Muchas cosas se dicen de él. De hecho, no hay semana en que los medios de comunicación no lo tengan como tema de discusión. Sin embargo, en medio de este turbulento contexto creo que es necesario que las personas sepan más acerca del hombre que está detrás del político. Por eso, hoy les quiero hablar sobre el Álvaro Uribe que conozco.

En estos dos años que he trabajado a su lado he logrado entender la razón de su éxito electoral. La disciplina, el liderazgo y la convicción en un modelo de País son factores innegociables para él. No obstante, más allá de estas cualidades profesionales, puedo decir sin temor a equivocarme que su verdadero motor es el amor por Colombia.

En el Congreso es el primero en llegar y el último en irse. Pone atención a todos los debates, está pendiente del funcionamiento de la bancada, estudia en detalle los proyectos, con argumentos defiende lo que considera correcto y se opone a lo que cree negativo. Su voz es la más experimentada del Parlamento y cada vez que interviene un silencio absoluto permea el recinto del Senado que se dispone a escucharlo sin vacilaciones.

En las regiones es un verdadero político. No en el sentido negativo de la politiquería que todos repudiamos, sino en la genuina vocación de servicio al pueblo. Antes que ir a cocteles y eventos sociales, prefiere hablar con los tenderos, los emprendedores y, en general, con el ciudadano de a pie, ya sea a través de los consejos comunales o los talleres democráticos. Los recorridos son extensos, pero sumamente reconfortantes, en especial cuando a raíz de ellos se estructuran las medidas legislativas y administrativas que se toman desde Bogotá.

De hecho, el diálogo popular, más que un eslogan de campaña, es su verdadero estilo de vida. La única arma que tiene para luchar en el ácido mundo político es el celular que usa para comunicarse con miles de ciudadanos que acuden a él para transmitirle las preocupaciones de un País que trabaja incansablemente para salir adelante.

Más que cálculos políticos, toma las decisiones pensando en las próximas generaciones. Es consciente que los gobiernos y las mayorías van y vienen, pero que el poder de las ideas trasciende las coyunturas y diferencia a los estadistas de los acomodados.

Ahora bien, por supuesto que también tiene errores, pero ¿quién no? Si fuéramos perfectos no estaríamos en este plano de la existencia y habríamos trascendido a otro nivel de ser. Sin embargo, una cosa es tener defectos y otra muy diferente cruzar la línea que separa lo legal de lo ilegal.

Frente a este tema debo ser bastante claro: no veo a alguien que ha ostentado las mayores dignidades del Estado haciendo maniobras oscuras para obtener declaraciones apuradas. Esa conducta es propia de aquellos que viven en medio de la ilegalidad, pero no de alguien cuya vida ha sido un libro abierto durante más de 30 años.

Porque seamos claros, los retos que ha tenido no son menores. Por ejemplo, ser Gobernador de Antioquia en los 90´s no era tarea fácil. Para nadie es un secreto que el Departamento era uno de los epicentros de las confrontaciones armadas entre la guerrilla, los paramilitares y el Ejército. No obstante, aunque pudo haberse hecho el loco y mirar hacia otro lado, le puso el pecho a la situación y restableció el orden público en un territorio históricamente golpeado por la violencia.

De igual manera, asumir la Presidencia tras el fracaso del Caguán y el consecuente empoderamiento armado de las Farc que obligaba a más de 300 alcaldes a gobernar de forma remota desde las capitales de los departamentos era prácticamente una misión suicida, de la misma manera que volver al Senado después de haber ocupado la primera magistratura del Estado representaba un reto sin precedentes en la historia reciente del País.

Lógicamente, tomar las difíciles decisiones que acarrea el poder también implica ganarse grandes enemigos. Haber desmontado al paramilitarismo, disminuido considerablemente a la guerrilla y quitarles los bienes y los negocios a los narcotraficantes fueron acciones que sembraron odio en sujetos indeseados, pero que se compensa con el infinito sentimiento de gratitud que le guardamos los Colombianos.

Alcalde, Gobernador, cuatro veces Senador con la mayor votación de la historia y en dos ocasiones Presidente. Ese es Álvaro Uribe.

Creo en su inocencia de la misma manera en que le di mi voto de confianza para que llevara las riendas del País.

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Redacción Minuto30

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