De la misma forma que construir un gran edificio requiere de un diseño y construcción de su estructura de acero, concreto y vidrio, social y culturalmente también se construyen estructuras a través de las cuales las personas vivimos nuestra cotidianidad, en especial lo que podemos y no podemos hacer. Estas estructuras muchas veces son igual de incuestionables o susceptibles de ser modificadas porque son nuestra idiosincrasia, nuestras representaciones de la realidad, nuestras formas de llamar y nombrar los objetos y de calificar las prácticas que desarrollamos.

Desde los años 90 los esfuerzos de las administraciones se han enfrascado en cambiar las representaciones que había sobre Medellín como la ciudad más violenta de América Latina, o la ciudad del narcotráfico, entre otras más escabrosas. En esta meta han buscado representarla como la más innovadora o la más educada, con sus aciertos y desaciertos, pero nos dejan varios interrogantes de si realmente lo hemos sido, en el marco de nuestra realidad social y económica.

Por ello, me resulta inevitable recordar a la profesora Ana Catalina Reyes Cárdenas (QEPD), quien en su tesis de maestría hacía una crítica histórica de considerar a Medellín como una ciudad puramente industrializada, modernizada, económicamente próspera, salubre y organizada, con base a la pregunta “¿para quién?”. La vida cotidiana de los habitantes de Medellín se caracterizó por sufrir un deterioro de las condiciones de vida de sus habitantes por los acelerados proyectos de modernización e industrialización, y sólo lograron consolidar una élite que no se ocupó de atender las vulnerabilidades de las poblaciones que iban poblando el norte de la ciudad.

¿Cómo se explica uno que en una ciudad que tiene tantas empresas sólidas, tanto públicas como privadas, tengamos niveles tan altos de pobreza y desigualdad? ¿Por qué en la ciudad de EPM (un referente mundial en servicios públicos) hay personas sin acceso a estos servicios o están desconectadas? Las cifras que tenemos hoy, de personas en riesgo social son el fruto acumulado de décadas de gobiernos que no priorizaron estos asuntos, y cuyos principios de actuación pública fueron enfocados en planear para potenciar sus beneficios económicos en el sur de la ciudad.

En este juego entre lo económico y lo social en el que se jugaba con el patrimonio y la dignidad de las personas, el árbitro, el encargado de igualar las reglas para que el juego fuera más justo y menos nocivo era el gobierno de la ciudad, y este permaneció inmóvil o muchas veces fue el ejecutor de las decisiones que tomaba una élite económica para aumentar sus utilidades. Por lo general, se cree que si las empresas tienen más ingresos habría un beneficio generalizado para la sociedad, pero lo que han mostrado los documentos técnicos del BID, Banco Mundial, la ONU, la CEPAL y la OCDE, es otra realidad: un mayor desarrollo económico no se ha traducido en mejores condiciones de vida para las poblaciones más vulnerables, dado que los capitales se concentran en los grupos económicos hegemónicos.

¿Entonces qué defienden quienes insisten en decir que Medellín es la más educada (si nuestros estudiantes no tienen los medios necesarios para estudiar), o como la más innovadora (si el 90% de los emprendimientos se constituyen para cubrir el día a día de las personas)? Sin lugar a duda, defienden el encubrimiento de las precarias condiciones de vida que tienen y han tenido los y las habitantes de Medellín, escondiéndose detrás de discursos muy elaborados para ocultar que existen poblaciones vulnerables que son invisibles para el Estado y que éste no ha llegado con soluciones concretas para mitigar el impacto de las estructuras de desigualdad que imperan en la ciudad.

Consideremos lo siguiente, si el acceso a la alimentación depende de que las personas tengan acceso a un trabajo digno, entonces en nuestro país y nuestra ciudad, el acceso a los bienes y servicios de primera necesidad es desigual. La mayoría de las personas, en edad productiva que vive en Medellín, devenga menos de un salario mínimo legal vigente, un recurso insuficiente para cubrir la canasta básica familiar mensual, y adicionalmente, el tiempo y los recursos que invierte una persona que vive en el norte para su desplazamiento hacia el sur, para llegar a su puesto de trabajo, puede alcanzar a sumar entre dos y cuatro pasajes al día; un gasto similar si debe buscar entretenimiento o espacios para su esparcimiento.

