Carl Jung fue un médico psiquiatra y psicólogo suizo, figura clave del psicoanálisis con Freud. Una de sus obras medulares se descubrió hace pocos años (2009), conocida como El libro nuevo, cuyos manuscritos forró con pasta roja, algunos erróneamente llamaron libro rojo de Jung. Se considera como el “Santo Grial del inconsciente” porque plasma de manera profética y medieval el estudio de lo inconsciente- Comportamientos hoy comunes en las personas.

En algunos apartes narra los encuentros con imágenes simbólicas que usualmente son personajes con los que Jung interactúa promoviendo la toma de consciencia de procesos disociados de su personalidad, abriendo la posibilidad de lograr la función trascendente. Recordamos la historia del barco que entra en cuarentena por el riesgo de importar una peste. Es el diálogo entre un chico desesperado y el experimentado capitán del navío.

¡Capitán!, estoy desesperado, ansioso y agobiado debido a la cuarentena que nos han impuesto en el puerto” 

“¿Que te inquieta chico? ¿No tienes bastante comida? ¿No duermes bastante?” 

“No es eso, capitán. No soporto no poder bajar a tierra y no poder abrazar mi familia”.

“¿Y si te dejaran bajar y estuvieras contagioso, soportarías la culpa de infectar alguien querido que no puede sobrevivir a la enfermedad?”

 “No me lo perdonaría nunca, aún cuando para mí, han inventado esta peste” 

“Puede ser. ¿Pero si no fuese así?”

“Entiendo, pero me siento privado de la libertad capitán”

“Y tú debes privarte aún de algo más”

“Me estáis tomando el pelo?”

“En absoluto. Si te privas de algo sin responder de manera adecuada, has perdido”

“Según usted si me quitan algo, ¿para vencer debo quitarme alguna cosa más por mí mismo?”

“Así es. Lo hice en la cuarentena hace 7 años.”

“¿Y qué es lo que os quitaste?”

“Tenía que esperar más de 20 días en el barco. Eran meses para llegar al puerto y gozar de la primavera. Hubo una epidemia. En Port April nos vetaron de bajar. Los primeros días fueron duros. Me sentía como vosotros. Luego empecé a contestar a aquellas imposiciones no utilizando la lógica.

Sabía que tras 21 días de este comportamiento se crea una costumbre. En vez de lamentar y crear costumbres desastrosas, empecé a portarme de manera diferente a todos. Empecé a reflexionar sobre aquellos que tienen muchas privaciones en su miserable vida y luego, por entrar en la óptica justa, decidí vencer.

Empecé con el alimento, comiendo la mitad de cuanto comía habitualmente, luego empecé a seleccionar los alimentos más digeribles. Pasé a nutrirme de alimentos que, por tradición, habían mantenido al hombre saludable.  

El paso siguiente fue unir a esto una depuración de pensamientos malsanos y tener cada vez más pensamientos grandes y nobles. Me impuse de leer, al menos una página cada día, de un libro que no conocía. Me impuse hacer ejercicios sobre el puente del barco.

Un viejo hindú me había enseñado que el cuerpo se potenciaba reteniendo el aliento. Me impuse hacer profundas respiraciones completas cada mañana. Creo que mis pulmones nunca habían llegado a tal capacidad y fuerza. La tarde era la hora de las oraciones, de dar las gracias a cualquier entidad por no haberme dado privaciones serias durante toda mi vida.  

El hindú me había aconsejado coger la costumbre de imaginar la luz entrar en mí y hacerme más fuerte. Podía funcionar también para la gente querida que estaba lejos; esta práctica la integré en mi rutina diaria sobre el barco. En vez de pensar en todo lo que no podía hacer, pensaba en lo que habría hecho una vez bajase a tierra. 

Visualizaba las escenas cada día, las vivía intensamente y gozaba de la espera. Todo lo que podemos obtener en seguida, nunca es interesante. La espera sirve para sublimar el deseo y hacerlo más poderoso. Me había privado de alimentos suculentos y botellas de vino. Me había privado de jugar a las cartas, de dormir mucho, de pensar solo en lo que me habían quitado.  

“¿Como acabó capitán?” 

“Adquirí todas aquellas costumbres nuevas. Me dejaron bajar después de mucho más tiempo del previsto, como le puede acontecer al mundo en cualquier momento y hay que estar preparados.”  

“”Os privaron de la primavera entonces?”

“Si, aquel año me privaron de la primavera, y de muchas cosas más, pero yo había florecido igualmente, me había llevado la primavera dentro de mi ser y nadie, nunca más, podrá arrebatármela”.

La predicción de Jung de hace 100 años está basada en la propia naturaleza y condición humana. Si hoy no nos privamos del tener tantas cosas frívolas, de disfrutar momentos vanos, si no construimos nuestra propia primavera, nos arriesgamos a perderlo todo. El esfuerzo y aporte que se inviertan en esta cuarentena, nos permitirán disfrutar de muchas primaveras, con el valor agregado de ser más sabios. Solo así, jamás nos quitarán la primavera.

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Redacción Minuto30

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