa; a lo anterior se suma que hay progenitores, con capacidades económicas, que pagan colegios y universidades costosas buscando estatus social sin importar dónde y con quien andan sus hijos. Obvio que no son todos, pero muchos de los ocupados padres de familia, ausentes de la escuela hoy, la critican y hablan mal de la educación. Papás, mamás no critiquen tanto, no hablen mal del colegio o institución donde se están preparando sus hijos, no le echen leña al fuego, sabemos que en Colombia el sistema educativo no es el mejor, pero dejemos esa actitud negativa, nociva y criticona, volvámonos todos propositivos y positivos, halemos para el mismo lado, si alguna profesión merece respeto y apoyo es y será la profesión docente.

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Redacción Minuto30

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