Los cambios sociales suelen ocurrir entre la convulsión, especialmente porque las fuerzas del pasado se aferran a la hegemonía que ostentaron si enterarse suficientemente que hacen parte del pasado, esa es la tormenta por la que atraviesa la ciudad; si bien los canales de propaganda de esa hegemonía en caducidad nos quieren hacer creer que surcamos una situación insostenible, la tormenta no es otra cosa que la alaraca desesperada de quienes se resisten a entender que ya no representan simbólica y políticamente los anhelos de los ciudadanos.

En los últimos años la ciudad y la región han ocupado la ominosa dignidad de ser el bastión del uribismo, esa organización política supo durante años representar los sentimientos de los antioqueños pues el miedo causado por la guerra y aupado desde los micrófonos oficiales – esos mismos que hoy convocan el desastre – mantuvo nuestra sociedad en el letargo de elegir la protección de un patriarca omnipotente y omnipresente, trabajador de sol a sol, una figura que convocaba la latencia conservadora de la sociedad antioqueña.

Si bien la guerra no ha desaparecido, pese a los múltiples obstáculos que ha tenido el proceso de paz el desarme del enemigo encarnado por la insurgencia ha permitido que la sociedad paulatinamente supere el miedo y se permita movilizarse por otras razones dando lugar a que la ciudadanía sea más difícil de manipular por la vía del miedo. Sin duda, este es el motivo más importante del uribismo para oponerse al proceso de paz, la ausencia de la guerra implica para ellos la perdida de vigencia, sin enemigo común no hay salvador, capataz o tipo guapo para ofrecerle a la sociedad.

Han demostrado con creces los uribistas que pueden destruir el país con tal de no perder vigencia en el debate político, de su éxito electoral depende también la libertad de sus militantes, por lo que se han dedicado a sabotear las administraciones locales en las que fueron contundentemente derrotados en con el agravante de poner en el foco de la opinión a los mandatarios locales mientras tratan de ocultar, siempre sin éxito, su ineficacia en el gobierno nacional.

La posverdad, que siempre ha hecho parte de su arsenal y la insistencia, sumado a una realidad social resaltada por los efectos económicos, sociales y psicológicos de la pandemia son la estrategia para resistirle al olvido que se les torna inevitable, no podrán actualizar su odio, no tienen como hacer mayoritario el miedo. La victoria electoral y por tanto su libertad les es esquiva, de eso dan cuenta sus desesperos que aunque son sus últimas fuerzas, son dañinas más por perniciosas que por potentes.

En perspectiva, los escándalos a los que someten tan sistemáticamente la ciudad, con sus aliados históricos y aparentemente diferentes, no se asemejan siquiera a descalabros de la entidad de Hidroituango, el Space, la captura de un secretario de seguridad por acordar con bandidos y un largo etcetara del que la ciudad todavía guarda memoria. La polémica esta más asociada a su capacidad de difusión, son expertos en fabricar calumnias mientras los órganos de control sistemáticamente ponen en evidencia sus pilatunas.

Por el contrario, la ciudad pese a las dificultades recupera la confianza en sí misma. Más allá de un liderazgo individual, Medellín demuestra la capacidad transformadora de la independencia. Una idea integradora de independencia, que no implica el ascetismo que algunos predican sino la posibilidad de conversar con todos sin tener que obedecer a nadie, una ciudad en la que todos caben y en la que la ciudadanía transita del miedo a la esperanza. Con turbulencias que solo indican lo cerca que estamos de aterrizar en buen puerto. El cambio es imparable.

Author Signature
Redacción Minuto30

Lo que leas hoy en Minuto30... Mañana será noticia.

  • Compartir:
  • Comentarios

  • Anuncio