Como más fácilmente una persona se siente estimulada a amar, es siendo bien amada.

Quien ama convoca, intenta conocer mejor a quienes ama el ser amado, porque identifica el estímulo que han supuesto otros, para que se perfeccionara aún más.

Esta búsqueda se da incluso hacia ciertos animales y objetos que agradan a la persona amada, se intenta desentrañar las perfecciones que los conforman y que le atraen, es un modo sencillo de “entrar” en el bien que es la persona amada. Cuando hay una celebración, este referente se tiene en cuenta para elegir el modo de vivirla, en la comida, los adornos, la forma de presentarse, las actividades, los regalos y en hacer juntos las tareas domésticas.

Parece que en algunas épocas y aniversarios se palpa aún más la disposición a celebrar y acrecentar el afecto. La Navidad es una de las más universales, en la que se celebra que el Creador se dona a sus criaturas humanas haciéndose una de ellas como otra de las manifestaciones de su entrega plenamente amorosa a ellas, como Dios y como hombre; en esta fiesta se busca “entrar” a su nacimiento en una pesebrera, en Belén de Judá, de una Virgen llamada María y con un padre humano, adoptivo, el afortunado José.

Se celebra esta fiesta de modo especial, porque es la familia humana modelo de saber amarse con las expresiones propias de cada uno según su ser, que tiene las características perfectas para que se haga realidad su razón de ser. El modelo humano para saber amar, es Dios, que es Amor, hecho hombre, y quienes mejor aprendieron de ese modelo fueron su madre y su padre adoptivo, su familia más cercana, por eso también los incluimos y les cantamos villancicos.

Un ejemplo doméstico de querer corresponder al amor con amor, es la costumbre navideña de la novena, en que las familias y amistades se unen y se encuentran, cada una en su corazón, conversando -rezar es encontrarse y dialogar con Dios, sus ángeles y santos- con la Sagrada familia, estimulados por el recuerdo que despiertan las figuras del pesebre, y las oraciones de cada día.

Así, en una fuerte trama de ser, modo de ser y amor, convergen las acciones coherentes con el amor al que el niño Dios y su familia nos estimulan, para las que es necesario seleccionar, no lo que surge como tendencia, sin más, sino lo que sea lo mejor, lo que estimula al ser amado a que opte por lo que más le conviene en cuanto persona.
Por amor, se elige una alternativa diferente a la tendencia cuando conviene más que esta, ninguna tendencia vale más que quien tiende o que otro ser humano. El amor se fortalece en cada acto en que se es coherente con esto.

Para amar hace falta dejarse afectar por los lenguajes de buen amor que se reciben, meterse en el conocimiento del ser que es el bien del que surgen, saber recrearse o complacerse en ese bien, moverse por la intención -evidenciada su legitimidad en los actos de amor con que se expresa-, de que el ser amado acreciente el bien que es, al punto de saber acompañarlo, yendo por delante en la consecución de hacerse mejor persona, como estímulo amoroso para que también lo sea la persona a quien se ama.

Quien ama sabe en qué dirección impulsa su amor de modo ordenado, para que sea siempre creciente.

Ante la percepción de una novedad afectiva, la persona se siente estimulada emotivamente, pero el amor no es la emoción, sino la donación para que el ser amado sea aún mejor persona, por eso cuando la emoción falta o contradice el amor, se elige a la persona y no la emoción.

La intensidad de un encuentro interpersonal acrecentado, da menos relevancia al reloj, porque es más importante la persona amada, que el hecho de sentir, hacer, desear, poseer cosas, y otros factores que pasan a ser riesgos de dispersión y pérdidas de tiempo.

El vínculo del encuentro interpersonal genera que amar sea aprovechar el tiempo.

Como quien se entrega es la persona, esta tiene la humildad de quedar en cierto modo inerme ante la respuesta del ser amado, es un lenguaje de humildad en el que se expresa de algún modo que “El bien que es tu ser merece que mi ser sirva a la causa de acompañarte a lograr tu mayor bien”. Y, con Dios, “… a causa de dejarme acompañar a que hagas el bien que desees, en mí y conmigo”.

El amor es la mejor forma de acompañar y celebrar que se es y que se puede lograr la ayuda mutua necesaria para ser cada vez mejores, con ocasión de lo de cada momento.

Navidad es una de las fiestas que más facilita ser consciente de esto, por eso siempre es una oportunidad de vivir alegrías nuevas y aún más profundas, duraderas y contagiosas, es el estilo de “pandemias” que hace bien a la humanidad.

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Redacción Minuto30

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