Pícola, una sola palabra, un gran significado. Su resonancia nos evoca momentos y situaciones de un matiz colorido  y un tanto veraniego. Pero, para quienes pertenecemos o seguimos a la Fundación ORCA, esa palabra es el reflejo de algo mucho más significativo e intenso; era el nombre de una gatita que marcó nuestras vidas y la de todos aquellos quienes la conocimos. Matices incandescentes en su pelaje de un amarillo intenso que camuflaba entre segmentos, haces térreos que se entrelazaba entre el resplandor de su pelaje. Una gata sin lugar a dudas espectacular.

Llegó en Mayo de 2016 a ser parte de nuestra manada, la monita, una mona de mirada tosca pero carácter dócil, que al parecer había sido madre con algunos días de antelación; llegó un poco tímida, un poco delgada, pero poco a poco fue comprendiendo que estábamos allí para ayudarla, para hacerla parte de nuestra familia y permitirle a encontrar un hogar. Era característica de sus facies, un curioso gesto de enojo el cual tornaba su cara en algo completamente maravilloso de ver; disfrutábamos de la amalgama fascinante que producía el ronroneo al conjugarse con una mirada irascible que no hacía honor a la ternura que nos profesaba; Así fue ella, una tierna gatita víctima del abandono, de la indiferencia humana que tantas vidas cobra diariamente en su haber.

El paso de los días hizo que ella se instaurara con mayor confianza al interior del grupo, ya reconocía los voluntarios y cuidadores, haciéndose más notoria entre todos, pero lastimosamente como para todos los animales que van viendo pasar los días, sus posibilidades de adopción se iban menguando. El paso inexorable del tiempo hasta para esto, pasa cuenta de cobro, pues las opciones para los animales adultos se ven opacadas por el deseo humano de relacionarse siempre con la juventud, evitando aquello que lo aísla de las realidades propias de la vida, como fuera la transición hacía edades más tranquilas, enfermedades y la inevitable muerte. Muchos se dejaban deslumbrar de esta belleza felina, y se atrevían a preguntar por ella, por sus posibilidades de adopción, pero infortunadamente su familia soñada, jamás llegó.

En Enero de 2018 tras un año y ocho meses de estar con nosotros, Pícola empezó a enfermarse; comenzó con un proceso de salivación e inapetencia que prendió alarmas y obligó a los médicos que tan amorosamente atienden a nuestros peluditos a investigar su causa y generar las acciones necesarias para paliar su malestar. Inicialmente fue diagnosticada con una gingivoestomatitis, patología común en felinos que inflama sus encías y les dificulta la ingestión de alimentos; al manejo inicial respondió adecuadamente pero posteriormente comenzó a deteriorarse de nuevo. Se tomó la decisión de llevar a cirugía para extraer unas piezas dentarias y allí llegó el momento que cambiaría su historia y que haría mella en nuestros corazones.

En hallazgo incidental, los médicos encontrar una masa en su cavidad bucal que ya cambiaba totalmente el panorama, frente a la ya conocida enfermedad periodontal. Nos encontramos frente a lo que seguramente sería un cáncer, fueron tomadas las muestras de rigor, extirpado todo lo que fue quirúrgicamente posible y comenzó la espera de resultados.

Lo temido, sucedió: Pícola tenía un cáncer medianamente agresivo en su cavidad bucal. Comenzó el manejo médico, las dosificaciones, la hospitalización y sus procedimientos. A pesar que la boca no respondía de la forma esperada, el estado general de Pícola jamás se deterioraba, siempre estaba animada, deseosa de ser consentida, ronroneadora, juguetona e incluso debiamos estar alerta pues en un descuido solo quería correr, esconderse y brincar: Quería ser libre.

Es duro ver tantas cosas que se entremezclan al interior de una patología como estas. Por un lado están las necesidades médicas de intervenir y garantizar la calidad de vida del paciente; del otro lado se encuentran los deseos del paciente de vivir, en este caso (recuerden que soy médica de humanos), la diferencia entre humanos y no humanos es gigante. Un animal no se amilana ante nada, no le importa si saliva, si le falta una pata, si le toca arrastrar el cuerpo; un animal siempre ve opciones de vida y siempre desea vivir, al contrario que los humanos que vemos en cada cosa un obstáculo y literalmente nos echamos a morir; de igual forma, nos encontramos con percepciones de algunas personas que consideraban que verla cari sucia y con saliva en su boquita, era sinónimo de sufrimiento y que debíamos dormirla ipso facto.

Veinte años como “mamá” de un peludito, sumados a los once años de interacción constante con los perros y gatos de la Fundación me han llevado a entender la diferencia abismal entre nosotros y ellos en el entender lo que es la vida y los retos que la misma nos entrega. Ellos, los peluditos nos enseñan a ver la vida de una forma diferente, a agradecer el simple hecho de estar vivos y vivir con intensidad el día a día. No importa si están sucios, no importa si se visualmente no están siendo agradables, no importa, si se cae el pelo, o si tienen una masa. El ser humano aún no supera eso, cada punto de diferencia se nos convierte en un pero, en un gesto lastimero de : “Ay, está sufriendo”. Nos hemos acostumbrado a vivir en una sociedad que exige cánones de belleza, que exige una cantidad de extremidades, de ojos u orejas para poder “vivir bien”. Que maravilloso fuera que cada día aprendiéramos más de ellos, de los animales y dejáramos de materializar lo que debe ser más vida y gratitud.

Quienes tuvimos la fortuna de conocer a Pícola sabemos que para ella lo importante fue siempre aprovechar los espacios que le brindábamos de libertad, para intentar “escapar” y refugiarse en brazos y piernas de los voluntarios a recibir todo el amor que le daban.

Ella tuvo la oportunidad de tener un hogar, pero lastimosamente presentó una recaída que requirió su regreso a hospitalización; el ángel que la acogió jamás la abandonó, ni siquiera tras su partida pues ahora gracias a ella,  reposa sus despojos como generador de vida en un las afueras de la ciudad donde un árbol se nutre de su luz para brindar más vida a las nuestras.

Hoy quería hablar de ella, de lo que nos enseñó, de cómo unió a muchos padrinos, voluntarios, amigos que la conocieron, la acompañaron y también la lloraron. Ella se fue un día de semana, mientras la ciudad continuaba con su vertiginoso devenir, Pícola trascendía este plano terrenal acompañada de ángeles custodios que le recordaron que la amábamos y que le agradecíamos infinitivamente el tiempo que nos permitió cuidarla y conocerla. Al fin libre, Pícola, libre.

“No te pares al lado de mi tumba y solloces.
No estoy ahí, no duermo.
Soy un millar de vientos que soplan
y sostienen las alas de los pájaros.
Soy el destello del diamante sobre la nieve.
Soy el reflejo de la luz sobre el grano maduro,
soy la semilla y la lluvia benévola de otoño.
Cuando despiertas en la quietud de la mañana,
soy la suave brisa repentina que juega con tu pelo.
Soy las estrellas que brillan en la noche.
No te pares al lado de mi tumba y solloces.
No estoy ahí, no he muerto”

Poema Cherokee / “A mi tía Concha con todo el amor”

Fundación O.R.C.A
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Redacción Minuto30

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