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Las grietas invisibles de Medellín

Por César Augusto Bedoya Muñoz,

Las grietas invisibles de Medellín

Resumen: El 36% de las personas en condición de pobreza monetaria sean menores de 18 años revela una crueldad sistémica: la miseria se está ensañando con quienes no tienen herramientas para defenderse

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El reciente informe de “Medellín Cómo Vamos” me hace escribir un titular seductor: el optimismo ciudadano ha escalado al 63%, su punto más alto desde 2021, y la ciudad respira un aire de recuperación institucional tras la administración de Daniel Quintero. Sin embargo, quedarse en la celebración de estas cifras macro o en el alivio de haber superado una crisis de gobernabilidad sería un error de cálculo imperdonable. Detrás de la sensación de que “vamos por buen camino”, el informe destapa unas fallas tectónicas en la estructura social que amenazan con derrumbar el progreso si no se atienden con urgencia, más allá del aplauso fácil.

La alarma proviene del sistema educativo, el supuesto motor de la “ciudad innovadora”. Es inaceptable que, mientras la población escolar disminuye por la demografía, la matrícula en secundaria caiga un 11,1% y los programas técnicos y tecnológicos se hayan perdido más de 35.000 estudiantes en el Valle de Aburrá. Estamos ante una “desescolarización silenciosa” que no solo trunca proyectos de vida, sino que desmantela la competitividad futura de la ciudad. Una Medellín que no retiene a sus jóvenes en las aulas es una ciudad que está hipotecando su futuro a cambio de una informalidad precaria.

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Igualmente dolorosa es la radiografía de la pobreza, que hoy tiene rostro de niño. Que el 36% de las personas en condición de pobreza monetaria sean menores de 18 años revela una crueldad sistémica: la miseria se está ensañando con quienes no tienen herramientas para defenderse. Esta concentración de la pobreza en la infancia y adolescencia es una bomba de tiempo social; no se trata solo de números fríos, sino de una generación que crece con hambre y sin oportunidades, caldo de cultivo para la violencia y la perpetuación de la desigualdad.

A este panorama se suma un déficit habitacional que asfixia a 192.000 hogares y el crecimiento descontrolado de asentamientos en zonas de alto riesgo. La ciudad se está expandiendo hacia los abismos, literal y figuradamente, desafiando un cambio climático que no perdona. La planeación urbana parece ir dos pasos atrás de la realidad, permitiendo que millas de familias vivan bajo la amenaza constante de movimientos en masa, mientras la respuesta institucional a menudo se queda corta frente a la magnitud del riesgo inminente.

Tampoco podemos ignorar la crisis en la salud, exacerbada por un colapso nacional, pero con matices locales preocupantes en cuanto a la salud mental. La creciente demanda de atención psicológica y psiquiátrica choca contra un sistema saturado, dejando a la deriva a ciudadanos que requieren contención. El bienestar no es solo tener dinero en el bolsillo o calles pavimentadas; es también la garantía de una mente sana y un cuerpo atendido, aspectos donde Medellín muestra hoy una vulnerabilidad crítica.

Faltando dos años para que termine la alcaldía de Federico Gutiérrez, el margen de maniobra se estrecha. La administración ya no puede esconderse únicamente en el retrovisor del desastre anterior; es momento de trascender la “recuperación” para pasar a la transformación estructural. Se requieren acciones que no solo fortalezcan la gestión diaria, sino que propongan soluciones estratégicas a largo plazo para frenar la deserción escolar y proteger a la infancia, evitando que las “debilidades sociales” del informe se conviertan en cicatrices permanentes.

Sin embargo, el panorama no es desolador, es desafiante. Que la ciudadanía mantenga el ánimo arriba es el activo más valioso que tenemos; Demuestra una resiliencia colectiva capaz de superar los tiempos más oscuros. “Ánimo, Medellín” no debe ser un eslogan vacío, sino un mandato de corresponsabilidad. La ciudad va saliendo de la crisis, se puede, pero este renacer exige que tanto el gobierno local afine su puntería en lo social, como que la ciudadanía se involucre activamente en cerrar las brechas que aún nos dividen.

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Redacción Minuto30

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