Hace unos años, a un tío de mi mama de avanzada edad pero muy buena salud, lo atropelló una moto mientras andaba tranquilamente por una acera del metro en Medellín. Murió. Desde entonces me horroriza la idea de ir caminando y mientras me siento a  salvo en el área peatonal, ser asaltada por una moto que no conforme con serpentear en el tránsito vehicular, invade los espacios peatonales.

Laura Montoya

Me horroriza la indiferencia de los conductores frente al hecho de que la vida del peatón vale más que cualquier motivo para su afán. No me consuela pensar que para el tío era su día; es inaudito que al peatón no se le respete ni se le haga respetar su espacio.

¿Acaso no es ello una obligación del Estado, de los gobiernos locales? Felicito que se construyan malecones y vías peatonales que estimulen el comercio y el turismo, pero eso no basta para considerar una ciudad apta para el caminante. En el tráfico el peatón es infinitamente el más vulnerable pues al andar no lleva casco, no lo rodea un chasis ni un airbag, pero sobretodo, porqué anda confiado de que su sitio le está garantizado.

Mientras voy a pie por Medellín, tan alagada por lo atractiva para el turista, me pregunto si, capaz de dotar con tanto esplendor algunas construcciones, no le alcanzará la plata para garantizar la integridad del peatón. Al pasar por la carrera séptima entre 63 y 64, me pregunto si algún día llegará una autoridad que obligue all Club del Comercio a devolverles su espacio a los peatones de Bogotá, con todo y árbol.

A pesar de esto, me encanta caminar y he llegado a aceptar las sobredosis de adrenalina que produce hacerlo en nuestras urbes colombianas. Por doquier los andenes son invadidos por ventas ambulantes,  señales de tránsito y postes ubicados al azar, talegos de basura y -a pesar de bolardos, multas y parquímetros, también por carros. Más aún, la circulación para personas en silla de ruedas o madres con el cochecito de su bebé continúa siendo impensable en gran parte de nuestras urbes.

Si bien ninguna ciudad del país pudo planear espacios para las hordas de motocicletas que hoy las circulan, parece que muchos motociclistas han obviado el estudio de las normas de tránsito y que las normas de transito han obviado el estudio de los motociclistas. Aunque hoy estos parecen ser la especie que mas amenaza la pervivencia del peatón en el ecosistema del tráfico urbano, no todo es su culpa. Hay mucha más en los gobiernos locales y nacional que hasta ahora han evadido la reglamentación y sanción de este y otros aspectos críticos para el espacio público y la movilidad.

¿Por qué las aceras -y su continuidad sobre las vías públicas- parecen pasar inadvertidas para las curadurías y depender de la bondad que exhiba el desarrollador del lote? Los peatones, que en un momento u otro podemos ser todos o cualquiera o nuestros hijos, deberíamos exigir soluciones prontas a esa apatía que nos demuestran tantos alcaldes y ese fenómeno de las curadurías urbanas que muchos percibimos corrompido.

Lo que me inspira el urbanismo establecido por nuestras políticas públicas, es que al peatón se le “castiga” por no tener carro. Y no tener carro parece ir atado a otras ideas de baja productividad e informalidad: A pie van los estudiantes, los desempleados o los jubilados, entre otros individuos que no tributan por su renta o por IVA, y por ende no financian importantes rubros del gasto público.

Sueño que quiénes diseñan y ejecutan la política pública en gran parte de nuestro país y solo se movilizan sobre ruedas, alguna vez hagan su recorrido a pie. A nuestras ciudades les urge una concepción de la movilidad en que el peatón tenga un rol preponderante y se le considere en el rango de individuos productivos. Ciudadanos y gobierno podemos promover desarrollos, normas y una cultura que hagan posible la convivencia de todos en la vía pública.

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Redacción Minuto30

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