Desde esta trinchera aperada con la lógica, el patriotismo y la razón como únicas armas, con las equivocaciones propias de cualquier obra humana, he tratado a lo largo de los últimos nueve años de generar conciencia entre los lectores sobre asuntos que, a mi juicio, resultan sustantivos y trascendentales para salvaguardar la democracia, las instituciones y los recursos económicos destinados a suplir las grandes necesidades de los más vulnerables, en una sociedad escabrosamente desigual como la nuestra. En desarrollo de dicha actividad periodística y de denuncia, me he encontrado de frente con la diabólica figura de la corrupción administrativa y política, que quizá sea de las actuaciones criminales de mayor impacto, en cuanto al daño y la afectación que causa al alma colectiva de la Nación y al modus vivendi de los menos favorecidos. La corrupción es un cáncer agresivo que hizo metástasis en Colombia.

El caso del ex gobernador de Córdoba, Alejandro Lyons, quedará inscrito en las sucias páginas del “libro” de la vergüenza nacional, como uno de los más aberrantes y lamentables. Un joven profesional que pudo cambiar el destino de una región del país azotada por todas las plagas de las que haya registro resultó un delincuente de marca mayor y “exportación”, superando con creces a todos sus antecesores, una mafia de viejos cleptómanos, politiqueros y mediocres. No entiendo aún cómo Lyons y sus cómplices hurtaron del erario cerca de 200 mil millones de pesos, con la esperanza de pasar de agache: o el poder los enloqueció, al punto de creerse intocables, o son tan brutos que no midieron las consecuencias de sus actos. Intuyo que la respuesta es: todas las anteriores.

Fui el primero en denunciar a “el Terrible” cuando figuraba entre los tres mejores gobernadores de Colombia (nada de raro tiene algo así en un país en el que, en su momento, el Congreso condecoró con la Cruz de Boyacá a capos del narcotráfico como Justo Pastor Perafán). Hubiese querido estar errado en mi juicio sobre Lyons, pero no; la verdad es que acerté y de qué manera. Debo señalar que no le ayudó en lo absoluto al exgobernador que su entorno cercano lo impulsara a hacer lo incorrecto; no contó con el consejo sabio del padre o de un tío que le advirtiera que los recursos públicos son sagrados, sino todo lo contrario: miembros de su propia familia lo compelieron a ejecutar planes mezquinos que, a la luz de su formación como penalista, eran evidentemente contrarios a derecho.

Hoy, Lyons, el autor de los carteles del sida, la hemofilia, el síndrome de Down y de tantos otros entuertos, se encuentra en una gran encrucijada: sabe que ha dicho la verdad a medias y que el dinero que piensa devolver es una bicoca, en comparación con todo lo que se robó; sin embargo, la Fiscalía, al parecer, le ofreció un buen trato: 5 años de cárcel. Lo anterior no resulta muy lógico, y él lo sabe (es abogado). Si cuenta todo, caerá gente de sus afectos, y, si entrega el botín, quedará con el pecado y sin el género. En el entretanto, su padre y otros miembros de la familia Lyons están ad portas de un “canazo”. El ejercicio no tiene cómo salir bien. Por donde se mire, “el Terrible” lleva las de perder: el Fiscal General lo está dejando avanzar, para luego destriparlo con todo el peso de la ley.

Una cosa es clara: bajo la égida del sistema acusatorio, fundamentado en la justicia premial, si Lyons cuenta la verdad con pelos y señales y desmantela la estructura criminal que lo secundó en el saqueo de Córdoba y, además, restituye la totalidad de los recursos despojados, tiene todo el derecho a no pagar un día de detención. Así funciona en todo el mundo. En EE.UU., por ejemplo, esta estrategia ha dado resultados muy eficaces en la lucha contra el crimen organizado. Pero eso es pensar con el deseo. La ambición de “el Terrible” es tan voraz que de seguro prefiere una temporada en la cárcel, antes que deshacerse de los chelines que tiene escondidos. Lo que no sabe Alejandro Lyons es que no hay dinero en el mundo que pueda pagar un día sin libertad, en la vida de un ser humano.

La ñapa I: Objetivamente le creo más al expresidente Uribe que al senador Iván Cepeda.

La ñapa II: Los que hicieron la lista de los mejores parlamentarios de Colombia se la fumaron verde: aunque hay muy buenos congresistas en el ranking, incorporaron también una serie de calandrajos, lagartos y rateros impresentables.

La ñapa III: Gustavo Bolívar no ha de hacer mucho esfuerzo para crear el perfil de los malos de sus narconovelas: basta con que se mire al espejo.

abdelaespriella@lawyersenterprise.com
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Redacción Minuto30

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