Sentado a la mesa de un café “tranquilo” en un céntrico bulevar de la ciudad, quise rememorar la época en que en Medellín no teníamos pandemia (al menos la del covid-19). Allí, en una mesa para mí solo, releo con fruición el delicioso libro, Rey Jesús, de Robert Graves, el gran londinense que se consideraba esencialmente poeta, no obstante ser el autor de novelas tan exitosas y bellas, como: Yo Claudio y Claudio el dios (1934), El vellocino de oro (1945), mi citado Rey Jesús (1946), La diosa blanca (1948), La isla de la imprudencia (1952), a más de numerosas compilaciones de mitos griegos y hebreos.

Entre párrafo y párrafo levanto la mirada. Y lo que gano en ello es perturbar mi tranquilidad y mi gozo. ¡Ay! ¿Qué veo? Exactamente debajo del semáforo en verde, un taxista le para a una señora; en la misma vía, al costado izquierdo, un hombre con apariencia de “mula” por su extravagancia en el vestir, deja estacionado su lujoso carro al lado del semáforo, se baja a tomar una cerveza y ni siquiera le importa dejar la puerta del conductor totalmente abierta. Pasa un Ssang Yong, con música estridente e insoportable. Al parecer, la ausencia total de los agentes de Transito en la vía pública, invita a la comisión de toda clase de infracción a las normas de tránsito. El resto de los peatones y ciudadanos padecemos al infractor, aún atentando contra la vida. Nadie regula ese comportamiento, porque, según se dice, Medellín tiene un sistema inteligente de movilidad y será la fotomulta la que dé buena cuenta (¡$!) de la mulita o el taxista.

Continúo algo perturbado con mi lectura, y de pronto un sonido metálico e intimidador llama mi atención: son tres jóvenes de escasos 19 años, machetes en mano, que se han instalado al pare del semáforo y hacen demostración del uso inadecuado de estos instrumentos de labranza, haciendo apología de las riñas de fonda, que tan magníficamente describe don Agustín Jaramillo Londoño, en su célebre Testamento del paisa.

Trato de concentrarme en mi lectura nuevamente, pero en un lapso de 10 minutos aparecieron con insistencia lamentable tres lustrabotas con traje de mendigo y cara de no pocos amigos, a la par que cuatro venezolanos, bolsa de confites en mano, pidiendo “una ayuda”; de entre ellos, dos en la más absoluta indigencia y cantando a gritos en sus ojos su soledad y su abandono. Hacia las 11 de la mañana se agudizó el caos vehicular, y lo que yo consideraba un bulevar tranquilo, trocó en un pandemónium de voces, pitos, indigentes, limosneros e infractores del tránsito. Entonces recordé que tenía conmigo una edición de la revista Semana, y leí: “en Medellín, las horas pico se han extendido a casi todo el día, y los “tacos” son el pan de cada día.

Trato de continuar con mi lectura: “…Los comentadores, al referirse a Jeshu-ha-Notzri (es decir, Jesús) mencionan el reino malvado de Edom, puesto que ésa era su nación…Lo colgaron la víspera de una Pascua… Estaba cerca del Reino (es decir, en orden de sucesión). Balaam el baldado (es decir, Jesús) tenía 33 años de edad cuando Pintias el Ladrón (es decir, Poncio Pilatos) lo mató…Dicen que su madre descendía de príncipes y gobernantes, pero andaba con carpinteros”.

Con pandemia o sin pandemia de covid-19 (hace mucho que vivimos otras pandemias, valga decir las del hambre, el desempleo, la violencia, la miseria, y otras innecesarias de nombrar porque ya parecen parte del paisaje), la ciudad es la misma: un collage de ruidos, delitos, ausencia de autoridad y un Centro donde confluyen todo tipo de vicios.
Esperamos con ansia la vacuna (la del covid-19), pero también deseamos fervientemente una ciudad más amigable, más sana, donde se pueda leer, tranquilamente, en uno de sus cafés (al estilo de la añorada ciudad de Buenos Aires), obras tan bellas como Rey Jesús del poeta Robert Graves.

La opinión del autor de este espacio no compromete la línea editorial de Minuto30.com
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Redacción Minuto30

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