Como bien lo sabe el lector, el artículo anterior quise dedicarlo a la indignación que muchos sentimos por la candidatura presidencial de Timochenko, pues insisto que no estamos haciendo lo suficiente para quitarnos ese estigma de ser la “patria de los narcos” como lo señalaba un diario español. A mí me duele que a nuestro país se le identifique con la droga y con la violencia, pero más me indigna saber que quienes han sido sus protagonistas estén en el congreso o como candidatos a la presidencia… que lleguen allí sin conocimiento nuestro es una cosa, pero sabiéndolo es distinto.

Es curioso que todavía tantas personas le digan a uno con sorpresa y cierto grado de ingenuidad “es que yo voté si por la paz, pero no para que las FARC lleguen al poder”, parece que no hubieran leído que a las FARC se les permitiría ser un partido político y con unas ventajas especiales; parece que no comprendieran que todo partido político por definición tiene vocación de poder, que los derechos políticos no restringen la participación a ciertos cargos (es decir no hay cargos vedados, no puedo decirles que vayan al congreso pero no a la presidencia); pero adicionalmente parecen olvidar que por constitución el Presidente de la República es el comandante en jefe de la fuerza pública, por tanto de llegar Timochenko a ese cargo no estará alejado de las armas, sino que por el contrario comandaría a las fuerzas legítimas del Estado que durante décadas lo combatió.

Claro, algunos dirán que eso no pasará, la verdad no sé si ocurra, pero que es un escenario posible por supuesto que lo es, nadie hace una campaña presidencial pensando en perderla. Obviamente yo también espero que no ocurra, que no gane, porque sin duda estaríamos ante el peor de los escenarios posibles, alguien que ha sido terrorista al mando de quienes se supone tienen la labor de protegernos. Pero como lo decía recientemente el coronel John Marulanda, hay que estar atentos porque en muchos países ideologías de este estilo han ganado sin ser mayoría, ese no ha sido un problema para llegar al poder.

El escenario es alarmante y algunos no lo han tomado en serio, ni han visto sus dimensiones que desde hace años muchos venimos denunciando… aquella valla tan discutida que sugería “si quieres ver a Timochenko presidente vota si en el plebiscito”, simplemente mostraba con crudeza un posible escenario de futuro, pues el acuerdo abría esa puerta… una puerta que el gobierno negó en varias oportunidades, y de la cual algunos se reían porque era absurdo según ellos pensar a Timochenko como candidato presidencial. Pero hace unos días (9 de noviembre) sin ningún tipo de sonrojo el presidente de la República Juan Manuel Santos nos confiesa que nos mintió, según él presionado por la opinión pública, pues sabía de esa posibilidad que tenía las FARC de llegar a cargos públicos. Lo preocupante es que esa confesión, que es bastante grave porque de paso desprestigió a muchos tildándolos de guerreristas y mentirosos, pasa como un hecho sin novedad… algo verdaderamente vergonzoso.

Pero en este punto no voy a atacar solo al presidente, pues en una democracia se supone que estamos hablando con ciudadanos mayores de edad, y aunque uno espera desde la ética que el gobernante sea honesto, la responsabilidad real está en el soberano, en el jefe, en el pueblo, en nosotros como ciudadanos. Es muy fácil decir “me engañaron” y tirarle la culpa a otro, pero los textos estaban allí disponibles a todos y hay que reconocerle a las FARC que muchas cosas las han dicho con claridad, otra cosa es que no queramos oírlas.

El pensamiento de las FARC no es demócrata, ni siquiera en el sentido formal del término porque de serlo al menos se hubieran medido en las urnas y no hubieran pedido escaños regalados, como en su momento lo hizo el M-19. Hay que comprender que la estrategia de las FARC cambió porque encontró un gobierno que cedió en cosas que otros no lo habían hecho, por eso se enmarca en lo que conocemos como las “guerras de cuarta generación”, la democracia puede ser un medio para instaurar una revolución y minar el sistema desde adentro. Pero en sentido estricto las finalidades de las FARC no han cambiado, por ello su enojo con las decisiones de la Corte sobre la JEP, pues la democracia no es más que una fachada para las FARC, una fachada que manejan a su antojo, en su lógica está que si me sirve para mis fines “bienvenida la democracia”, pero si me es contraria alguna decisión de inmediato amenazo y digo que “no quieren la paz y entonces que sigamos en guerra”, ese no es un espíritu demócrata. Para ampliar el tema invito muy especialmente a consultar el audio de la entrevista del periodista Hassan Nassar a Jesús Santrich, en el cuál además este último desestima por completo la voluntad popular del 2 de octubre de 2016.

Pero a toda esta indignación, al menos en mi caso, se le ha venido sumando un sentimiento de vergüenza por lo que ocurre con nuestra democracia y en particular con el negocio electoral, ¿cuándo vamos a preguntarnos por la cantidad de millones que se botan a la basura? Es cierto que la democracia cuesta, pero también es cierto que no tendría que costar tanto y menos cuando el país debe atender otras necesidades sociales. Para la muestra dos casos recientes:

El primero de ellos el mismo plebiscito, fue muchísimo dinero el invertido tanto en campaña como en la ejecución de esa jornada, para que encima se desconociera el resultado. Algunos alegaban un “Photo finish” o empate técnico, otros decían que el engaño había primado que por eso no debía contarse como válido el resultado… en fin, hicieron de todo para desconocerlo, el caso es que en buen paisa “esa platica se perdió” … valga aclarar, para el país, porque el dinero sí quedó en los bolsillos de algunos.

