A pocos días de conmemorar los 199 años de una batalla que sería el primer gran paso hacia la edificación de la independencia del Reino de España, es imposible no recordar esa frase inmortalizada en los anales de nuestra historia y revivir los momentos de agonía que sufría el ejército libertador encabezado por el Caudillo Simón Bolívar. «Coronel ¡Salve usted la Patria!» le ordenó Bolívar a su coterráneo en un gesto de desesperación, de desesperanza; en una clara situación de utilizar el último recurso. El resto de la historia ya es bien conocida, todos sabemos del heroísmo con el que se batieron este coronel y sus hombres para repeler a los españoles y obtener una, aunque dificultosa, valiente victoria.

Han pasado ya 199 años, pero el inmortal fulgor que despierta esa frase en nuestros corazones sigue más vivo que nunca, aunque pareciese que sólo vive como un lejano recuerdo de esas heroicas gestas, como un pasado del que nos enorgullecemos, pero al que despreciamos y del que no hemos sabido hacernos dignos herederos. Nuestro ideario colombiano ya no contempla el coraje como una digna cualidad del espíritu. El sacrificio y la valentía han sido reemplazados por el protagonismo sensacionalista y el vacío de la voluntad, dejándonos a merced de las estrategias empleadas por el socialismo y su combinación de todas las formas de lucha.

No es de extrañar entonces, en un País que ha perdido sus mayores virtudes espirituales, encontrar un comandante de las Fuerzas Militares tan sumiso y servil, al que los soles le pesan sobre los hombros y con el que la gloria y brillo que despertaba el camuflado se han marchitado en un otoño que no parece terminar. No hay manera de explicar cómo los mayores defensores de nuestra soberanía, de nuestra institucionalidad, han sido víctimas de una cruel y tiránica comandancia que los ha igualado con los enemigos del Estado, que ha prescindido de excelentes hombres que han alzado su voz de inconformidad y que hasta en el umbral de su salida sigue apoyando las iniciativas de un desgobierno corrupto, vergonzante y malhechor.

Es en realidad doloroso que nuestros héroes, esos pocos valientes que aún son capaces de renunciar a las trivialidades de una vida tranquila para portar con orgullo el uniforme y defender nuestro glorioso tricolor, sigan siendo mancillados por los deseos de un General sobre el que reposan varias investigaciones y del que vale la pena poner en duda su compromiso con la Patria. No es justo que ante el rechazo del País el dos de Octubre del 2016, la ilegitimidad de lo pactado, las decisiones de nuestro Congreso y lo desfavorable de la JEP, el comandante de nuestras Fuerzas Militares siga respaldando una iniciativa tan vil y espuria.

Quizá hayan pasado 199 años desde esa épica y valiente gesta que nos valió el primer paso hacia el camino de la libertad, quizá abunden los pobres espíritus que carecen de identidad nacional, pero seguramente con el nuevo gobierno que encabezará Iván Duque lograremos recuperar a los «Rondones» en nuestras Fuerzas Armadas. El compromiso adquirido con los militares es enorme, todos esperan el retorno de la mano firme a través de estas instituciones, así que no hay otra manera de hacerlo que prescindiendo de todos aquellos oficiales que, en un pensamiento egoísta, sirvieron a sus intereses individuales antes que a los de la Patria, reintegrando a cuantos tienen los méritos para seguir engrandeciendo el honor de las fuerzas y emprendiendo, nuevamente, la recuperación del orden y la seguridad que tanto hacen falta en Colombia.

Hoy no es ya Bolívar gritándole a Rondón en la Batalla del Pantano de Vargas. Hoy somos millones de colombianos que le decimos, con sincero convencimiento, «Presidente Duque, salve usted la Patria».

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Redacción Minuto30

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