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No es la misma…

Por: Carlos Mario Cortés Rincón

No es la misma…

Resumen: Un reencuentro con la tierra natal genera una ola de emociones encontradas. Una conversación con una mujer que regresó a Medellín después de 23 años nos transporta a un viaje nostálgico a través de los versos de Porfirio Barba Jacob y la búsqueda de lo que perdura y lo que cambia en el paso del tiempo.

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La semana pasada, tuve la oportunidad de conversar con alguien que hace pocos días llegó de Europa, España, después de 23 años de haberse ido de la ciudad. Compartí con ella un almuerzo y, empezó a contarme la cantidad de sentimientos revueltos que tuvo cuando el avión sobrevolaba Medellín.

Según su relato, no pudo evitar ni ocultar sus lágrimas al ver el sol posarse sobre estas montañas. Después de un leve silencio, empezó a contarme acerca de la cantidad de cosas que encontró cambiadas después de tantos años de ausencia. Mirándola fijamente a los ojos y escuchando la angustia que brotaba de sus entrañas, llegó a mi mente el poeta Porfirio Barba Jacob y su poesía, “Parábola del Retorno”, “Señora buenos días, señor, muy buenos días… decidme, ¿es esta granja la qué fue de Ricard? ¿No estuvo recatada bajo frondas umbrías? ¿No tuvo un naranjero, y un sauce, y un palmar? El viejo huertecito de perfumadas grutas donde íbamos… donde iban los niños a jugar, ¿no tiene ahora nidos y pájaros y frutas? Señora, ¿y quién recoge los gajos del pomar?” Le recité de memoria este fragmento y seguimos almorzando en medio de tantos recuerdos.

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Ante un universo de preguntas que ella me había hecho, acerca de la ciudad, le dije que hace más de veinte años los barrios eran sinónimo de convivencia, solidaridad y buenas prácticas sociales, en ellos se percibía la alegría entre quienes allí habitaban. En tiempos pretéritos los vecinos se conocían y se respetaban mutuamente compartiendo tristezas y alegrías, pero, imposible negar que la palabra vecino es hoy un vocablo en vía de extinción; las nuevas generaciones hablan de copropietarios, no de vecinos. Con relación al barrio estuvimos de acuerdo en decir que este era un espacio ideal donde todos nos sentíamos seguros y acompañados, jugando en las calles hasta bien entrada la noche. ¡Ah!, otrora nadie se creía dueño de ningún espacio, todo era comunitario y por ende cuidado por todos. Hoy, algunos barrios, no todos, son hostiles y agresivos y, lo peor tienen dueño.

En los últimos días se vienen haciendo denuncias acerca del ruido ensordecedor que se está viviendo en la ciudad. “Medellín está sumida en una crisis de ruido. De acuerdo con los datos del Área Metropolitana del Valle de Aburrá, de los 626 barrios que tiene el distrito y los otros nueve municipios que hacen parte de la región metropolitana, solamente 74 cumplen con los indicadores de contaminación acústica; es decir, que el 88 % de la ciudad tiene problemas de ruido”. (El Colombiano, septiembre 2 de 2024). “Casi 250 barrios en Medellín están contaminados por el ruido. El 88% del territorio habitado del Valle de Aburrá tiene algún grado de contaminación acústica. La crisis de ruido es una realidad que está causando desplazamientos, enfermedades y graves problemas de convivencia”. (ídem) Sin compasión alguna, no falta el desadaptado social que creyéndose dueño del barrio y entrando en la moda del ruido, pone los bafles en el antejardín o acera y, sin importar el día o la hora prende el festín a sabiendas que en el sector habitan niños, ancianos o enfermos que necesitan reposar.  Lo inverosímil de todo esto es que mientras los bafles retumban, otros pretenden estudiar, preparar clases, leer o escribir, pero la estridencia hace abortar sus ideas impidiendo la concentración. “No podemos negar el desorden ciudadano”, dije a mi compañera de viandas, quien cada vez se quedaba más perpleja añorando la ciudad de antaño.

En términos sociológicos estuvimos de acuerdo en que existen diferentes formas de medirle el pulso a la sociedad, si se desea saber que tan rica es una determinada población, se debe recorrer la zona de tolerancia o prostitución, si las prostitutas son feas, no hay duda de que el pueblo es pobre, pero, si son bonitas, ese pueblo es rico. Políticamente, para saber que tan corrupto es un país, basta con analizar su Constitución, si es corta y concisa, el pueblo es equilibrado y vive bien, pero si es larga como la de Colombia (380 artículos), el pueblo es corrupto y tramposo. Ahora, una forma sencilla de percibir y comprobar cómo crece el ruido día a día, es ver y analizar los trasteos o mudanzas que circundan la ciudad, lo primero que bajan del camión es el equipo de sonido.

Con facilidad, la gente va demostrando lo poco preparada que está para vivir en comunidad, con normas de convivencia; el desprecio que muestran por el otro, la indiferencia y la falta de cortesía son sinónimo de una mala educación; los gritos y las palabras vulgares, resuenan por todos lados, pareciera que nadie respeta a nadie. En una ciudad como Medellín, y otras más de este hermoso país, hacinadas y, porque no, desorganizadas, se necesita gente amable y cordial que rescate el respeto por el otro y ayude a construir una cultura ciudadana, donde todos se sientan respetados como personas y no como habitantes del apartamento 1307. La ciudad no es la misma, eso concluimos después de otra taza de café y muchos temas más por analizar.

“Dicen que el silencio lo vuelve a uno loco.
Lo que lo vuelve a uno loco es el ruido”

Manuel Mejía Vallejo

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