La tragedia del asesinato de líderes sociales, en gran parte se debe a la débil política de seguridad del anterior gobierno. Quizás si hoy todos entendiéramos la falacia a la que han hecho incurrir a una generación que desconoce la historia, entenderíamos que la seguridad es un valor democrático que garantiza las libertades y el goce de los derechos fundamentales.
Es tan impropio confundir seguridad con guerra, como ridículo llamar guerreristas a quienes queremos priorizar la seguridad como el medio para garantizar el imperio de la ley. Un país seguro beneficia tanto a los aliados, como a la oposición. La seguridad promueve la diversidad, permite que todos podamos expresar nuestras ideas y contri-buye al bienestar social.
Contra el criterio de quienes promueven la política de odio, debemos entender que la seguridad es el vehículo para garantizar que Colombia logre el objetivo común: paz con garantías de no repetición.
Colombia necesita recuperar la legalidad y la mejor forma de lograrlo es con una políti-ca de seguridad fuerte que garantice, en mi opinión, el valor más importante para el éxito: la acción coordinada del ciudadano, como el mejor aliado del Estado.
La seguridad no es guerra, y el mejor ejemplo fue la exitosa política de seguridad democrática del expresidente Uribe, que hizo viable un camino de paz, logrando la desmovilización de 35 mil miembros de las AUC, y alrededor de 15 mil miembros de las guerrillas de las Farc y el ELN.
Ya basta de confundir la solución con el problema, quizás cuando todos entiendan la importancia de la seguridad, lograremos una Colombia en paz, sin inocentes que pa-guen la politiquería de la ignorancia de quienes rechazan la seguridad como base fundamental para el goce de nuestros derechos.