Leo, conmovido, el libro de Juanita Castro “Fidel y Raúl, mis hermanos. La historia secreta”. Confesiones de una mujer apasionada, impulsiva y de armas tomar que ha demostrado estar dispuesta a jugarse la vida por lo que cree justo y decente. Así parezca la metáfora de una tragedia griega, ella representó la otra cara de un mismo genotipo.

Antonio Sánchez García

Dos visiones radicalmente antitéticas del mundo, paridas por los mismos padres. Su hermano, un dictador megalómano y ambicioso hasta el delirio, cruel, desaforado y brutal. Ella, una joven mujer convertida, a su pesar y obligada por la fuerza de las circunstancias y su compromiso moral, en una heroína de la libertad, su peor enemiga. Imposible expresar en dos hermanos actitudes más disímiles y excluyentes.

Lo traigo a colación pues la historia de estos dos hermanos conjuga las opciones en que se debate la sociedad latinoamericana desde fines de los años cincuenta: socialismo estatista o liberalismo democrático. Medio siglo de confrontaciones, algunas sangrientas y trágicas, como la vivida por los chilenos, uruguayos y argentinos en los setenta, y los venezolanos en la actualidad, para resolver un impasse que ha terminado convirtiéndose en una maldición. Estatismo, caudillismo, dictadura y subdesarrollo o individualismo, institucionalidad, democracia y prosperidad.

Una disyuntiva que encuentra en la Cuba de los hermanos Castro –Fidel y Raúl – de un lado; y en el Chile de todos los matices, del otro, los dos arquetipos referenciales. Cuba, tenaz y porfiadamente hundida en la miseria. Chile, boyante en su prosperidad. Cuba, un infierno de marginalidad, tortura y represión. Chile, el reino de la institucionalidad y el derecho.

Una mirada a la historia basta para comprobar las consecuencias de ambas disyuntivas. En 1958, en vísperas de la revolución castrista, el ingreso per capita de ambos países apenas se diferenciaba por 4 dólares: $ 360 para Chile, $ 356, para Cuba. El PIB alcanzaba una diferencia de $ 220 millones: $ 2.360 millones para Cuba, $ 2.580 millones para Chile. La población era semejante, con una leve ventaja para Chile. En ese mismo año, España, con una población cinco veces mayor, apenas duplicaba el PIB de ambos países, y su ingreso per capita, en cambio, era exactamente la mitad: $180.

Chile, después del frustrado intento por imponer un régimen marxista, asumió desde septiembre de 1973 en adelante – a sangre y fuego, es cierto, y con espantosos costos sociales -, la senda del liberalismo económico. Como España, que salía del franquismo. Los resultados son verdaderamente abismales. En el año 2.000, el PIB cubano alcanzaba los $ 19.500 millones, el ingreso per capita los $ 1.700, para 11 millones de habitantes. En Chile, para 15 millones de habitantes, el PIB alcanzó los $ 153.100 millones y el ingreso per capita los $ 10.100. El caso del desarrollo español es aún más impresionante: PIB $ 720.000 millones, el ingreso per capita $ 18.000 dólares. Para una población de poco más de 40 millones de habitantes.

2

¿Qué explicación darle al brutal estancamiento de la población, la economía y la sociedad cubanas, sin considerar que la brecha al 2010 es aún más amplia y el estancamiento mucho más acentuado? Con su alto ritmo de crecimiento en los últimos 23 años Chile redujo la pobreza de un 45,1% en 1987 a un 13,7% en 2006. Y gracias a la política de subsidios, seguridad social y becas del Estado chileno a los sectores más desfavorecidos de la población, ese 13.7% se reduce a un 7%, cifra perfectamente compatible con el desarrollo de los países del Primer Mundo.

Es más: el mayor desarrollo educacional y los mejores resultados en la enseñanza primaria y secundaria en Chile se verifican actualmente en los sectores más pobres de las escuelas públicas. Privilegiados por una política educacional de calidad y verdaderamente progresista. Su economía es la más desarrollada de Latinoamérica y se estima que Chile será un país del Primer Mundo entre 2012 y 2016. Es una de las 15 potencias mundiales exportadoras de alimentos. Cuba, que fue una de las 4 naciones latinoamericanas con

mayor nivel de vida en los años 50, es hoy una de las 4 más pobres. Venezuela, pegada a los faldones del castrismo, importa más del 80% de los alimentos que consume. En 12 años de destrucción de su industria y su agricultura se ha convertido en una economía de puertos. Luego de la devastación de su economía privada llevada a cabo concienzuda y sistemáticamente por el régimen castro chavista, si se extinguiera súbitamente el petróleo, ingresaría como por efecto de un cataclismo al agujero negro del club de los 4.

