Tengo claro que hace más de quinientos años terminó el Medioevo, llegó la Modernidad y luego vino la Posmodernidad como lo dijo Jean-François Lyotard, no entiendo entonces el comportamiento de algunos que creen estar viviendo aún bajo el Régimen de Cristiandad Medieval, donde la iglesia quemaba brujas, duendes y hechiceros.

Eran los tiempos en que el clero dominaba y determinaba la diferencia entre lo bueno y lo malo, fue así como en el año 380 d.C. el emperador Teodosio, mediante el Edicto de Tesalónica, decretó que el cristianismo sería la religión exclusiva del Imperio Romano, por lo tanto, todo rito diferente a la cristiandad era considerado pagano.

Los primeros en convertirse fueron los ciudadanos romanos, no así los campesinos, es por esto que el término pagano, del latín “paganus”, significa aldeano, labrador, agricultor, refiriéndose a aquellos que desobedeciendo la iglesia continuaron con ritos y ceremonias ancestrales, demostrando que el ser humano no cree ni adora por decreto sino por devoción y tradición.

Con el paso del tiempo, la iglesia, aprovechando algunas fiestas (paganas) que los campesinos se negaban a dejar, las convirtió en celebraciones católicas, algunos teóricos hablan de un sincretismo religioso, es decir, la combinación de coherencias sustanciales que dan forma a nuevos ritos o ceremonias. Es el caso de la fiesta pagana dedicada al dios Mitra (diciembre 25), convertida hoy en la Navidad, la fiesta de los Lupercales (febrero 14) dedicada al dios Fauno, hoy San Valentín, y los ritos que hacían los indígenas mexicanos (noviembre 1°), llevando comida y flores a los muertos, se convirtió en el Día de todos los Santos.

El caso del Halloween, fiesta del pueblo Celta, celebrada los 31 de octubre con luces, comida y disfraces, para despedir el año, el papa Gregorio IV la declaró “Víspera de todos los Santos”.  Es el momento de leer, analizar e investigar de donde viene nuestra cultura y dejar a un lado juicios y prejuicios frente a algunas celebraciones. Primero leer, después opinar.

Alejado de todo convencionalismo y prevención, esta semana recordaba mi niñez, concretamente la fiesta del niño como la llamábamos en la escuela, recordé que, por las calles polvorientas de los barrios empinados de la ciudad, desfilaban montones de niños con los más insólitos, curiosos y llamativos disfraces, la creatividad desbordaba todo límite, de cualquier trapo, papel, o cartón, salían los más vistosos vestuarios, máscaras y accesorios raros.

Los pequeños tomaban prestado del escaparate del abuelo un saco grande con su respectivo pantalón para rellenarlo de trapos y quedar disfrazado de viejito, era un orgullo disfrazarse de anciano con joroba y bastón. El derroche de inventiva e imaginación transformaba el papel globo de surtidos colores, en el disfraz de indio; la niña sacándole jugo a su vestido de primera comunión se vestía de reina, hada o princesa; otras con una pañoleta, aretes grandes y una falda de la mamá quedaban como auténticas gitanas. Los campesinos, los rockeros, bobos y mendigos no podían faltar.  La verdad era muy poco el dinero que había que invertir para disfrutar del Halloween, satanizado hoy por algunos como la noche de las brujas.

Era común el aguacero en la tarde-noche, esperábamos a que amainara la lluvia para seguir desfilando y pidiendo dulces de todos los tamaños, marcas, colores y sabores. ¡Ah!, aquel que no nos diera dulces era amenazado con el famoso estribillo desafiante que sentenciaba el crecimiento de su nariz.

Qué bueno revivir aquellas fiestas de Halloween donde sin vergüenza, prevenciones o reparos nos disfrazábamos de la cotidianidad y nadie se sentía ridiculizado ni ofendido.  Ahora, los bobos se volvieron avispados, los campesinos poco se ven en la ciudad, las gitanas siguieron su camino y los ancianos se mueren por falta de garantías, las nuevas generaciones deberían tener más creatividad para disfrazarse, lastimosamente su cotidianidad es otra, entonces los personajes actuales más sonados son los corruptos, pero, mejor no disfrazarse de corrupto, eso es muy feo, los mejores disfraces hoy son los de concejal, diputado, alcalde, gobernador, magistrado, juez, contralor, fiscal o procurador, solo es ponerse un cachaco, una corbata y no hacer nada.

Pensándolo bien, yo creo que no sería bueno disfrazar los niños de políticos, que tal que se les peguen las malas mañas. ¡Qué carajos!, sea el disfraz que sea, permitamos que los niños gocen, griten y rían, dejemos a un lado esas teorías satánicas y perversas que solo crean mal ambiente, con toda seguridad por la mente de los niños que salen a pedir dulces no pasa la más mínima idea del mal, el mal solo habita en las mentes depravadas, infames y corruptas. Primero leer, después opinar.

P.D., otrora los disfraces tenían el sello de mamá, hoy vienen con códigos de barras y marquillas del almacén.

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Redacción Minuto30

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