Una de las mayores farsas en democracia del país es sin duda su Congreso de la República.

Farsa porque además de no representar a los votantes que llevan a los congresistas a ocupar en su nombre tales curules, se ha convertido en el arma de los grupos de poder para legislar, incluso, contra aquellos que los eligió. Farsa porque instaurado dentro de un estado de derecho para defender el equilibrio de poderes tan saludable en democracias funcionales y transparentes, es el pantano pútrido de una de las peores desgracias del país: la corrupción.

También es desgracia en democracia. Como ya no representa los intereses de los ciudadanos—que ofrecen su voto en un acto de fe y confianza por su candidato cada cuatro años—se han convertido en perros de presa para defender sus prebendas particulares, en funcionarios ladinos o peleles pagados por grupos de poder, clanes familiares, organizaciones mafiosas y conglomerados económicos.

Hay que reiterar un principio básico de este cuerpo colegiado cuyos miembros tienen iguales poderes y responsabilidades. Conformado por el Senado (102 personas) y por la Cámara de Representantes (166 personas), el congreso debe representar los intereses de todos los ciudadanos. No hay una farsa más sofisticada que esta, defendida por las formas y el boato institucional, pero que, en la realidad, en el día a día de las sesiones indignantes y deshonrosas, está lejos de ser un asunto verdadero.

No en vano hay voces en el país que se alzan para exigir un cambio de sistema, no de congreso como ingenuamente los colombianos incurren cada cuatro años. Dichas voces (una de ellas es la Gloria Gaitán, escudera de la memoria e hija de Jorge Eliécer Gaitán) claman por una democracia directa que despoje a clanes familiares, mafias, gamonales y demás corruptos de la plataforma llamada Congreso de la República, bastión de la democracia representativa, que se tomaron desde el principio.

Cuando se desata la indignación por los continuos atropellos de un congreso que legisla a espaldas o en contra del país nacional y a favor del país político (inclúyase a los clanes, mafias y conglomerados económicos) o cuando varios de sus miembros renuncian a sus curules para huir de la justicia que los investiga por diversos crímenes, entonces surge una pregunta oportuna: ¿no es tiempo de pasar de la simple admiración de los beneficios de un sistema democrático directo a la acción por una democracia directa que le arrebate el ejercicio del poder que hace años se tomaron y ostentan las especies de la peor calaña del país?

Sin embargo, cuando irrumpe cada cuatro años esa la avalancha de candidatos al congreso parece que se cumple con ese principio repugnante del gatopardismo criollo de cambiar todo para que nada cambie. Y así, de la nada, aparecen otros que son los mismos con las mismas, como proclamaba Gaitán criticando igual a Alfonso López Pumarejo que a Laureano Gómez. Vemos aparecer de este modo los engendros populistas que son los mismos Pulgares y Anatolios Hernandeces de siempre; a los mismos Chares y Names; Monsalvos y Gneccos; Besailes y Acuñas; Gómeces y Zucardises; Santoses y Pastranas; Galanes y Laras; Pintoses y Aguilares; Coteses y Díazgranadoses, todos en cuerpo ajeno, pero con nexos de sangre o membresía del mismo grupo.

Pero también asistimos a campañas demagógicas impulsadas por los medios en que aparecen candidatos de todos los oficios y sectores, sin preparación ni estudios sobre las funciones que pretenden desempeñar, todo en aras de mostrar que se incluye a la mujer, a los pueblos y comunidades por años excluidas, en un bandazo que termina convirtiéndose en aquello que se desea combatir: populismo. Y más corrupción. Gatopardismo puro cada cuatro años.

Al senado romano, pilar de la República y al que conformaban el Senado y el Populus, lo destruyeron los odios internos y triunviratos políticos (llámense pactos o llamados a conformar frentes o uniones) que terminaron con Cesares venales o dementes, convirtiéndolo en un lugar de caos y confusión. Igual que nuestro congreso.

Pero la causa mayor que produjo la decadencia del Senado romano fueron las series de plagas o pestes, como la de Cipriano, que mató a la población e hizo imposible el pago de impuestos y el reclutamiento de soldados. Igual que en nuestro congreso, pues aquí sigue extendiéndose la peste de la corrupción que terminará llevándolo a su decadencia definitiva.

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Redacción Minuto30

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