Ante la dolorosa noticia del asesinato en la vereda El Cóndor, de Florencia, Caquetá, de cuatro hermanos: Deinner Alfredo, de 4 años de edad; Laura Jimena, de 10; Juliana, de 14, y Samuel de, 17, atacados por hombres armados, quisiera expresar no solamente mi solidaridad y condolencia a la familia de los menores masacrados, sino también manifestar mi indignación por este hecho execrable que acongoja al país entero.

Sofía Gaviria

También recibimos, la semana pasada, la noticia del asesinato, en Tuluá, del niño Leonardo Borrero Ramos, de 13 años de edad. Su cuerpo fue salvajemente decapitado y desmembrado.

Pero, para amargura de nuestro pueblo, esta clase de atrocidades contra los niños no son inusuales en Colombia. Según estadísticas oficiales (Medicina Legal), cada día, asesinan, en promedio, a dos menores colombianos. En el año 2013, 1.115 menores de edad perecieron víctimas de la absurda violencia que desangra al país y 20.904 fueron agredidos. Y en este 2015, ya han sido 87 los menores asesinados. Este es un panorama sombrío que debe avergonzar a la sociedad en su conjunto.

El Gobierno, por mandato constitucional, tiene que proteger de manera eficaz a sus nacionales, mucho más cuando se trata de menores de edad. El padre de los menores masacrados, Jairo Vanegas Losada, había acudido a la Fiscalía y a la Policía, a finales del pasado diciembre, para instaurar denuncia por amenazas contra sus hijos y para solicitar la debida protección, pero, según parece, nadie se preocupó por custodiarlos. Un Estado en el que las autoridades, ya alertadas, permiten que sujetos armados penetren en la casa de un niño y lo asesinen en su cama es un Estado fallido.

[pullquote]Más enferma que la sociedad que mata a sus infantes es la sociedad que, pudiéndolos proteger, no lo hace…[/pullquote] Llevo más de 20 meses recorriendo el país y he constatado la inmensa brecha de desarrollo que separa a las grandes ciudades y a los sectores rurales de Colombia. Además de la miseria imperdonable que padecen las comunidades más pobres de los centros urbanos, me ha impactado profundamente el grado de necesidades insatisfechas en regiones periféricas, como el Pacífico, buena parte de la Costa Caribe, los Llanos Orientales y la Amazonía.

Uno de los aspectos más inquietantes que crecen entre el olvido y el descuido que sufren estas regiones es el hambre, especialmente la desnutrición que padecen tantos cientos de niños en nuestro país. En este momento, cuando nos pronunciamos contra el deceso de menores a causa de la violencia, es preciso recordar que, en Colombia, mueren más niños por desnutrición, que a causa del conflicto armado. Expertos internacionales hablan de la espeluznante cifra de 6.000 niños que, cada año, morirían en Colombia debido a la inseguridad alimentaria.

Colombia sufre, pues, un verdadero genocidio infantil, tanto por la violencia, como por la falta de programas eficientes para combatir el hambre y la desnutrición.

Esperamos que el crimen de los niños caqueteños no quede en la impunidad, como los de tantos otros menores colombianos. Los entes investigativos encargados del caso deben adelantar con prontitud las pesquisas necesarias para aclarar los hechos y para identificar y ubicar a sus responsables, sin desechar ninguna hipótesis (¡es sorprendente que el Fiscal General se haya pronunciado el mismo día de la masacre para descartar que hubiera habido alguna relación de las Farc con este crimen múltiple, justamente en un departamento en el cual el 80% de la población es víctima de las Farc!). Necesitamos investigaciones rigurosas que conduzcan a la verdad y a la justicia.

Mientras tanto, el Congreso de la República debe encargarse de hacer el seguimiento necesario no sólo a este caso, sino al de tantos otros contra nuestros niños. El Legislativo y el Ejecutivo deben trabajar conjuntamente para frenar de manera acertada la violencia contra los menores colombianos y garantizarles la seguridad alimentaria y nutricional. Y la sociedad colombiana debe movilizarse para rechazar actos de barbarie contra nuestros niños y para clamar con vehemencia por que, en un país rico, como Colombia, ningún niño vuelva a morir de hambre o desnutrición.

Más enferma que la sociedad que mata a sus infantes es la sociedad que, pudiéndolos proteger, no lo hace. No podemos ser indiferentes ante los actores que asesinan o que, por omisión, dejan morir a quien más se tiene que cuidar y proteger: la niñez.

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Redacción Minuto30

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