En Colombia, Juan Manuel Santos se esfuerza por mostrarles a sus gobernados las bondades de lo alcanzado hasta el presente con el Gobierno de Venezuela, aunque en su yo interior debe tener prendidas todas las alertas.

Beatriz de Majo

¿Cuál colombiano no considera que es mejor gozar de relaciones constructivas con sus vecinos venezolanos que vivir en la trifulca continua en que nos sumieron Chávez y Uribe? Pero veamos las cosas un poco más de cerca para tratar de entender lo que los venezolanos no encontramos razonable en esta aparente luna de miel binacional.

La realidad de la política externa colombiana es que su principal objetivo, el de mantener y explotar una buena relación con Estados Unidos, no les está funcionando bien. Para los vecinos es vital darle continuidad y estabilidad al marco de relaciones que norman sus intercambios con los americanos.

Pero ese objetivo no lo ha alcanzado su Gobierno a pesar de haberse gastado en ello los mejores esfuerzos, cientos de miles de dólares y la capacidad de cabildeo de los mejores lobbistas.

El Congreso gringo mantiene en total hibernación desde hace varios años el TLC con Colombia, y, además, el sistema de preferencias arancelarias andinas, que les otorgaba a los productos colombianos fenomenales condiciones de acceso al mercado del norte, expiró y no ha sido reactivado.

El hecho de que Colombia haga esfuerzos titánicos para desarrollar otros polos de negocios externos, como China y Europa, sólo pone de relieve los superlativos costos de las trabas que Estados Unidos está, injustamente, imponiendo a sus relaciones comerciales con Colombia.

Sólo eso explica que Santos haya decidido tragar grueso frente a las tropelías revolucionarias venezolanas mientras se esfuerza en restablecer la bonanza que la relación registró en otros tiempos. Simplemente prescindir de estabilidad y de continuidad en los dos escenarios, el americano y el venezolano, es más de lo que Colombia puede digerir.

Ello no justifica pasar por encima de lo que es más sustantivo para Colombia, Estados Unidos y Venezuela: desterrar el problema de la droga que desde Venezuela mantiene vivo el narconegocio en Colombia. La complacencia con el gobierno revolucionario, en el caso de la extradición de Walid Makled, pudiera (¿quién sabe?) redituarle a los empresarios colombianos parte de los negocios perdidos, pero a la larga el precio que pagaremos todos es el más alto.

Ojalá el Presidente colombiano tenga presente que todas las razones por las que la binacionalidad se vino a pique siguen allí. Esa seguridad y esa dignidad deberían valer más que los 4 millardos o 5 millardos de dólares de exportaciones a Venezuela.

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Redacción Minuto30

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