Dirán los que saben, que, hablando de estrategias políticas el fin justifica los medios, ello aplicable, cuando ganar es el objetivo único en medio de una mentalidad del todo vale.

Muy triste resulta esa premisa, tratándose de un país, en donde el miedo se ha sentado a la mesa con las familias tras cientos de guerras, violencia institucional, delincuencia e inseguridad y sobre todo desinformación. Signo alarmante de una democracia muy maltratada, es que a falta de propuestas que convoquen, existan discursos que inviten a elegir con miedo, ya una vez sucedió, cuando públicamente se reconoció que la estrategia era que el ciudadano votara enojado, y con ello lograron su objetivo.

Democracia no puede ser únicamente sinónimo de pluralidad partidista o ideológica, el mero derecho a ser elegido o la simplicidad de que se pueda elegir, democracia es también, el derecho a elegir sin miedo, sin condicionantes creados para manipular y sin amenazas a la estabilidad de quien lo ejerce, el miedo como herramienta para condicionar la voluntad, impuso, impone e impondrá políticas y gobiernos.

Las veces que Colombia ha perdido la esperanza, deberían ser ya demasiadas como para evitar repetir el ciclo, pues, aunque hoy la violencia política ya no se manifieste mayormente con sangre y guerras y pose con el disfraz de la diplomacia, pero haciendo uso de la mentira y la desinformación, el miedo retorna y la democracia libre huye.

La confrontación violenta no armada de nuestra época, generadora por excelencia del miedo, deja los heridos más invisibles que haya dejado cualquier guerra, y es que no son ni los que la provocan e impulsan (los candidatos), ni tampoco los que la luchan (simpatizantes o partidarios), sino la sociedad completa, ejemplo de ello, son los rezagos y marcas de guerras pasadas, que aún deambulan en las ciudades, con una influencia capaz de arraigarse culturalmente y ocasionar fracturas a la democracia.

Lo cuestionable de todo lo dicho, radica en que los provocadores del miedo, una vez pasado el periodo electoral, tejen alianzas convenientes de gobierno, que terminan por disipar cualquier rasgo de conflicto, dando a entender, que quienes mediante confrontaciones y con el criterio del miedo aportaron a la consecución de su fin, fueron manipulados, utilizados y desechados.

Diría cualquier desprevino que una institucionalidad éticamente correcta, no ahondaría en miedos, sino que concentraría su capacidad en absorber sus causas, entregaría verdades y cuidaría la posibilidad de voto libre, pensado y programático.

Cuando el impulso ciudadano para ejercer la democracia es el miedo, no hay una sociedad que clama cambio, sino una que rechaza lo que le ofrece la democracia en cada elección. Una tarea ética se percibe en el camino: defender como corresponda el derecho a elegir sin miedo.

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Redacción Minuto30

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