Los problemas de la actualidad política Argentina que concitan la atención de los ciudadanos y los medios nos muestran penosamente la precariedad que padecen nuestras instituciones democráticas.

La investigación tardía de los desopilantes y desgarradores años de corrupción del Kirchnerismo dejan al desnudo duros hechos.

Cuales hechos quedan a la vista. En primer lugar la incapacidad inocultable del sistema para investigar al poder en tiempo presente.

Ello en tanto, que ninguno de los hechos delictivos investigados, que han motivado en distintas causas los procesamientos y/o procesamientos con prisión preventiva de ex funcionarios del Kirchnerismo y los pedidos de desafueros para proceder a las detenciones del Ex Ministro de Planificación Julio De Vido y el reciente y en suspenso de la Ex Presidente Cristina Kirchner en la investigación del Pacto de Impunidad con Irán, resultan hechos nuevos.

Por un lado la confirmación que durante todos estos años existió un baldío judicial.

Esos problemas evidentes, se transforman en nuestros desafíos, para que ello no vuelva a suceder.

Cuando hablamos de corrupción hablamos de los delitos del poder.

Las lecciones de la historia reciente, nos muestran por el contrario, que para la justicia argentina la corrupción es el delito del despoder.

No puede haber República y justicia, si sólo ésta se hace realidad, frente al despoder.

Cuando el juez no puede castigar acaba por unirse al culpable nos decía Goethe en el Fausto.

Sostuve al asumir el Gobierno del Presidente Macri, que más allá de la excepcionalidad económica, política, institucional y social en que recibió el país, ello no era óbice ni obstáculo, para exigirle al gobierno y para exigirle sobre todo transparencia.

No puede haber autocensura ni autocomplacencia y pasividad frente a los temas del ahora que deben criticarse.

No es un buen camino, ni una buena actitud, la de justificar recurrentemente de modo acrítico malas acciones y malas políticas propias, en las peores de los otros.

Eso lleva, a no esforzarse por producir los cambios que el país necesita y a no ver lejos en el tiempo, por abusar de las bonanzas del axioma de que uno gana en política con las buenas de uno y también con las malas de los otros.

Cualquier discurso dirigido a hacernos creer, que los excesos que pudieran darse en el presente resultan justificados, en vista de asegurar que los mayores excesos del pasado regresen, o que son necesarios, para asegurar una mejor democracia del mañana, debieran ser un alerta que no se debe desatender.

Los monólogos auto justificativos no son el camino. Así como es un delirio ver el pasado como religión y ensayar
todo tipo de razonamientos exculpatorios de la corrupción, también lo es, sostener que nada puede ser diferente a este presente y vivir así vanagloriando así el puro presente.

Actitudes como estas hacen imposible el diálogo y la posibilidad de entendernos. La historia reciente debe ser un remedio contra los fanatismos.

Soló un debate sereno y objetivo llevado adelante con lealtad democrática nos va a permitir arrojar luz y enriquecer el debate público de modo de encontrar de mejor forma la solución de los problemas.

Esa exigencia, que uno le plantea a la sociedad, debe ser el resultado de elevar nuestro espíritu democrático y elevar la vara, justamente como consecuencia de lo que nos paso y, de lo que debemos aprender y mejorar.

Cuando aprendemos, es porque hay algo de eso que aprendemos, que compatibiliza rápido con nosotros.

En tiempos difíciles, es cuando más hay que hacer lo que es debido. Eso es así, porque todos nuestros planes y deseos están en peligro sino hacemos lo que hay que hacer.

Creemos que el país necesita un debate riguroso sin abordajes automatizados acerca de que modelo democrático queremos afianzar y seguir.

Con que justicia, con que universalización de derechos básicos, con que estándar institucional y federalismo,
con que ética pública, con que republicanismo y derechos humanos.

El proceso de empobrecimiento del debate público, que debemos dejar atrás, sofoca cualquier discusión y debate serio de los problemas que nos aquejan y debemos enfrentar.

No podemos vivir del cuento y del préstamo.

La precariedad democrática ha sido consecuencia directa de procesos políticos hegemónicos. Proyectos de poder creados desde el Estado en detrimento de las instituciones y el desarrollo del país. Proyectos de poder afianzados por la actitud política de los recurrentemente consideran necesario acompañar y adherir haciendo seguidísimo a los amos del momento.

La tradición republicana no niega que haya que construir instituciones a prueba de villanos y corruptos. Lo que niega, es que ello pueda lograrse diseñándolas a partir del supuesto de villanería y corrupción universal.

En palabras de Montesquieu: «Todos son corruptibles y no corruptos».

La política no es el problema, sí los malos políticos.

El Ex Presidente Argentino Domingo Faustino Sarmiento lo decía de mejor modo: «La política no es ni más ni menos mala de lo que son los hombres».

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Redacción Minuto30

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