Lo anterior es un claro ejemplo de cómo los gobiernos de esta ciudad no se han preocupado por planear el desarrollo integral de la zona Norte de la ciudad, sino que concentraron la planeación del desarrollo y de los recursos en la Zona Sur de esta. Hasta hace cuatro o cinco años la zona norte no contaba ni siquiera con salas de cine o centros de comerciales, y la ubicación de los dos que tienen, están más cercanas al centro que al mismo norte de la ciudad. Lo mismo nos podríamos preguntar por el acceso a las zonas de recreación, espacio público, restaurantes, entre otros.

Me gustaría retar a las personas que lean este artículo a que evidencien cuánta infraestructura pública hay en las comunas de la zona Norte de la ciudad en comparación con otras zonas: cuántos semáforos, señalización, pasamanos, andenes, ciclovías, espacios accesibles para personas con discapacidad, alumbrado público, cuantas calles faltan por pavimentar o adecuar. La evidencia nos muestra que hay un desigual reparto de los recursos públicos entre las comunas de Medellín.

Subsiste, entonces, la siguiente pregunta: Si repetían una y otra vez que Medellín “iba por buen camino” bajo el modelo de gobierno impuesto por años, ¿por qué las condiciones que mantenían a las personas en el acceso desigual a las oportunidades para tener una mejor calidad de vida no han desaparecido o reducido sustancialmente? Porque si constantemente de forma nauseabunda se dice que las cosas iban bien, entonces todos y todas terminaremos por creer que las cosas iban bien, y esa es una premisa que no podemos seguir sosteniendo. Este constante llamado a vernos y llamarnos mejor de lo que en realidad estamos, ha sido lo que ha permitido que los gobiernos manejen las finanzas públicas como un medio para sostener las élites en la ciudad, les ha permitido sostener el imaginario de que sólo ese sector sabe gobernar esta ciudad y que, entonces, sólo ellos pueden salvar a Medellín: nada más populista y mesiánico que ese discurso.

Nos vendieron al mejor estilo de Joseph Goebbels, una propaganda repetida tantas veces hasta que se volvió una verdad, cuando sus principios de actuación pública demostraban otros intereses, cuando sus visiones sobre el desarrollo estuvieron enfocados en la parte económico-empresarial y no en el desarrollo humano de los y las habitantes de Medellín, cuando sus discursos sobre el progreso de la ciudad invisibilizaban el sufrimiento de las personas más vulnerables para mantener el espejismo de plata como la mejor ciudad de América Latina, y así lograr vendernos una humareda mientras que las condiciones estructurales de desigualdad de la ciudad se mantenían intactas.

Es aquí donde el trabajo realizado por Daniel Quintero desde la Alcaldía de Medellín y Juan Pablo Ramírez desde la Secretaría de Inclusión Social, Familias y Derechos Humanos, han permitido elevar la discusión sobre las condiciones de injusticia social que han vivido hombres, mujeres, niños y niñas de la zona norte de la ciudad (con proyectos como los computadores para las niñas y niños. Y potenciando la escuela para la inclusión y proyectando su territorialización en las zonas donde se necesite). Este es el segundo artículo en el que sostenemos la premisa de que debemos recuperar lo social, aspecto que es principio de actuación pública en esta administración; como una forma para que el norte simbólico de la brújula de la gestión pública de la ciudad apunte hacia el desarrollo integral del norte geográfico de ella.

Historiador y Magíster en Estudios Políticos de la Universidad Nacional de Colombia; Catedrático de la UN; Su trabajo académico y profesional se ha enfocado hacia la innovación social y el barrismo como movimiento Social. En los últimos años se desempeñó como subsecretario de Planeación del Desarrollo Local y Presupuesto Participativo y actualmente en la Subsecretaría Técnica de Inclusión Social
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Redacción Minuto30

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