El 9 de julio de 2020, Tedros Adhanom Ghebreyesus, Director General de la OMS, expresó en la sesión de información sobre la COVID-19 para los Estados Miembros:
“Ya se han notificado más de 11,8 millones de casos a la OMS y se han perdido más de 544 000 vidas. Y la pandemia sigue acelerándose. El número de casos se ha duplicado en las últimas seis semanas”.
Sin profundizar suficientemente, se difunden consignas que a primera vista parecen de sentido común e inocuas, pero que, descontextualizadas, pueden usarse como escudo, sin saber prever el daño que causan ciertas conductas.
Promover ideologías no basadas en evidencia científica, conlleva el riesgo de que se conviertan en una fuente de injusticia de impactos impredecibles, incontrolables e irreparables, a nivel personal, familiar, social y en generaciones futuras, especialmente la más inmediata.
La injusticia sigue siéndolo aunque se acepte por consenso, incluso si es global y se le llame “derecho a decidir sobre el propio cuerpo”. Hay suficiente experiencia para concluir que no basta tener cuerpo y decidir, para garantizar que se acierta.
Con argumento de “Mi cuerpo es mío y yo decido”, se ha llegado a prácticas arbitrarias contra la responsabilidad, la incondicionalidad en el respeto a la integridad de cada ser humano y contra un modo sano de gestionar el propio cuerpo y el de cualquier otro miembro de la familia humana, y los demás seres vivos.
El primer motivo por el que se debería evitar toda injusticia con el argumento “Mi cuerpo es mío y yo decido”, es la perfección denominada “humanidad”, que abarca siempre enteramente, a cada ser humano durante su vida completa.
Éste es un bien superior a todo lo que pueda surgir en él, por ejemplo, a la totalidad de sus deseos y a las fases de su vida en que es capaz de elegir y ejecutar, también físicamente, lo que decide.
¿Qué tan cierto es que mi cuerpo es mío? Hace falta competar la interpretación de esta frase, para que las actitudes y decisiones garanticen acciones asertivas de autocuidado y heterocuidado -el cuidado es respetuoso de la autonomía vivida de modo responsablemente libre, valorada según su razón de ser y bien aprovechada para sí mismo, los demás y el entorno natural y artificial.
A cada uno su cuerpo le pertenece de forma exclusiva y de modo relativo, porque no se causó a sí mismo y, por lo tanto, no depende plenamene de él la continuidad de su ser y su razón de ser es externa y anterior a él. Todo ser limitado es relativo a su causante.
También su cuerpo le pertenece en un sentido absoluto, porque mientras se vive en el mundo conocido, no hay cuerpo vivo humano que no sea un ser humano ni ser humano que no sea un cuerpo vivo de tal especie, por lo que si se hace algo a este cuerpo, se obra en un ser humano, que nunca es un mero ejemplar veterinario, como se evidencia en la capacidad de conceptuar la nada, entre otras pruebas de las que se concluye que es principal y también constitutivamente, una realidad simple: su cuerpo temporalmente es biológico.
La afirmación “Mi cuerpo es mío y yo decido”, implica un derecho de propiedad, no un uso despótico de sí mismo y mucho menos de terceros, como un paciente que vive la fase terminal de su etapa biológica de vida o el hijo que está creciendo y desarrollándose dentro de su madre, precisamente porque es el cuerpo de un ser que tiene identidad de persona, mantenida de modo independiente a lo que alcance a expresarla a través de su cantidad, cualidades y demás modos de ser, que cambian continuamente hasta la muerte.
Este contexto de la reiterada frase, implica asumir responsablemente el uso de los recursos -como el cuerpo y la capacidad para decidir-, que evidencian el bien que es toda persona humana, por el que es merecedora del mejor entorno originario que es la familia.
Ésta, unida a otras, se relaciona del modo llamado sociedad, que a su vez constituye con las demás a la gran familia humana con sus generaciones pasadas y futuras.
Cada cuerpo humano es inenajenable; en esto no hay excepciones, ni siquiera por la radicalidad de la dependencia respecto de otro miembro de nuestra especie, como sucede cuando se requiere mayor ayuda de alguien para solucionar necesidades básicas, especialmente durante las primeras y últimas fases del ciclo vital.
