El 26 de junio del 2015 la Corte Suprema de los Estados Unidos declaró legal en todo el territorio del país el matrimonio entre las personas del mismo sexo. Y a pesar de que más de 20 países en el mundo reconocen el derecho al matrimonio igualitario — incluyendo 4 países de nuestro continente: México, Brasil, Uruguay y Argentina — la noticia de los EE.UU provocó opiniones encontradas en todo el mundo.

En algunos países latinoamericanos, por ejemplo, en Guatemala, el presidente y los diputados del Congreso han rechazado hasta la idea de discutir la posibilidad de cambiar el Código Civil para permitir que las personas tomen libremente las decisiones sobre sus propias vidas y propiedades. Mientras que en otros países, donde en la política existe la tradición liberal más larga y coherente, no se descarta esta posibilidad y se discute la aprobación de los cambios en las leyes para que los homosexuales puedan casarse. O, incluso, ya está aprobada esta posibilidad, como es el caso de Colombia y algunos otros países de la región.

Sin embargo, cuando empieza a discutirse el tema de la homosexualidad en general y el matrimonio entre los gais en particular, suelen salir a flote y quedar en evidencia no solo la ignorancia y bajas pasiones de muchas personas sino la hipocresía y, en muchos casos, una completa falta de razonamiento. Y como suele suceder en estos temas tan candentes, a falta de argumentos suelen evocar los conceptos religiosos.

Lo mismo que aburren las trilladas frases — que se repiten desde, por lo que podemos constatar en la literatura antigua, las épocas clásicas en Grecia y Roma — sobre “la pérdida de valores”, los presagios del fin del mundo por el “libertinaje” y de que “dios ha creado el matrimonio entre hombre y mujer”. A mucha gente se le olvida (o no se lo enseñaron cuando niños) de dos principios básicos que permiten la pacífica convivencia de los seres humanos en una sociedad.

En primer lugar, todos los seres humanos nacemos libres y la única manera de vivir en paz es respetar las libertades individuales y cumplir con los derechos que estas libertades conllevan: derecho a la vida (que siempre es privada) y derecho a la propiedad privada, producto del trabajo. Además, todos deben tener el derecho a tomar las decisiones correspondientes a los dos derechos anteriores. Todo ello implica no violar los derechos de otras personas. Simple. No hay más.

Por lo mismo, no existe ninguna manera de que la decisión de dos adultos, de cualquier sexo, de contraer el matrimonio viole los derechos de otras personas. Por lo tanto, el único interés real de los que se oponen a la legalización del matrimonio igualitario es meterse en la vida privada de los demás con quién sabe qué objetivo. Los dictadores lo han hecho para controlar a las personas convirtiéndolas en masa a través del miedo y la coerción; pero muchas personas lo hacen por el morboso afán de meterse en la vida, la casa y la cama ajena.

En segundo lugar, es necesario recordar siempre (¡siempre!) que las cuestiones de la fe, en la que muchos se basan para mostrar su rechazo al matrimonio igualitario, son y deben ser siempre una cuestión íntima, personal, como es íntima y personal la propia sexualidad, los pensamientos de cada uno o el estilo y el color de los calzoncillos que elegimos para llevar puestos. Lo religioso, como los razonamientos basados en la Biblia, el Corán, las prédicas de los sacerdotes, etc., tienen validez únicamente dentro de cada grupo religioso — iglesias — y su imposición a los que no los comparten llevará a las nuevas cruzadas y más barbaridades, como las que están sucediendo en estos momentos en las regiones donde los fanáticos yihadistas intentan imponer sus normas por medio de la tortura, muerte y destrucción.

Tal parece que muchos confunden o ignoran el mismo concepto del matrimonio. Algunos hasta han dicho que no se oponen a la unión de los homosexuales, pero sí al matrimonio. Pero en realidad, es la misma cosa.

En Latinoamérica, al igual que en muchas otras partes que han sido dominadas por los dogmas religiosos por encima del razonamiento lógico, se ha hecho creer que el matrimonio es concepto precisamente religioso si no divino. Esto evidencia el desconocimiento de los propios principios jurídicos de nuestros países (en todo el continente americano, al igual que en Europa y en gran parte de Asia, solo se reconoce el matrimonio como institución civil y no religiosa) y de la historia.

El origen del matrimonio se remonta en la Antigüedad, mucho antes del surgimiento de las religiones tradicionales, como una forma del control por la natalidad, las propiedades y el pago del tributo a través del registro de los hombres casados con sus mujeres ante el poder. Con el tiempo, el matrimonio se ha venido transformando hasta que los estados medievales se fusionaron con las iglesias y se basaron en las religiones (así llamados “años oscuros” en la historia europea).

