Hace algunas semanas leyendo la prensa, me encontré con una idea que quizá hubiera compartido desde mi formación como ingeniero antes de sumergirme en estos temas de movilidad, y empezar a conocer mejor las fallas estructurales en las que se apoya la crisis que vivimos (una crisis ambiental, una crisis de seguridad vial, una crisis de ineficiencia, una crisis de ruido, una crisis de polución). Todas estas crisis se basan en las decisiones de planificación territorial que han determinado la forma en que nos movemos y que cada vez más, demuestra efectos negativos sobre todas las formas de vida que comparten el territorio.

Empezar a entender cómo la ciudad es un solo sistema en el que cada fracción tiene una relación con todo lo demás, es una de las razones por las que hoy comparto algunas ideas que me quedaron desde la lectura de esa columna que decía, a propósito de las obras en otro de los túneles carreteros de Antioquia: “… ayer todavía se trabajaba en los detalles menores de la vía, como los separadores, los bordes y señalización”. Y más adelante repetía: “… nuestra intención es que a más tardar la semana que viene todos esos detalles estén listos y los usuarios puedan disfrutar la doble calzada.”

Casualmente, la misma mañana en la que leía esta columna (el 28 de mayo de 2022), me llegaba un informe desde Sabaneta de un hombre que viajaba en motocicleta por la Avenida Regional que, al caer en un hueco, pierde el control de su vehículo y es arrollado por un camión, falleciendo posteriormente en una clínica de la ciudad. ¡Qué detalle!, solo era un hueco… y como dirán algunas personas: “solo era una vida”.

Hace ya más de 25 años que en Europa se inició una discusión sin precedentes sobre el significado de lo que para la época era toda una novedad: el transporte sostenible. Defendían diferentes expositores que, si la sostenibilidad era una forma de actuar para preservar la vida, no era posible desconsiderar los efectos del transporte en diferentes escenarios, ni tener un transporte realmente sostenible mientras se siguieran perdiendo vidas en los desplazamientos cotidianos o eventuales.

Tanto fue el interés de los gobiernos de la región, que estas discusiones técnicas fueron llevadas a diferentes congresos y parlamentos del continente durante por lo menos cinco años, desatando procesos legales, cambiando estructuras normativas y vinculando finalmente a los tomadores de decisiones con todos los eventos que ocurrieran en las calles.

La síntesis de toda esta construcción fue llamada Visión Cero. Un conjunto multi-dimensional de políticas públicas basadas en una premisa que se mantiene hasta hoy: “la pérdida de vidas humanas no puede ser aceptada como un resultado inevitable del tránsito”.

Este planteamiento que ha sido puesto a prueba durante casi tres décadas demuestra que las calles pueden ser diseñadas de tal manera que, si ocurre un incidente, este no resulte en una muerte o en una lesión de por vida para nadie.

La consecuencia lógica de este enfoque significó el mayor cambio de paradigma para la movilidad urbana y es el que he querido destacar en esta columna y cito a continuación: “la responsabilidad de las muertes como consecuencia de incidentes viales no solo recae en las víctimas y en las personas involucradas en dichos incidentes, sino principalmente, en quienes diseñan, construyen y administran las calles”.

Es difícil, por ejemplo, reducir la velocidad de los autos en calles cuyo diseño invita a lo contrario. Es difícil, por ejemplo, confiar en que las personas tomen mejores decisiones en entornos que no favorecen sus necesidades. Es difícil, en resumen, que haya menos incidentes graves en una ciudad con las mismas calles y con las mismas normas.

Visión Cero aporta una hoja de ruta hacia ciudades más humanas, con herramientas que contribuyen efectivamente a disminuir las muertes en las vías y a construir una nueva cultura de movilidad que ya cuenta con cientos de casos de éxito por todo el mundo.

Ya sea la superficie de rodadura, las señales, las luces o las defensas viales; todos los elementos hacen parte de un sistema de infraestructura y de movilidad, dentro de un sistema urbano en las que hay múltiples conexiones y múltiples dependencias. Así pues, de la calidad de los diseños, de la adecuada implementación y del mantenimiento oportuno, también dependerá el nivel de avance de un territorio hacia menores índices de inseguridad vial.

La combinación de los eventos descritos y la posibilidad de estar escuchando nuevas versiones sobre la planificación urbana y la gestión de la movilidad desde hace más de un año, permiten elevar una alerta y expresar con tranquilidad que no estoy de acuerdo, que no son detalles y que no debemos permitirnos semejante ligereza cuando hablamos de la infraestructura pública, pues estos espacios serán recorridos por miles (sino millones de personas cada día), y en nuestro rol como diseñadores, constructores o administradores, debemos hacer el mayor esfuerzo para que cada parte (incluyendo los mal denominados detalles), tengan las condiciones óptimas para garantizar en primer lugar la vida.

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