Poner en riesgo evitable la propia salud es una forma de abuso, porque el futuro es impredecible y los recursos limitados, por la plasticidad del cerebro, que puede arraigar actitudes y conductas contrarias al autocuidado y al desarrollo armónico propio y de quienes pueden recibir nuestra influencia, y porque el modo de ser bueno es vivir el cuerpo, decidir y actuar, procurando lo mejor en cuanto persona.
Si alguien no usa mascarilla según referentes actualizados de Medicina basada en evidencia científica, para protegerse y proteger a otros de riesgos evitables durante la pandemia de un virus que se transmite, entre otros medios, por vía aérea, puede causar gastos de atención en salud con recursos que otros requerirán para curar, rehabilitar o paliar, patologías no prevenibles, por ejemplo, un cáncer en un niño.
En toda sociedad hay recursos limitados para promover la máxima salud, prevenir la enfermedad y atender a los pacientes. Por eso no es justo omitir medios para evitar enfermar o para que sea más breve y eficaz un tratamiento necesario.
Cada vez se hace más asequieble actualizarse a través de artículos científicos, con las facilidades de acceso a la formación universitaria, a través de Google académico y otros medios. Averiguar en primer lugar si hay metanálisis sobre lo que se busca, ahorra mucho tiempo y facilita el fortalecimiento del criterio científico, tarea que demanda un esfuerzo que habitualmente es bien compensado.
Este modo de indagación es una ayuda para no confundir el valor de la opinión, respecto del de un esfuerzo más ordenado que permite actuar con mayor probabilidad de acierto.
Puede servir como ejemplo de esta clase indagaciones, el artículo reciente de Indian Journal of Public Health “Mascarillas para la prevención de infecciones respiratorias virales en entornos comunitarios: una revisión sistemática y metanálisis”, en http://www.ijph.in/temp/IndianJPublicHealth646192-1863027_051030.pdf
Según este aporte, los investigadores leyeron el texto completo de 902 artículos científicos, los clasificaron con referentes de calidad y seleccionaron 9 estudios que tuvieron en cuenta para una síntesis cualitativa y otros 8 en la cuantitativa.
Estos indagadores concluyeron: “La evidencia disponible no confirma un efecto protector de solo el uso de la mascarilla en un entorno comunitario, contra enfermedades como la gripe (y potencialmente, el COVID-19). Para el máximo beneficio, el uso de mascarillas debe combinarse con otras intervenciones esenciales no farmacéuticas como higiene de manos.”
Queda claro, con base en evidencia científica actual, que falta más investigación y de mejor calidad, que el uso de la mascarilla en un entorno comunitario es un recurso esencial, como se ha demostrado con virus influenza, por lo que potencialmente puede proteger, en cierto porcentaje, del contagio con el virus SARS-CoV-2 que puede ser letal, y que esta práctica debe ir acompañada de otro recurso esencial que es el lavado de manos.
¿Qué puedo hacer, si mi cuerpo es mío y yo decido? Yo que soy mía y soy también mi cuerpo, intentaré acertar a tope, con mi decisión responsablemente libérrima, en el modo de usar la mascarilla que protege mi cuerpo de enfermedades respiratorias como el COVID-19, ayudando así también al cuidado de otros seres humanos, que siempre son cada uno dueño exclusivo de sí mismo, sin excepciones.
Y, porque también soy corresponsable del cuidado de la naturaleza en lo que de mí depende, con la mascarilla protejo los cuerpos vivos de otras especies que también son susceptibles de contraer la enfermedad y me protejo del riesgo que pueden suponer para mí.
Ya que cada uno tiene solo su cuerpo, ojalá que quien posea capacidad para decidir, opte por cuidarse y asumir tenazmente tan magna tarea consigo mismo, los demás -priorizando a los más frágiles-, las generaciones futuras y el entorno, aunque canse usar siempre bien la mascarilla y frecuentar el lavado de manos: es enriquecer el idioma del amor.