¿Por qué, a pesar de hechos tan evidentes, indudables e indiscutibles, aún amplios sectores de la población latinoamericana se entregan en brazos de fórmulas filo castristas y apuestan a salidas autocráticas, caudillescas y militaristas, de signo totalitario, cuando las evidencias apuntan hacia la indisoluble interrelación entre la economía de mercado, la democracia social, la justicia, la prosperidad y el progreso? ¿Por qué fórmulas políticas que conducen a la ruindad de las economías y la miseria generalizada de la población continúan vigentes en varios de sus países – Cuba, Venezuela, Nicaragua, Ecuador y Bolivia – y constituyen una seria amenaza en otros, como hoy en el Perú? ¿Por qué la región persiste en la seducción ante perversas formas de conducción y organización políticas, históricamente fracasadas y de comprobada incompetencia?

Sólo la pobreza, la incultura y taras atávicas que nos atan a la marginalidad y nos esclavizan con la fijación al remoto y muy ilusorio pasado han impedido que una opción tan ejemplar, tan clara, tan inequívoca como la representada por el liberalismo económico y la democracia política – responsables exclusivos del progreso de la humanidad en los últimos dos siglos – no hayan terminado por cuajar e imponerse de una buena vez e irreversiblemente en América Latina.

Un continente que nace a la libertad liberándose de sus cadenas coloniales para recaer periódica y sistemáticamente en los delirios del cacicazgo de próceres de utilería y el sometimiento a formas de dependencia anteriores no sólo a la colonización, sino a la conquista misma. Con un agravante aterrador: esas fórmulas han demostrado ser la fuente de un perverso proceso de populismo, corrupción y envilecimiento moral. Como lo demuestra Venezuela, al borde de ser considerado un Estado narco terrorista.

3

Perú se encuentra desde este domingo 10 de abril en el ojo del huracán. Vivió la disyuntiva entre progreso y regresión en el anterior proceso electoral, celada de la que pudo librarse sin grandes contratiempos, para volver a caer en la misma trampa un lustro después, en el proceso electoral de ayer. Humala, la opción del castro chavismo, fue derrotado por Alán García. Para el bien del Perú. Cuando la agresividad de sus mentores – Hugo Chávez y Fidel Castro – los llevaron a menospreciar la perspicacia del electorado peruano y a presentar a su prospecto en la cruda desnudez de sus propósitos.

Luego de doce años de aprendizaje en la alta escuela del castro-comunismo, con un Hugo Chávez experto en el arte del fraude y el engaño y bajo el auxilio y asesoría del lulismo brasileño, Humala ha decidido vestir los respetables ropajes de la civilidad. La perfecta máscara del engaño. La que llevó a Castro al filo de su revolución y luego a Chávez antes de su irrupción electoral a jurar ante todos los Dioses y las cenizas de sus muertos que no eran ni serían jamás comunistas. Hasta hacerse con el poder total y desenmascarar sus verdaderas intenciones. Proclamar a voz en cuello su filiación marxista-leninista.

¿Quién, con dos dedos de frente y suficientes conocimientos de la historia del caudillaje, le cree a las promesas de cambio de Ollanta Humala? ¿Quién a su disposición a firmar compromisos con Dios y con el Diablo? ¿Consuela comprobar que en estos cinco años no aumentó su votación, así en estas elecciones del 10 de abril de 2011 uno de cada tres peruanos le haya dado su aprobación? ¿No han sido suficientes las lecciones del deterioro moral, espiritual y material sufrido por la Venezuela moderna en estos cinco años como para desterrar del corazón de los peruanos gracias al efecto demostración la freudiana fijación con el caudillismo golpista? ¿Quiénes financiaron su costosa campaña electoral? ¿Quiénes le darán la asesoría, el know how y la experticia para destruir la democracia peruana y hacerse a la tarea de construir su proyecto estratégico, parido por los geniecillos del Foro de Sao Paulo, Lula y Fidel Castro?

Que la sociedad peruana haya quedado atenaceada entre el coronel golpista y la hija de un delincuente de Estado, recluido en una prisión de máxima seguridad, no es como para salir a cantar albricias. Habría que ser ingenuo, iluso e irresponsable para separar a Keiko Fujimori de la visión del mundo de su padre: se requiere un bisturí demasiado fino y un pulso magistral. Y no deja de ser un grave error de lesa política expurgar al déspota peruano de su responsabilidad en el grave daño moral sufrido por el Perú bajo la alianza Fujimori-Montesinos.

Todo porque actuó con mano de hierro contra Sendero Luminoso y saneó la economía peruana. ¿Por qué quienes le reconocen tales méritos se los niegan al general Augusto Pinochet? ¿Cómo hubieran reaccionado si en lugar de Sebastián Piñera la candidata a la presidencia de Chile ganadora de las elecciones de 2010 hubiera sido Lucía Pinochet Hiriart, la hija mayor del tirano, a la cual no le han faltado los ímpetus para salir a la palestra en representación de su difunto padre?

Continúa…
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Redacción Minuto30

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