Por Edgar Artunduaga

Felipe Zuleta Lleras es de esos personajes de la farándula nacional –que no del periodismo- a quien los colombianos hemos visto en diarias rabietas. No nos sorprenden sus cambios de temperamento, sus pataletas cada vez que le quitan una golosina.

Por Edgar Artunduaga

Zuleta es una especie de mascota, a veces despreciada por sospecharse cargada de pulgas. Otras veces se la pelean por su condición de tacita de te, adornada con sus calcetines rosados e inmaculados.

Su condición de nieto y sobrino de expresidentes, pariente de ministros, embajadores, hijo de parlamentaria le ha granjeado un camino sembrado en prebendas oficiales de todo tipo. Él mismo ha sido burócrata las veces que ha querido. Director de Instituto, consejero presidencial, viceministro o cónsul, y cuando se aburre de “mamar teta” del Estado (término que degusta cuando encuentra a quien endilgárselo) pasa al sector privado, ya sea como presidente de gremio o estafeta en algún medio de comunicación.  Es decir, Felipe Zuleta es un hijo del establecimiento, aunque él quiera siempre mostrarse como independiente, defensor a ultranza de los desvalidos; cuando no es más que el vástago insufrible de una de las familias que ha gobernado esta esquina latina que es Colombia.

Posa de hombre de carácter. Vertical, incluso vociferante radical de algunas causas. Pero cada cierto tiempo se descompone, entra en trance antes de la convulsión y al final sólo deja un reguero de plumas. Le gusta el escándalo fácil y mediático, precisa de hacerse notar, juega a ir contra la corriente. Le atormenta el anonimato. Por eso sus berrinches de ocasión, su llanto de peluquera o sus amenazas de apocalipsis que convierte en asuntos de Estado.

Todo esto el país de pasarela se lo permite. Sin embargo, lo que sí es inconcebible es que Felipe busque convertirse en el fiel de la balanza, en el báculo de la moral. Barrió con la progenitora de Sigifredo López y luego sin atisbo de reproche guardó silencio cuando se advirtió el descomunal error de la Justicia.  Una mañana, dependiendo como lo consientan sus hormonas pasa de atacar al Procurador Ordoñez a defenderlo. Igual lo hace con el presidente Uribe; ayer se declaró perseguido y asilado de su gobierno, hoy monta la tramoya de amparar su derecho a justificarse. Cuando ya no era moda declararse ateo, lo hizo y se convirtió en el más infiel de los agnósticos, hoy reaparece estimulado por los ángeles y conversando con Dios, a punto de montar iglesia. No bien recogió los pedazos del closet, cuando abandonó a su mujer para irse con su novio al exterior, ya estaba demandando a monseñor Córdoba por discriminar a la comunidad LGTBI, hoy día su nuevo parche.

Muchos se han acostumbrado a sus algarabías como a los dislates recurrentes de la maquilladora de la cuadra. Pero de ahí a que nos acostumbremos a sus abusos y lloriqueos so pretexto de rectitud y ejemplo de virtud es un despropósito.

Perdimos la cuenta de cuántas columnas de opinión y cuántas jornadas de lobby hace en medios e instituciones contra la gestión de Petro en la alcaldía de Bogotá. Lo tiene de coto de caza. Sabe que es rentable. Su megalomanía lo obliga a hacerse notar e intuye que al despotricar del alcalde arranca aplauso en la Corte. Es el Tacita de Te pasando entre los señores y escapando a los brazos de las solteronas notables. Pero algo esconde el hábilidoso Felipe.

¿Será que solo es un incisivo periodista indagando en el fango de la corrupción y en el carrusel de contratación? ¿O es, como sabemos, un protagonista que litiga en causa propia a nombre de sus compinches, tarifado de paso y defendiendo tanto intereses propios como cercanos?

Sería bueno que por un momento se quite el disfraz y le diga a sus oyentes y lectores que él trabaja en función de la estrategia de su par Álvaro Dávila, que conoce cómo, cuándo y dónde se “aceitaron” periodistas y operadores para facilitar los negocios que tajaron partidas del erario… y que su rabieta contra los Nule es episódica y coyuntural y que tanto él como sus defendidos recibieron y se beneficiaron de los “logros y éxitos” financieros de quienes hoy pone en el centro de la denuncia. Que la permanente campaña en CMI, El Espectador en su edición distrital, la sesgada actitud de la W y otros medios no menos importantes, tiene su explicación, y que él la conoce y ha contribuido en su aplicación.

Podrá arquear sus cejas y fruncir su ceño, o amenazar con lanzarnos sus tacones pero con ello no remienda los rotos de sus costuras. Ahí están para escrutinio de los interesados las andanzas y las pilatunas del inefable Felipe.

La próxima semana entregaré documentos que comprometen gravemente a Felipe Zuleta con el carrusel de la contratación en Bogotá.

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Redacción Minuto30

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