La paz es un derecho y una obligación, no solo lo exige la Constitución de Colombia, también es un imperativo del sentido común. No obstante puede a la vez ser una trampa mortal cuando las propuestas en tal sentido provienen de quienes consideran en minusvalía a los valores y principios de la democracia moderna y que, de forma peyorativa, los señalan como una suerte de  “invento de la burguesía”. Al tiempo que predican y practican la “combinación de todas las formas de lucha”, planteada por Lenin en su intento victorioso por derrocar al zarismo con la ayuda de una Alemania imperial, que no era marxista pero pretendía ganar la Primera Guerra Mundial.

General Néstor Ramírez Mejía

General Néstor Ramírez Mejía

Es por ello interesante conocer a los actores y las motivaciones que indujeron a los impugnadores del estado de derecho para que tras dos años de acercamientos y acuerdos preliminares con delegados gubernamentales, lograran concretar las conversaciones que pretenderían buscar la paz en la mesa de La Habana.

Para empezar es saludable recordar enseñanzas de Sun Tzu: “…si conoces a los otros y te conoces a ti mismo, no estarás en peligro en cien batallas; si no conoces a los otros y te conoces a ti mismo, puedes ganar una y perder otra; si no conoces a los otros y no te conoces a ti mismo, estarás en peligro en cada batalla…”. En consecuencia, si la sociedad colombiana no quiere correr el riesgo de perder la batalla, en unos diálogos que prometen una paz anhelada, es necesario conocer mucho de los otros.

El atractivo camino que se le presenta a Colombia para llegar al silencio de las armas, al menos tal como lo plantea el grupo armado ilegal sentado en la mesa de la capital cubana, no es desconocido pues conduce al mismo lugar que alcanzó Cuba en su momento, al que llegó Venezuela medio siglo después y es seguido a distancia por otros del vecindario, que iniciaron su marcha detrás del ejemplo bolivariano. Es el mismo que expertos en las tramas revolucionarias, en el año 2003, le recomendaron al ELN para desarrollarlo en Colombia, por encontrarlo viable como sendero alternativo al enfrentamiento sin fin. Quizá, lo que diferencia a todos los impugnadores del orden social es la forma de acceder al poder, pero todos tienen entre sí hilos comunes y conductores. Abandonar la doctrina maoísta de la “guerra popular prolongada” y optar por el célebre caballo que recibieron como obsequio los troyanos, podría ser una salida posible y coherente con lo que ocurre en el escenario continental.

El fallecido presidente Hugo Chávez ganó la presidencia en el año 1998, recogiendo el rechazo y un voto masivo contra una clase dirigente que no interpretaba los fines del Estado: brindar seguridad** y hacer posible el desarrollo con justicia. En su ciclo al frente del gobierno el experimento que implantó Chávez tuvo todo tipo de vicisitudes a favor y en contra. El fogoso presidente tampoco leyó de manera integral el mensaje negativo que se envió a los dirigentes tradicionales de su país, pero el día de su muerte la mitad del pueblo no solo lo lloró sino que ya lo seguía con furor. La verdad sea dicha: Chávez mejoró de manera significativa la suerte de las clases más deprimidas de la sociedad mediante el desarrollo de las denominadas “misiones” que, bajo la dirección y experticia cubana, aliviaron necesidades inmediatas de los sectores siempre marginados de la sociedad venezolana.

Chávez alcanzó semejante logro con una práctica nada misteriosa: incrementó salarios, creó millares de empleos sobre la espalda del Estado, en conjunto con subsidios generalizados y multiplicó así por cuatro sus primeros votos, entre los nuevos favorecidos. En paralelo, se estimularon desajustes de impacto social como la violencia en las ciudades, que elevó la criminalidad a uno de los índices más elevados y vergonzosos del mundo, lo cual también erosionó cualquier posibilidad de cohesión con los estratos superiores y generó un temor transversal entre estos últimos. El fenómeno se extendió a la búsqueda de otras adhesiones, tales como el facilitar el enriquecimiento ilegal de colaboradores cercanos, de primero y segundo nivel. En simultánea, juzgó con cargos de corrupción a funcionarios de rango menor, buscando construir una imagen de gobierno impoluto, como una suerte de chantaje simbólico que sesgaba la solidaridad hacia la máxima figura del gobierno.

En ese marco de consolidación de poder el ya afirmado presidente de Venezuela creo una estructura de grupos de choque*** que rivalizan con la fuerza armada constitucional, debilitando en especial al ejército e instaurando como complemento a las llamadas “milicias bolivarianas”. En consonancia lideró la conformación de un “bloque regional de poder” (BRP), como expresión concreta de los lineamientos teóricos de la “transición latina” que orienta el alemán Heinz Dieterich Steffan. Para complementar esa visión alterna, se ocuparon tierras y fábricas, se impuso un programa de educación con exaltación de figuras revolucionarias y de izquierda, además de convocar a un grueso número de expertos cubanos en diferentes áreas, incluso la militar, con funcionarios de la Isla que llegaron a ocupar cargos de gobierno en Caracas y en el resto del país.

Otra expresión de las políticas bolivarianas fue el manejo con el exterior que, además del BRP, trazó alianzas con nuevos amigos de circunstancias y conveniencias geopolíticas, estratégicas e incluso económicas. En ese abanico aparecieron en la región Rusia, China e Irán. Dentro del mismo panorama repartió petróleo y recursos en medios de pago a Cuba, Argentina, Boliva y países centroamericanos y del Caribe. También financió a la Farc, organización con la que tuvo una relación llena coincidencias y desacuerdos, dependiendo de las condiciones e intereses del momento. En principio utilizó a la agrupación -conocida como narcoterrorista- a manera de “aliado estratégico” y quinta columna para debilitar lo que Hugo Chávez concebía como “eje monroísta”, integrado por Bogotá, Santiago y eventualmente, Lima. Después, entendió que la organización subversiva le era más útil con una propuesta democrática bajo el brazo, para la construcción de la alternativa chavista en Colombia. Esa es una de las razones para que fuese Caracas el cerebro organizador y ejecutor de las posteriores y vigentes conversaciones de La Habana.

