Vivimos una realidad escalofriante. Una realidad que sobrepasa la imaginación, el terror y el desamparo que sólo es posible encontrar en las producciones de maestros como Edgar Allan Poe, Mary Shelley, Stephen King, Koji Suzuki o Howard Phillips Lovecraft.

El 18 de marzo de 2020, cuando apenas empezaba la pandemia, se nos ordenó el encierro por espacio de tres meses bajo la promesa de usar ese tiempo para dotar la red hospitalaria de Colombia (y, obviamente, de Medellín y Antioquia), de forma adecuada para preservar la salud de los ciudadanos.

Todos acatamos mansamente la orden de cuarentena, confiando en que tanto el gobierno central como los regionales, dispondrían oportuna y responsablemente del presupuesto adecuado para la dotación hospitalaria, necesaria y prometida, tasada en: mascarillas, guantes desechables, gafas de protección, trajes de aislamiento, productos de limpieza, jabón, gel antiséptico, hisopos (una especie de bastoncillos con los que se toman las muestras necesarias para realizar la prueba que confirme la infección por coronavirus), respirador artificial (fundamental para pacientes graves; funcionan insuflando aire al individuo con una presión por encima de la atmosférica, forzando a los pulmones, que tienen una presión más baja, a llenarse), dotación de salas UCI, aparte de respeto y estímulo al talento humano, pues como lo afirma Juan Carlos Giraldo, director de la Asociación Colombiana de Hospitales y Clínicas (ACHC), un centro de atención “no es sólo un cúmulo de camas para enfermos, sino también el soporte humano, técnico y científico”.

Lo cierto es que los 3 meses de cuarentena “por la vida” ya se han convertido en 5, y el panorama es desolador: el presupuesto para la dotación hospitalaria no se ha visto por ningún lado; los centros hospitalarios de primer orden no han tenido un incremento adecuado para enfrentar la pandemia; la red hospitalaria nacional no se ha fortalecido, a tal punto que municipios de Antioquia como Olaya, por ejemplo, tiene un centro de salud, que denominan eufemísticamente, hospital. Mientras tanto, la pandemia crece de manera exponencial, al tiempo que la credibilidad de los ciudadanos en sus autoridades, baja también de manera exponencial.

El balance al día sábado 8 de agosto, entregado por Minuto30.com, y todos los periódicos de Colombia, no puede ser más desolador: 367.196 contagios en Colombia y 12.250 muertes; 46.834 contagios en Antioquia y 788 muertes. De acuerdo al reporte del Ministerio de Salud, para el citado sábado 8 de agosto, se presentaron 46 fallecimientos en Antioquia, 30 en Medellín.

Cuatro errores graves (aunque los ordenadores de la cuarentena que ya va por 5 meses, lo nieguen), nos tiene en estado de catástrofe: el cierre atemporal de los aeropuertos (obligado por la sociedad civil, mas no como medida responsable del ejecutivo), cuando ya la epidemia había entrado a sus anchas a Colombia; el día sin IVA, que multiplicó el contagio (como ya se demostró en otra columna y en el canal regional Teleantioquia); la incapacidad para la toma de muestras, los errores en su trato y la entrega inoportuna de resultados, que no permite la pronta intervención del paciente (está demostrado hasta la saciedad que se entregan resultados cuando el enfermo ya está en la UCI o falleció) y la desobediencia civil, manifiesta en que el 51% de la población debe su subsistencia al rebusque y por ello es “normal” ver semáforos, barrios populares y el centro de Medellín llenos de personas dedicadas al rebusque, incluso sin ninguna medida sanitaria, sin respeto por el pico y cédula y sin control alguno por parte de quien ordenó la cuarentena.

A este panorama, agregamos los trapos rojos ondeando en casa e instituciones gritando hambruna. Antioquia, específicamente, necesita liderazgo: el covid está sin control alguno, la hambruna crece y los muertos aumentan día a día. Para completar el panorama siniestro, digno de los maestros del terror citados al inicio de esta columna, la semana pasada vimos en los noticieros nacionales un recorrido macabro por los cementerios de varias capitales, donde anunciaban incapacidad para recibir más entierros.

Dios nos ampare, pero no está lejano el día en que veamos a hordas de hambrientos, desempleados y moribundos, saqueando el comercio e incendiando la pradera. Antioquia está a la deriva y las bocas que deberían hablar, están silenciadas, mudas.

“Hubo una Antioquia grande y altanera. Un pueblo de hombres libres. Una raza que odiaba las cadenas,…”. Ya el covid se apoderó de Antioquia, la pobreza se multiplica aceleradamente y los cementerios no tienen espacio santo para sus muertos. ¿Hacia dónde vamos?

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Redacción Minuto30

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