El pasado 3 de julio, recordé el nacimiento de Kafka. Debo confesar que por alguna razón, recuerdo con facilidad las fechas de nacimiento y fallecimiento de los grandes escritores (a los que considero amigos del alma), tal vez porque ellos (y ellas, claro está) me han hecho estremecer ante las realidades del mundo, al igual que ante los enigmas que vivimos ayer, que vivimos hoy, y, seguramente, los que viviremos mañana. Uno ellos fue el checo Franz Kafka, favorito por lo que significó en mi adolescencia, un poco perdida entre la cordillera Central y la Occidental, y en medio de ellas, el rio Cauca, un rio paciente, amoroso y largo, que cruza airoso casi a media Colombia.

“Al suceder un hecho incomprensible, o al oír o leer un texto enigmático –dice el estudioso Jorge Eduardo Hurtado Gómez–, los hombres nos afanamos con impaciencia por hallar tras él una explicación que deshaga su misterio y nos devuelva la calma en que vivimos en nuestro mundo cotidiano, monótono y predecible. Lo extraño nos saca de quicio y nos impulsa a hallar y denunciar, por medio de la razón, la lógica secreta que tras él, como un niño travieso, se oculta. Pero la verdad es que aquí lo único oculto es nuestra necesidad de calmarnos ante la visión irritante de lo incomprensible”.

Tal vez ninguna obra literaria de autor alguno, refleje, con tanto verismo, la dureza de la vida, la angustia, el desarraigo y la enajenación de los hombres ante determinadas circunstancias, épocas y modos de producción, como la de Franz Kafka; es la historia del hombre con su carga de amargura y desazón, producto de no ser considerado en muchos casos un ser humano, sino tan sólo como un objeto.

Kafka nació el 3 de julio de 1883, en la ciudad de Praga, capital de Checoslovaquia; entre 1889 y 1901 realizó estudios de primaria, bachillerato y derecho en la Universidad de Charles, en Praga. Su época escolar fue rica en actividades literarias y sociales, destacándose en la organización y promoción de representaciones teatrales para espectadores de origen judío-alemán, población muy típica de la Praga del siglo XVII.

Contrario a lo que narran algunos biógrafos, impresionaba a los demás por su aspecto algo infantil, pulcro, austero, y una conducta apacible, una inteligencia aguda y un buen sentido del humor. De esta época data su amistad con Max Brod, su futuro editor, y quien hizo caso omiso, años más tarde, de la petición que le hiciera Kafka, en el sentido de quemar los manuscritos de la casi totalidad de su obra, al momento de su muerte, salvando así para la humanidad una obra inquietante, reveladora y de inmenso valor literario.

Obtenido el doctorado en leyes, trabajó durante un año en una agencia de seguros de accidentes laborales. Por esta época fue cuando comenzó el ejercicio literario. A menudo se refería al trabajo como “tan sólo una forma de ganar dinero”, lo que se constituye, de entrada en una pista poderosa para entender los simbolismos de toda su obra literaria. En 1904 publicó su libro Descripción de una lucha; en 1913, Contemplación; y, en 1915, su famoso relato La metamorfosis.

En 1919 publica Un médico rural, compuesto por catorce cuentos fantásticos o catorce lacónicas pesadillas. Max Brod, su amigo y albacea literario, que, como ya se dijo, hizo caso omiso de sus instrucciones, supervisó la publicación de la mayor parte de la obra que quedó en su poder tras la muerte del escritor, ocurrida el 3 de junio de 1924, víctima de la tuberculosis, en el sanatorio de Kierling, cerca de Viena, e incluso llegó a editar buena parte de la producción kafkiana.

Entre las publicaciones póstumas, tenemos: El proceso (1925), El castillo (1926) y América (1931). Toda su obra está escrita originalmente en alemán; aunque muchos críticos han querido encontrarle ubicación a la obra de Kafka en escuelas como la modernista, la mágica realista, entre otras, es claro que su obra está impregnada de desesperación, absurdos y enajenación, elementos estos que se consideran emblemáticos del existencialismo.

Sobre la idea extendida de que su obra es producto de un Kafka atormentado, retraído y tímido, algunos críticos expresan que representa mucho más que el estereotipo de una figura solitaria que escribía movido por la angustia, y que su trabajo era mucho más deliberado, subversivo y no obstante más “alegre” de lo que parecía ser. Los biógrafos cercanos a él, escribieron que Kafka tenía la costumbre de leer capítulos del libro en el que estaba trabajando a sus amigos más íntimos.

Estas lecturas se centraban en el constante, pero muy a menudo ignorado lado humorístico de su prosa. Milan Kundera se refiere al humor fundamentalmente surrealista de Kafka como el principal predecesor de posteriores artistas como Federico Fellini, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Salman Rushdie. “Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontróse en su cama convertido en un monstruoso insecto.

(…)”. Al leer La metamorfosis, Gabo expresó: “La metamorfosis de Kafka, me mostró que era posible escribir de una manera diferente…”.

Algunos escritores, cuya fecha de nacimiento (o fallecimiento) no es más que una coartada para recordarlos, nos recuerdan el enigma de la vida que vivimos, como una predicción a la historia que hoy nos toca vivir, pero que no percibimos, y por ello duele más.

Recuerdo con facilidad la fecha de nacimiento y fallecimiento de Kafka, porque él representa el estado permanente de frustración humana; es el gris más intenso de toda la historia de la literatura; Es el oscuro que los herederos del existencialismo quisieron copiar; lo recuerdo con un íntimo cariño filial, comprendiendo su ser obsesivo que decía estar “hecho de literatura”, literatura que para él, más que un interés y una inclinación, más que una profesión y un entretenimiento, fue su verdadera vida.

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Redacción Minuto30

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