En su propio terreno y al tiempo con lo anterior, el gobernante venezolano convocó a la Asamblea Constituyente, con la intención lograda de eliminar la división de poderes y concentrarlos en la figura del Ejecutivo, para así -al menos en el discurso- “lograr una mayor aproximación al pueblo en las decisiones económicas, políticas, culturales y militares”, esencia del socialismo. En este giro de representatividad se disuelve el concepto tradicional de representación -la parlamentaria es una de ellas- y comienza a operar una suerte de “intervención directa del ciudadano” que no emula los soviets, pero se asemeja. El eslabón continuador del proyecto, el presidente Nicolás Maduro, dotado de facultades especiales para legislar que fueron delegadas por el poder legislativo, ya cooptado, dijo hace pocos días: ¡“Yo he logrado rebajar los precios y se van a quedar ahí, abajo”!; ese es uno de los cierres del círculo: el control social integral, distante ya de los mecanismos democráticos conocidos.

Pero, no es un círculo virtuoso dada la reacción mecánica a esta forma de transformación social que han generado, además de la violencia cotidiana incontrolable y de alguna forma tolerada, una inflación que se encuentra entre las más elevadas del mundo -alrededor de un 40 por ciento anual y en crecimiento- sólo comparable con países como Sudán y también en dimensión cercana a la que sufre Argentina. Deformaciones de los índices que se imponen en conjunto con el desabastecimiento y la fractura y confrontación generalizada del cuerpo social.

En discurso parecido al de Cristina Fernández, Maduro y la dirigencia venezolana en el poder achaca esos fenómenos a la “guerra económica” que habría desatado una indistinguible y fantasmal burguesía para “torpedear la revolución que favorece a los pobres”, siguiendo a otro teórico: el argentino Ernesto Laclau****, quien plantea esa forma de enfrentamiento integral en el seno social, para fortalecer el poder alternativo. De esta manera y al igual que su predecesor y maestro Hugo Chávez, Nicolás Maduro compra votos y fervor popular temporal pero no aplica, por ejemplo, la ley de costos y precios justos, vigente en Venezuela junto con otras disposiciones que garantizarían el acceso más fácil a bienes y servicios sin necesidad de acudir al choque generalizado, tocando de manera provocadora y planeada las cuestiones sensibles para la opinión pública.

chavismo (Copiar)Chávez construyó las bases del neosocialismo “siendo un narcisista limitado en lo intelectual, motivado exclusivamente por el poder y sin ideología definida, debido a su indisciplina”, según lo describió de manera descarnada su amigo y mentor, Luis Michelena, y eso no era un buen presagio para el futuro de su proyecto. Pero la búsqueda y el hallazgo de un norte ideológico le permitieron a Chávez consolidar su propuesta. Para ello decidió aceptar, en principio, la asesoría del ideólogo argentino Norberto Ceresole*****, un personaje enigmático y contradictorio pero de amplia y fuerte producción intelectual, quien para algunos no es más que un fascista y para otros un innovador del socialismo, confusión que surge de la vida misma de Ceresole, ya fallecido, y de su origen cercano al peronismo ortodoxo de su país, con el agregado de los complejos desarrollos del último medio siglo en la política argentina.

En el 2005 -después de la muerte de Ceresole y de un distanciamiento previo- Chávez promocionó al para entonces desconocido alemán Heinz Dieterich Steffan, promotor hacia 1996 del Socialismo del Siglo XXI. En ese cuadro no son muchos los que detectan que hay una planeación para Colombia en la visión del chavismo. Eso incluye la implantación de un viejo, desacreditado y fracasado modelo económico, filosófico y social concebido en el XIX por Marx y Engels, remozado ahora con nuevas pancartas, relatos y procesos que abrevan en concepciones como las de Antonio Gramsci y Michel Foucault******, las cuales proponen e imponen como ecuación política, derivada de lo ideológico, la destrucción de la economía social de mercado para implantar la llamada “economía socialista de equivalencias”. Ese es el caballo que de manera mansa trota en La Habana y sobre el cual pocos advierten aún que es de madera, con gente adentro, y con objetivos precisos (aresprensa).

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** El concepto de seguridad es en la actualidad multidimensional y distante de la idea original, entendida como seguridad del Estado. Esa condición multidimensional distingue la seguridad ciudadana y la seguridad humana, entre otras.

*** Los dispositivos de choque aparecieron en la Italia fascista como núcleos organizados para la “acción directa” en contra de los opositores del momento.  

**** Ernesto Laclau es un teórico político argentino identificado comopostmarxista, autor de numerosos libros; entre ellos “La Razón Populista”, editado por el Fondo de Cultura Económica.

***** Norberto Ceresole fue un politólogo y sociólogo argentino que se identificó con el pensamiento del peronismo originario y su nacionalismo. Después coincidió con los sectores izquierdistas de ese movimiento y su adhesión con la opción armada, que lo vincularon con el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Negó el holocausto de la Segunda Guerra Mundial y fue partidario del rechazo al determinismo sionista, que terminó creando el Estado de Israel.

****** De Antonio Gramsci el pensamiento bolivariano toma la noción de “bloque histórico”, su habilidad y condiciones de alteración; de Michel Foucault se adopta la idea de “poder” y en especial las fisuras y procesos de disolución del mismo, que tiene puntos en común con las concepciones de Gramsci.

 

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Redacción Minuto30

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