No solo los conservadores, que suelen arraigarse en las tradiciones religiosas y proyectarlas en lo civil y laico, sino también algunos liberales – y demás amantes de las libertades individuales – se oponen al así llamado matrimonio igualitario, pero por razones diferentes, aunque igualmente equivocadas. Aquellos liberales (tanto “clásicos”, como libertarios, objetivistas y, sobre todo, anarcocapitalistas) que argumentan en contra de la decisión de los más de 20 países de legalizar el “matrimonio gay” recurren a las falacias de falsas causalidades.

Una de estas ideas falaces, formuladas por algunos de los liberales, es que el Estado no debe inmiscuirse en las decisiones libres de los individuos, como, por ejemplo, el matrimonio (tanto entre los heterosexuales, como entre los gais) y que un contrato privado sería más que suficiente para sustituir el matrimonio y proteger los derechos de los cónyuges. Sin embargo, la decisión de la Corte Suprema de los EEUU y la posterior discusión no es sobre la eliminación del matrimonio en sí, como figura legal, sino sobre otro tema.

Es decir, el presunto argumento sobre la suficiencia de un contrato privado sería válido siempre y cuando se tratara de apoyar o rechazar el matrimonio en general (entre las personas de sexos diferentes o del mismo sexo). Y ya que existe la figura legal del matrimonio y debido a que no se trata de eliminarla, debe existir la igualdad de los derechos, prescrita en todas las constituciones occidentales y que sirvió de base legal para la decisión de la Corte Suprema de los Estados Unidos.

Existe un grupo de los liberales que suelen construir las mismas trampas lógicas que los conservadores: falacias basadas en la fe. Debemos recordar que la propia idea del liberalismo radica en el pleno respeto hacia el individuo y sus derechos naturales (vida, seguridad y propiedad privada) El liberalismo no es incompatible con las iglesias y sus preceptos, pero no se apoya en los dogmas religiosos.

Para el liberalismo la fe es parte de la decisión individual, por lo tanto, los liberales verdaderos y honestos no recurren a los razonamientos religiosos para fundamentar las acciones legales. Los liberales falsos sí lo hacen a causa de la ausencia de los argumentos o, en su defecto, a causa de su incapacidad de razonamiento.

Respecto a los colectivistas (marxistas, comunistas, socialistas, fascistas, social-demócratas y demás por el estilo), es de recordar que suelen cambiar su actitud hacia los hechos e ideas en virtud de la coyuntura histórico-social y de las disposiciones de sus dirigentes. Son hechos históricos sus persecuciones a todos quienes, según sus cabecillas, no son, no piensan ni actúan como ellos: a los gais, gitanos, judíos, indígenas, empresarios, individualistas, etc.

En la Unión Soviética, en la Alemania nazi, en Corea del Norte, en Cuba, en los demás países del llamado “bloque socialista”, además de todos los estados con regímenes autoritarios y totalitarios (“colectivistas”) se ha perseguido e, incluso, se ha eliminado físicamente a los homosexuales, entre otros. En Colombia las FARC hasta hace poco se destacaban por su homofobia. Pero la coyuntura cambia.

Cada vez que se aborda el tema de la homosexualidad, sobre todo, el matrimonio de las personas del mismo sexo, no faltan majaderos que repiten las vaciedades de que “entonces, hay que legalizar la pedofilia, la zoofilia” y otras desviaciones y “permitir el matrimonio con los niños, animales, cadáveres”. Desgraciadamente, la mayoría de los que repiten estas memeces, lo dicen en serio porque piensan así. Y estos ignorantes no son capaces de entender que la homosexualidad no tiene nada que ver con las enfermedades mencionadas por una sencilla razón: dos personas adultas en su pleno uso de razonamiento y con su pleno consentimiento, deben tener derecho de hacer lo que les da la gana en su cama, en su casa o en su vida, siempre y cuando no violen derechos de los demás.

El matrimonio es un contrato entre dos personas, legalizado por el Estado, cuyo objetivo no es el amor, como piensan muchos, sino la protección de estas dos personas ante cualquier adversidad: desde la reducción de impuestos y compartir los gastos médicos, lo que solo es permitido para los matrimonios legales en muchos países occidentales, hasta las cuestiones de bienes mancomunados y herencias en las que las personas no casadas pueden tener más dificultades en caso de surgir cualquier eventualidad imprevista.

En fin, no existen argumentos en contra del matrimonio entre las personas del mismo sexo. Para muchos países el problema es técnico-legal (cambio en sus respectivas leyes). Pero en ningún caso el “matrimonio gay” viola los derechos de los terceros que no están involucrados en la pareja. Recordemos que hace unas cuantas décadas los matrimonios mixtos (entre blancos y negros) estaban prohibidos y su legalización le pareció una aberración a los que repetían lo del “fin del mundo”, “libertinaje”, “dios creó…”. Simplemente vive y deja vivir.

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Redacción Minuto30

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