Una de las críticas que se le suele hacer a la democracia es la falta de preparación del soberano, es decir del pueblo, a diferencia de la Monarquía o de la Aristocracia donde quien se denomina soberano se prepara para tomar el poder, la democracia parte de estándares muy altos que difícilmente llegan a cubrir los ciudadanos, algunos por dificultades económicas no acceden a esta formación, pero en su gran mayoría me atrevería a decir que ni siquiera buscan hacerlo aun teniendo oportunidades.

Es el caso típico de aquel que con aire de superioridad se ufana de ser apolítico, de no gustarle la política o de no querer saber nada de ello; justamente allí es donde empiezan los problemas de la democracia, lo más paradójico es que no es raro encontrar este tipo de ciudadanos en ámbitos que se precian de una alta intelectualidad. Pero tampoco hace algo mejor aquel que se deja llevar por pasiones y cree tener las respuestas verdaderas y absolutas a todas las preguntas sin siquiera haberse detenido a estudiar, el poder elegir y ser elegido lo entiende como si la política fuera algo tan sencillo que ni siquiera ameritara tener conocimientos sobre ella, el Estado, las organizaciones, etc… para él normalmente todo es malo y nada sirve, es común encontrarnos personajes de este perfil en cafeterías.

Pero hay un tercer tipo de ciudadanos mal formados que a pesar de su supuesto compromiso se comportan como menores de edad, en términos kantianos no son capaces de pensar por sí mismos y asumir responsabilidades aunque lleven en su billetera una cedula. Son aquellos que necesitan los mesianismos políticos, los salvadores y que no son capaces de reflexionar y hacerse cargo de sus elecciones, siempre será más fácil tomar las decisiones porque otro me dijo, para después despojarse de la culpa cuando las cosas no salen bien, la salida suele ser decir que lo engañaron, que confió y le fallaron o que sencillamente los políticos son muy malos.

Esa actitud de menor de edad, la ilustraba muy bien en estos días uno de mis colegas, el politólogo Juan Esteban Uribe, en un comentario en su muro de Facebook, cuando advertía “Decir yo voto por el que diga Uribe, es lo mismo que decir, yo no voto por el que diga Uribe” y agregaba sabiamente “¡ambas posturas sesgadas y sin criterio!”.

Quienes somos estudiosos de las Ciencias Políticas sabemos que no es conveniente declararse seguidor ciego de nadie, no hay candidato perfecto y todos se equivocan (son humanos), sería un insulto a la profesión renunciar a la capacidad crítica y analítica que todo buen politólogo debe tener, pero que también debe acompañar al buen ciudadano. De la misma manera que Juan Gossain decía “ni Santistas, ni Uribistas, ¡Periodistas!” también los ciudadanos y especialmente quienes somos politólogos debiéramos sumarnos a ese clamor.

Un clamor que debe llevar a una postura ética, es imperante pensar la realidad colombiana más allá de dos personas, porque ellas no lo agotan; pero también es importante que no anulemos esos liderazgos aunque no los compartamos, porque ellos también son ciudadanos. Cuando nos daremos cuenta que el problema no está en que alguien brille, el problema está en quien se deja obnubilar por esa luz y como si fuera poco siente que no tiene la fuerza para brillar con luz propia. El problema real está en el ciudadano y su falta de cultura política.

Ahora bien, también deberíamos dejar el vicio insultante de estar etiquetando a la gente y peor aun censurándola a causa de ello, o amenazándola que es el caso extremo; etiquetas que además se las suele asignar sin preguntar, solo con la interpretación a veces muy amañada de quien lee o escucha. Seamos claros, en una democracia cada uno tiene el legítimo derecho de tener sus posturas y defenderlas, como también existe el legítimo derecho a discrepar. Lo importante sería centrarnos en discutir las ideas sin agredir a las personas, mal haríamos también en obligarnos a declararnos neutrales y ver todo desde la barrera como si la realidad no nos afectara.

Asumir posiciones también es ético, y es justamente lo que permite el diálogo. Lo que hay que evitar a toda costa es caer en fanatismos, porque terminaríamos eliminado al otro… por ello se dice que en la democracia no debe existir esa relación de amigo-enemigo.

Por último, digamos que la falta de cultura política está ligada a la incapacidad de escucha y diálogo por parte de muchos. Un problema que algunos, como el Dr. Francisco Occihuzzi han traducido en términos de enfermedad como la “diarrea mental” sumada a la “hipoacusia interlocutoria”, hablar y hablar y hablar sin escuchar nada.

Bien podríamos decir que parte de nuestra mala comunicación tiene que ver con que cuando nos hablan oímos más para responder que para entender aquello que se nos dice, o que cuando leemos no dejamos hablar al autor, porque queremos que diga lo que nos gustaría escuchar. Sin duda este es uno de los grandes problemas que tiene Colombia y que padecemos con mayor rigor quienes asumimos el riesgo de comunicar ideas, muy especialmente en el campo de la política.

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Redacción Minuto30

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