Con el fin de la temporada taurina en Colombia, el debate sobre este espectáculo ha terminado nuevamente. En enero próximo estará nuevamente de moda.

Sebastián Trujillo

Es evidente que las corridas de toros tienen varios siglos de existencia, y han sido consideradas una manifestación cultural en varios países. La sociedad se debate ahora, en su evolución cultural y de pensamiento, qué tan válido es maltratar un animal como evento recreativo.

Personalmente no me gustan los toros, me parece un acto de otra época de la civilización, aunque entiendo su valor simbólico y ritual artístico; pero no las prohibiría en caso de tener el poder de hacerlo. Quienes disfrutan de su espectáculo están en su derecho, como yo en el mío de ir al teatro. La posición de Sergio Fajardo es muy acertada: que sean patrocinadas por empresas privadas, que son libres de hacerlas, como de hacer reinados o programas de televisión.

César Rodríguez Garavito escribe en una columna de El Espectador, “como el tema es novedoso y los críticos (incluyendo los apasionados del toreo) son renuentes a oír razones, hay que ir por partes. Primero, si suena extraño que los animales tengan derechos, hay que recordar que en otra época sonaba igual de raro que los niños, los esclavos o las empresas los tuvieran. Por ejemplo, los niños podían ser comprados y vendidos en tiempos del imperio romano, y la idea de que una empresa tuviera derecho a la propiedad era considerada un disparate hasta el siglo XIX”.

Hasta este momento, dentro de la normativa legal de Colombia, en las corridas de toros ha primado el concepto de tradición cultural; los animales todavía no son sujetos jurídicos. Cada año son menos los aficionados a los toros, es evidente que las sociedades van aprendiendo y evolucionando en respeto y trato con los animales.

En Bogotá (una ciudad con mil problemas por resolver), el alcalde Gustavo Petro tuvo la prohibición de las “corridas” como gran promesa de gobierno, pelea que perdió después de varios meses, cuando la Corte Constitucional revivió la “fiesta brava” en La Santamaría.

A Fernando Savater en entrevista con el periódico El Tiempo -a propósito de su libro Tauroética- le preguntan: ¿Su objetivo es hacer una defensa de la tauromaquia?, y el filósofo responde: “Defender la fiesta brava no me interesa. Me parece bien que haya personas a quienes no les gusten los toros. Lo que veo equivocado es convertir esta posición en una moral obligatoria para todos los demás. La moral tiene que ver con la relación con nuestros semejantes. Con los seres vivos, en cambio, tenemos consideraciones. No sacar placer de la tortura puede corresponder a una visión de buen gusto o una estética de los sentimientos. Pero afirmar que la persona a la que le gustan los toros es inmoral es un error”.

Esa es la libertad de pensamiento. No nos gustaría que una ley prohibiera alguna forma que tenemos de diversión sin antes ser madurada por la razón y el debate en los órganos legislativos (gobiernos tiranos y anarquistas lo hicieron con frecuencia).

Savater responde con lucidez sobre el debate político en la capital: “Lo que veo en Bogotá es que se trata de un alcalde que cree que las corridas son cosa de derechas, y él es de izquierda. En general, considero que los parlamentos no están para legislar sobre la moral. Están para crear espacios dentro de los cuales quepan comportamientos morales distintos, siempre y cuando no dañen. No entiendo que un alcalde, como si se tratara del papá de todos, salga a decir ‘esto lo prohíbo porque les sienta mal’.

Las sociedades se regulan en la evolución de sus prácticas culturales, prohibir solo alimenta el gusto –de sus minorías- por ellas. @BaldomeroPessoa

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Redacción Minuto30

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