“los vaticinios apocalípticos ya no deben tomarse con ironía o desdén.
Podríamos dejar a las generaciones venideras escombros, desolación
y suciedad” Papa Francisco. Laudato sí

Indudablemente la 21ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP21), que tuvo lugar en París entre el 30 de noviembre al 11 de diciembre de 2015[1], marcó un hito de la mayor importancia en la lucha contra el calentamiento global y el compromiso de la comunidad internacional para tomar las medidas tendientes a contrarrestarlo. La misma fue organizada por la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC). En esta Conferencia se alcanzó, por primera vez en la historia, un Acuerdo global, con la más amplia base de apoyo, habida cuenta de la activa participación de 195 jefes de Estado y de Gobierno. Además de haber sido aprobado por aclamación, una vez ratificado por lo menos por 55 países que representaran  al menos el 55% de las emisiones totales de gases de efecto invernadero (GEI), como en efecto se dio el 4 de noviembre del año anterior, adquiere poder vinculante.

Tres días después de la entrada en vigencia el Acuerdo de la COP21, ratificado por 109 países, se instaló la COP22, esta vez en Morrakech, Marruecos, la cual tuvo por objetivo fundamental definir el calendario y las reglas para su aplicación durante el período 2017 – 2019. Se trata, nada menos que de implementar mecanismos que permitan llevar un registro transparente de las emisiones a nivel mundial de los gases de efecto invernadero (GEI), al tiempo que se disponga de un indicador confiable de los esfuerzos realizados por cada país en cumplimiento del compromiso adquirido. Sólo de esta manera se puede garantizar que lo acordado no se vuelva agua de borrajas y así impedir que el aumento de la temperatura llegue a los 2 grados centígrados con respecto a la era pre-industrial o, como se acordó en París “en lo posible bajarlo a 1.5 grados”.

El reto no es menor si tenemos en cuenta que el 2016 fue el primer año completo con concentración de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera por encima de la barrera psicológica de las 400 ppm. Según la Agencia de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP) para lograr mantener a raya la temperatura promedio global e impedir que aumente más de los fatídicos 2 grados Celsius al final de este siglo, el compromiso contraído por parte de los países de la reducción de las emisiones de GEI deberían duplicarse.

En la Proclamación de la Acción por el Clima y el Desarrollo Sostenible de Marrakech se consagró el compromiso de promover, antes del 2020, acciones concretas tendientes a frenar el calentamiento global y, particularmente, dar respuesta a los requerimientos en vías de desarrollo para que estos puedan hacer su parte. En el marco de la COP22 se dieron los primeros pasos en la redacción del Reglamento que regirá el Acuerdo de París y se convino convocar una nueva cita en Alemania el año entrante con el fin de evaluar el progreso en el cumplimiento de lo acordado y posteriormente se hará lo propio en Polonia en 2018. Ya, a partir de 2020 cada 5 años se hará un corte obligatorio y una evaluación del cumplimiento de los compromisos adquiridos por las partes de reducción de las emisiones de GEI. Esta es la pieza cable para ponerle el freno de mano al calentamiento global.

También se avanzó en esta Cumbre en lo atinente a la financiación de las acciones que se derivan de lo acordado, a la que todos los países habrán de concurrir, en particular los países desarrollados que son los mayores emisores de GEI. Entre China, que ocupa hoy el primer lugar, los EEUU que la secunda y la Unión Europea (UE) contribuyen con el 78% de la totalidad de las emisiones de GEI que día a día se concentran inexorablemente en la atmósfera, principal causa del calentamiento global como lo prueba la Curva de Keeling. De allí la importancia de la decisión que tomaron de avanzar en los esfuerzos para contar con una fuente segura de financiamiento, que permita trascender, ir más allá del 2020, que fue la meta volante que se estableció en la Cumbre de Paris, con el Fondo de Adaptación del Protocolo de Kyoto. Este, que expiraba en 2020, recibe esta bala de oxígeno, quedando incorporado al Acuerdo de París.

Desde luego, las delegaciones de los diferentes países se levantaron de la mesa pero con la misión de continuar negociando tanto lo relativo a la financiación como lo atinente al calendario del plan de acción, la transparencia de la lucha contra el cambio climático, así como todo lo que tiene que ver con los compromisos de transición energética y la transferencia de tecnologías. La idea es poder cerrar estas negociaciones “a mas tardar” en el 2018.

[1] Amylkar D. Acosta M. De Kyoto a la COP21. Diciembre, 27 de 2015

Ex director ejecutivo de la Federación Nacional de Departamentos
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Redacción Minuto30

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