Hago parte de la tertulia Transformar País, una de tantas en el medio, multiplicadas por la pandemia, disculpa para el encuentro de los amigos alrededor de los temas que no faltan como expresión de una realidad en constante ebullición, incitadora del que hacer y del que pensar. La amistad y las ganas de aportar nos juntan.

Luis Fernando Londoño, coordinador del grupo, puso sobre la mesa el siguiente tema: No hay mejor manera para sacar de la pobreza a 21 millones de colombianos que lograr un crecimiento del PIB más allá del 6%. Y de una manera sostenida por unos 10 años. Así, con una torta más grande habrá más para repartir.

En síntesis, en Colombia no necesitamos 5 super super ricos (cacaos) sino 50, no necesitamos 500 grandes empresarios sino 5.000, no 5.000 PYMES sino 50.000 produciendo y exportando. Esta torta se reparte con base en los impuestos de los colombianos y de transferencias, (algunas de ellas a manera de subsidios) o transferencias directas del Estado central. O sea: primero torta grande. Segundo repartir y tercero cómo se hará la repartición.

Interesante el planteamiento. La discusión condujo a que el primer punto debe ser el que aparece de tercero –cómo se hace la repartición de la torta- y no simplemente crecer la torta. Cuestión del modelo de desarrollo.

Esa tónica siempre ha sido la prioridad en el país (crecer la torta), pero sin inclusión social. Es la diferencia entre crecimiento económico y desarrollo económico, que para Gispert (1972), es «Aquel cuyo objetivo básico consistiera en utilizar los recursos naturales para la satisfacción de las necesidades del hombre, asegurando al mismo tiempo la mejora de la calidad de vida de las generaciones actuales y futuras»; para el novel de economía Amartya Sen «Es básicamente un proceso de vida que permite contar con alternativas u opciones de selección para las personas», y según Prebish, «No es un mero aumentar de lo que hoy existe sino un proceso de intensos cambios estructurales».

Las altas cifras de pobreza y desigualdad, patrimonio nacional desde mucho antes de la pandemia, se explican porque el modelo económico vigente tiende a favorecer a los más ricos, muy pocos, mientras las grandes mayorías sufren por las múltiples carencias. Carecemos de un modelo pro pobre y pro equidad.

No ha habido voluntad política y económica para repartir mejor el crecimiento, porque los agentes dominantes son los mismos: las élites políticas y económicas, con sus complicidades y cruces de intereses. Otro problema estructural de fondo, es el carácter primario o extractivista del modelo.

El primario – condicionado por minerales y materias primas- es un sector que no genera valor agregado, como si ocurre con el secundario o transformador, aunado a la primacía actual de las importaciones, muy por encima de las exportaciones. Compramos más que lo que vendemos.

Resultado: una balanza comercial recurrentemente negativa o deficitaria, hueco que de alguna manera hay que llenar y el primer recurso, es la deuda. No somos competitivos y poco productivos, en lo que tiene que ver el rezago tecnológico acumulado.

El modelo genera muy pocos y precarios empleos y salarios. Hay que reindustrializar a Colombia, a partir de las oportunidades propias de la tecnología, la innovación y el conocimiento; desarrollar un capitalismo más moderno, sin las atrofias semifeudales que en pleno siglo XXI conservamos como herencia colonial.

Lo que ocurre con la propiedad y aprovechamiento de la tierra, es una muestra. Las economías de bienestar, son un buen faro. De resto sería conservar el actual statu quo, para seguir en las mismas. Reto para 2022.

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Redacción Minuto30

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