La política se ha convertido, diría yo con más ímpetu en este siglo XXI, en una actividad que, siendo por muchos tan aborrecida como desconocida, depende de las pasiones con las que un ciudadano del común (exceptuando aquellos que hacen parte de movimientos políticos), quiera no solo analizar una determinada situación, sino además decidir su apoyo a un político o a un movimiento determinado.

Nos dejamos llevar en muchas ocasiones por esos apasionamientos, muy pocas veces objetivos, para darle un apoyo o un rechazo irrestricto, casi divino, a quien ejerce una labor que no todos entienden. Una labor de la que pocos reconocen la enorme incidencia que puede tener en nuestra cotidianidad, afectando de manera, a veces imperceptible y silenciosa, nuestra vida en el momento que toman decisiones, pero con incidencias de gran magnitud en el mediano y corto plazo.

Tal vez porque estamos viviendo en mundo donde los sentimientos se están imponiendo a los hechos reales, es que muchos politiqueros han encontrado en “echar cuentos” a lo novela en horario estelar, su manera de convencer incautos e ingenuos. Estos personajes apelan en la mayoría de las ocasiones a la bondad de la gente, para posicionarse como aquellos héroes que, y después de un centenar de capítulos, logran demostrar que avanzaron en su vida pese a un sinnúmero de dificultades.

¿Y es que a quién no le gustan las historias de superación?,¿a quién le molesta que una persona de extracción humilde, del “pueblo”, sea capaz de llegar a lo más alto de la sociedad?, particularmente a nadie. Sin embargo, el problema que tenemos en la política es que romantizar este tipo de situaciones ha permitido que tengamos hoy en día criminales de lesa humanidad legislando en el Congreso quienes además posan como faros morales para muchas personas.

Lo anterior se ha facilitado principalmente por dos circunstancias: tenemos una sociedad que ha venido perdiendo el rumbo, por cuenta de personas que, por dificultades de tipo social o económico, se encuentran resentidas y rotas por dentro; y una segunda por personajes que establecen narrativas que terminan creyendo reales, por ser cuentos bien echados, como aquel famoso de “la paz”.

Y estos cuentos bien echados apelan entre otras cosas a la manipulación del lenguaje visual, verbal o escrito, y con ello establecen historias que para las personas del común son tan atractivas, que les amerita darles su respaldo. Que “no soy ni de izquierda, ni de derecha”, que “somos independientes”, que “recuperamos 4.2 billones en Hidroituango”, que “dieron un golpe de estado en Medellín” y la más peligrosa para estos momentos que “llamamos a la resistencia civil” para que no se detenga la “construcción de la Medellín futuro”.

Queda claro que Daniel Quintero Calle y su combo, sí son de una tendencia política peligrosa y radical, que, si leemos la historia, no sólo ha saqueado y arruinado naciones tan ricas como Venezuela, sino también ha producido dolor y miseria en millones de personas. Él, un lobo con piel de oveja logró engañar personas que incluso lo ayudaron a montar como alcalde, personas que siendo parte de esos 304 mil votos con los que aún chicanea, hoy se arrepienten por haber sido tan ¿confiadas? Pero él, ante esta situación y siendo Medellín una ciudad de mayoría centro derecha, continúa pregonando a diestra y siniestra que todos aquellos que votaron por él siguen respaldándolo; ¿será que por tan impresionante respaldo ciudadano fue necesario que celebrara que le hayan puesto el freno de mano a la revocatoria? Y es claro que su independencia no es tal, al tener no solamente a su más selecto grupo de lavaperros y aduladores en el Pacto Histérico, sino al recibir, además, y después de su merecida suspensión, el apoyo en especie por parte del señor de las bolsas.

Ahora bien, es claro que no fue él quien recuperó los dineros de Hidroituango: fueron estos recuperados gracias a una reclamación exitosa ante una aseguradora, la cual fue facilitada por las gestiones que el gobierno de Iván Duque, con el apoyo de su ministro de Energía. Es más, las apuestas de Quintero estaban a favor de que no se recuperara la plata, y con ello cambiar de contratistas nacionales por unos chinos; contratistas extranjeros a los que parece les quiere dar, a como dé lugar, contratos para instalar un par de turbinas, aún pendientes del proyecto.

En relación con el “Golpe de Estado”, ésta es la típica frase que muchos de los que le comen cuento a Quintero, Petro y la caterva de delincuentes que los acompañan, les encanta repetir. Una frase lastimera de la misma familia de aquella que han querido posicionar para afectar las instituciones: “Nos están matando”. La realidad, una suspensión del cargo, por algo que el cínico ha venido haciendo sin sonrojarse: apoyar con recursos de la Alcaldía, la campaña de aquel a quien no sólo le interesa incendiar el país, sino volvernos claramente como esos fallidos modelos socialistas latinoamericanos, donde además de esclavizar ciudadanos, se han mecateado con politiquería la plata de las pensiones, lo anterior además de otro tipo de vejámenes.

Lo más peligroso es que además de ser un mentiroso compulsivo, el alcalde suspendido llama ahora a la “resistencia civil”, cuya traducción es que todas aquellas personas que se benefician económicamente de su gestión se echen a las petacas, o en el peor de los casos, que aquellos que no tienen nada más que hacer que salir a vandalizar la ciudad, se deleiten por unos días.

¿Que se está poniendo en riesgo la “Medellín futuro”? La verdad, solo es necesario salir a caminar por la Medellín que ha estado en manos de Quintero, para darse cuenta de cómo descuidan a la Medellín de hoy. De cómo la están dejando colapsar, de cómo han permitido que aumenten delitos como el fleteo, el tráfico de estupefacientes y otros tan graves como la prostitución infantil, que se da enfrente de los ojos de las autoridades, en el mismo barrio donde aquel alcalde vive en medio de lujos propios de alguien que llegó al sector público a saquearlo…y no estoy hablando precisamente del barrio Tricentenario, dónde sólo fue a tomarse fotos para una campaña tan real, como sus principios.

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Redacción Minuto30

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