Y segundo, el caso más reciente, la consulta del partido liberal, 40.000 millones para la consulta de un solo partido es vergonzoso y más cuando se deja ver un marcado tinte de negocio como bien lo denunció la periodista Salud Hernández con sus trinos “Ahora sabemos que la consulta liberal fue un negocio para ese Partido. Les dan 3.200 millones por reposición de votos. Es indignante.”, “Cristo dijo que gastó 600 millones en su campaña y De la Calle, 800. Y les regalan 3.200 millones de reposición de voto. Un gran negocio”.

Esa consulta dejó golpeado al partido, por un lado, se sometió a un escarnio público por el tema económico, las comparaciones por ejemplo con lo que fue la visita del Papa Francisco en invención y ganancia fueron tendencia en los memes de redes sociales. Por otro lado, el partido demostró que sus candidatos no arrastran el número suficiente de votante, no tienen la conexión que se esperaba y probablemente eso les pasará factura con miras a posibles alianzas; sin contar que su imagen quedó golpeada porque muchos leyeron esta consulta como un asunto de egos, de personas con poca sensibilidad social que no les importa gastar tantísimo dinero para que su nombre sea el que figure; pero encima mostró públicamente su debilidad en tanto militantes, bien sea porque los ha perdido, o porque teniéndolos no sienten conexión con sus líderes, no se sienten representados. Pasamos de una consulta liberal que en 1990 tuvo una participación 5.397.023 votantes, a una participación en 2017 de 735.957 votos, una cifra muy baja, donde hay que recordar que ni siquiera era exclusiva para liberales, pues estaba abierta a todo ciudadano.

Por cierto, medir allí el tema de la abstención no es tan fácil, pues muchos, como es mi caso, no votamos, no por pereza ni tampoco por indiferencia es que sencillamente no somos de ese partido, ni sentimos afinidad con los candidatos propuestos. En mi sentir participar en esa condición que tengo le haría un daño a la democracia, porque estaría entorpeciendo los procesos de esa colectividad que tiene todo el derecho de elegir a quien ellos consideren que mejor los representa, mi abstención en este caso particular es una muestra de respeto, de no interferencia. No es tan sencillo como algunos analistas improvisados quieren mostrarlo, no es igual la abstención en una consulta, que unas presidenciales.

El tema de las consultas es conveniente revisarlo, en mi opinión los partidos deben optar por formas distintas para elegir a sus candidatos, que de paso no sean tan costosas para la sociedad en general. Formas democráticas que involucren exclusivamente a sus miembros, en mi concepto se debería estar carnetizado para participar en una decisión de este nivel que es exclusivamente del interés de esa colectividad, permitiendo a las bases opinar para que la decisión no solo que quede en cabeza de un líder. De esta forma se buscaría fortalecer la adherencia al partido, se evitaría un poco más fenómenos de doble militancia y sobe todo minimiza los riesgos de cierto “boicot” que pudieran desplegar sus contradictores políticos de otros partidos. Recuérdese que una estrategia utilizada en algunas ocasiones en la consulta abierta es cuando otro partido moviliza ciudadanía para elegir al candidato que considera más débil y así atacar al oponente derrotándolo en las urnas con mayor facilidad.

El mapa político de las elecciones de 2018 va moviéndose y estos problemas que hemos señalado no solo afectan al liberalismo, por cierto ¿sabemos las cifras económicas que se están moviendo en la recolección de firmas?, la debilidad y desprestigios de los partidos está creando que muchos candidatos no quieran aspirar por una colectividad ya conformada con personería jurídica propia y eso genera desgastes adicionales… como también es desgastante, aunque los costos los asuma la colectividad, tener en campaña un número importante de precandidatos donde cada uno va teniendo sus seguidores para finalmente elegir solo uno, probablemente unificar los feudos y ponerlos a marchar para el mismo lado no será trabajo fácil, posiblemente habrá quien sienta que lo ilusionaron para nada. De igual forma el riesgo de divisiones existe para quienes optaron por una especie de alianza anticipada, son muy amigos en campaña porque todos suenan como posibles líderes, quien sabe si los seguidores continúen apoyando cuando forzosamente tengan que decantase por uno.

Apostilla: La ficción del voto en blanco que calma conciencias para los que no se quieren “untar de política”, visto desde una óptica realista también se ha convertido en un negocio, por un lado para los grupos promotores que no siempre lo hacen de forma tan altruista (de hecho creo que sería mejor que si no les gusta ninguno ellos mismos propusieran candidatos como alternativas reales), pero también porque repetir las elecciones implica hacer nuevas inversiones, comenzando por la misma papelería.

Lo que a veces olvidan quienes apoyan el voto en blanco es que alguien de carne y hueso tiene que gobernar, bueno o malo, que me guste o no, es una persona la que finalmente ocupará ese lugar… que cambien los candidatos, no implica que se cambiaran los partidos que postulan a los candidatos, simplemente a la siguiente elección va el “plan B” de ese partido en los cargos unipersonales; para las corporaciones públicas se exige que la lista haya pasado el umbral. Para mayor información creo que es importante recomendar la fuente oficial: http://www.registraduria.gov.co/-Voto-en-blanco-.html

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Redacción Minuto30

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