Desde hace más de un lustro los colombianos vemos impávidos el éxodo masivo de venezolanos a causa de la crisis política y económica que vive el país vecino. En un inicio, veíamos esta problemática desde la comodidad de nuestro hogar, pero hoy en día, desde cualquier sitio de las urbes en las que habitamos podemos ser fieles testigos de este fenómeno que no solo afecta a Venezuela, sino a toda América Latina.

Al montar en transporte público, visitar un centro comercial o al caminar por calles muy concurridas (como por ejemplo, en Bogotá, la Calle 85 o la Carrera Séptima) podemos evidenciar la magnitud de esta problemática. Cada vez son más los venezolanos que se ven desamparados en las calles, esto los convierte en personas muy vulnerables a enfermedades que pueden mutar en una seria pandemia o en una infección viral, con el agravante de que la salud en Colombia no está pasando por su mejor momento.

Sin embargo, la problemática de la diáspora de ciudadanos bolivarianos no es algo que ocurre desde hace 5 años, es algo que ha ido aumentando gradualmente desde hace más de dos décadas; data desde el posicionamiento del gobierno chavista y el establecimiento de políticas comunistas que no permitían el desarrollo económico, social ni industrial en ese país. Hoy en día, este “boom” de migrantes desde el vecino país, se ha convertido en la ola de migración más grande en la historia de Colombia. La Universidad Simón Bolivar promulgó un estudio, en el cual se afirmaba que el total de migrantes venezolanos que se encuentran hoy en día en Colombia, representan el 1,8% de la población total del país, y según Migración Colombia, residen en el país más de 1’260.564 personas que migraron desde ese país.

Gran porcentaje de esas 1’260.564 personas realizan un trazado migratorio digno de admirar: muchos parten desde el puente Simón Bolivar en la frontera con Cúcuta (sin contar el recorrido que realizan dentro de su país natal para llegar a ese punto) y desde ese lugar, se rebuscan la manera de llegar a su destino (muchos anhelan llegar a una ciudad como Bogotá, Cali o Medellín y los más ambiciosos, piensan en cruzar por completo el país para llegar a otras naciones como Ecuador o Chile), pidiendo aventones, trabajando para pagar un pasaje o en el peor de los casos, realizando una larga caminata de cientos de kilómetros en la que duran días e incluso semanas.

Este viaje, inimaginable para muchos, es una realidad para los venezolanos que deciden migrar a buscar mejor calidad de vida, aunque según un informe de la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios: de las personas que deciden hacer esta travesía un 85% no tiene dinero, menos del 50% no cuenta con agua potable, solo un 15% posee alimentos y solo un 2% posee recursos suficientes para pagar un hospedaje en los sitios a los que vayan arribando. Hacen este viaje con la ilusión de mejorar su vida, pero sin duda alguna, esta caminata es un desafío en el que muchas personas pueden desfallecer dejando a un lado esa ilusión, aun así los mueve el hecho de pensar en qué en el extranjero estarán mejor que en su país natal.

Los riesgos de este viaje, más allá de la caminata en sí y de las consecuencias obvias como ampollas en los pies y un cansancio inconcebible, desembocan en una amplia posibilidad de contagiarse enfermedades de todo tipo. Por ejemplo, es muy común que los migrantes venezolanos que realizan estas caminatas contraigan problemas en su sistema respiratorio, a causa de los cambios bruscos de temperatura y de las noches a la intemperie. Además de enfermedades respiratorias, pueden contraer enfermedades de transmisión sexual o enfermedades infecciosas o patógenas graves debido al ambiente hostil en el que se encuentran.

La salud de los migrantes venezolanos es un tema que se debe tener en primer plano en cuanto a las prioridades del gobierno, puesto que, las autoridades no saben realmente en qué condiciones de salud ingresan estas personas a nuestras ciudades. Debido a que la llamada “patología importada” que traen las personas que arriban a Colombia, es un claro reflejo de la condición de salud de su país de las condiciones en las que llegaron al nuestro. Podemos tomar como ejemplo un estudio realizado en el municipio español de Mataró, mediante el cual se descubrió que el 33% de los inmigrantes provenientes de África tenían enfermedades que podían ser contagiadas a ciudadanos españoles. No es cuestión de discriminar a los venezolanos, sino de identificar la problemática, estudiarla y comenzar a buscar soluciones.

Este descuido al chequeo de la salud de los migrantes puede representar un gran riesgo para los recién llegados que estén desarrollando alguna enfermedad y no lo sepan, o más grave aún, para los nacionales de a pie que pueden llegar a contagiarse de alguna especie de virus derivado de las condiciones en las que llegaron estas personas hasta las ciudades. Lugares como el transporte público siempre han sido el ambiente idóneo para la transmisión de agentes patógenos, hoy en día, se debe tener mucho más en cuenta esto, para evitar una catástrofe de sanidad a futuro y para contrarrestar y ayudar a las personas provenientes de la que sin duda alguna es la ola de migración más grande nunca antes vista en América Latina.

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Redacción Minuto30

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