Del modo de vivir tranquilo, apacible y gozoso, hace parte la vieja tienda de pueblo. Por allá en los años sesenta había en mi pueblo El Santuario, varias tiendas que constituían templos a los que concurríamos los parroquianos a falta de cafés u otros lugares de encuentro social; y es que las añejas tiendas de pueblo, además de servir de proveedoras de los medios de vida (granos, alimentos y otros productos), servían de espacios públicos de esparcimiento, conversaciones y hasta citas amorosas.

Lucían en ellos coloridos afiches promocionales de productos consumibles; allí un afiche de chocolate cruz; en otro lugar uno de su competencia, chocolate Luker; los que anunciaban las cervezas Pilsen y Clarita en la región paisa no faltaban en estas amables misceláneas; infaltable era el afiche calendario de cigarrillos Pielroja con la bella mujer guillando un ojo y el lema legendario: satisface plenamente el deseo de fumar.

Era común encontrar en tiendas comarcales, principalmente en las del área de la región paisa, el cuadro que exhibía un gordo bonachón que presumía el haber vendido al contado y otro flaco desgarbado a cuyos pies había ratones roedores que significaba la ruina del ingenio comerciante, el que se quejaba de haber vendido al fiado. ¡Cuántas horas y días pasamos adolescentes, adultos y viejos en estas agradables tiendas en las que destacaban sus entrepaños, hoy quizá centenarios, en los que se exhibía una gama de productos, comestibles, gaseosas y una gran variedad de elementos necesarios en los hogares! Era costumbre que casi todos los aldeanos mercaran los domingos y cuando se requerían compras adicionales semanales se apuntaban en una libreta cuya deuda se cancelaba periódicamente.
Famosa fue en mi barrio La Judea la tienda de Arturo Escobar, serio y rico tendero que fue el proveedor de decenas de familias del barrio y veredas santuarianas. Muchas tardes pasamos allí muchos lugareños atraídos por la buena parla del papá de Arturo, el buen anciano Josecito Escobar, amable señor y tertuliador exquisito que nos cautivaba contándonos sus anécdotas de juventud y sus experiencias por tierras lejanas mientas fumaba tabaco en su pequeña pipa. No sabíamos ni aún sabemos por qué esas pequeñas pipas se llamaban mulas, pero Josecito se preciaba de contar con una colección de ellas.

El acontecer familiar, pueblerino, nacional y hasta internacional hacía parte de la charla cotidiana en la que los mayores enseñaban e ilustraban a los que apenas nos asomábamos a la vida social.

En tiempos en los que la radio estaba en su apogeo utilizábamos también las tiendas para escuchar las radionovelas de moda. En nuestro caso, para tal, fin preferíamos la tienda de Aníbal Escobar, hermano de Arturo, esquinera y calurosa a la que acudíamos los muchachos de las barriada a disfrutar las aventuras de Kalimán, Arandú y demás héroes de la vieja y mágica radio en la que Gaspar Ospina ejecutaba los más atractivos papeles de estas historias y aventuras que hicieran de nuestra niñez y juventud una época dichosa y especialmente gozosa.

Tienda de estudiantes y bellas colegialas fue la famosa de los zuluagas, ubicada en la calle principal de mi poblacho, regentada por los hermanos Julián y Felipe Zuluaga, solterón el primero, que fue víctima de jóvenes hermosas que fingiendo quererlo o admirarlo recibían a cambio comestibles y regalos de este pequeño bazar repleto de las mercaderías más exóticas. Corozos, zapotes, mangos, algarrobos y otros elementos para los juegos de los niños y jóvenes santuarianos abundaban en este local viejo pero acogedor que era visitado como pocos en la localidad.

La tienda de José Jesús Serna famosa fue por expender en ella el espigado y malgeniado José Jesús elementos que no se podían adquirir en otra; azúcar, mitrio y antimonio para elaborar pólvora y veneno contra las plagas caseras era la especialidad de este lugar ubicado en todo el marco de la plaza principal santuariana. Algunas de menor alcurnia y clientela como la de Pedro Tuso u Horacio Aristizábal (grillo) hacían parte de estos agradables espacios del mapa urbano de mi pueblo natal.

Quedan todavía en coloniales pueblos como Sonsón, Urrao, Jericó, Titiribí, Liborina, tiendas centenarias que nos recuerdan estos bellos bazares pueblerinos que nos evocan tiempos de vida bucólica y serena ajena a los ajetreos citadinos con sus supermercados tan limpios y abundantes de mercaderías, pero tan poco amables para el espíritu.

Barrios de ciudad existen con tiendas, legumbrerías que semejan las de la comarca del siglo pasado; quedan todavía hombres y mujeres que a ellas acuden no solo para mercar sino para degustar cerveza, ron o aguardiente, convencidos que saben bien aún cuando se ingieran en modestas mesas o bultos de maíz u otros granos, dado que el licor así consumido tiene el aditamento de la nostalgia por un lejano ayer.

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Redacción Minuto30

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