Gentes buenas, trabajadoras, solidarias, felices, responsables y muchos más pueden ser lo calificativos merecidamente dados a los colombianos. Lugares hermosos, paisajes únicos, variedad de flora y fauna, existencia de todos los climas, producción de diversos productos agrícolas, desde el emblemático café hasta el no muy conocido brevo; potencia textil; recursos hídricos de sobra; ciudades innovadoras y al mismo tiempo destinos turísticos; enormes desarrollos en la medicina (otra cosa es el sistema de salud) y potencia en trasplantes, y en fin, una cantidad de aspectos positivos hacen de Colombia un país muy bello y del cual sentirse orgulloso. Pero ante todo esto uno se pregunta, qué le pasa o le ha pasado a nuestro país que no ha salido de un problema, una situación difícil o un escándalo y llega otro.

Desde que tengo memoria, aproximadamente desde el año 80, me detengo a pensar por qué será que no pasa un lustro sin que haya en Colombia una situación que haga compleja la vida de los colombianos. Miremos en retrospectiva: en el gobierno de Turbay Ayala se expidió el conocido Estatuto de Seguridad con el pretexto de tener herramientas legales para contrarrestar brotes ya muy consolidados de grupos armados de izquierda, el cual sirvió para desconocer y violentar derechos fundamentales de la ciudadanía y permitir una cacería de brujas en lo judicial; en la presidencia de Belisario Betancur, comenzó la mafia a mostrar sus dientes con la muerte de Rodrigo Lara Bonilla y otros asesinatos más, espiral de violencia que continúa en un preocupante orden ascendente en el gobierno de Virgilio Barco, cuatrienio inolvidable en el que los carteles de la droga y los nacientes grupos paramilitares se ensañaron contra ciertos sectores políticos y defensores de derechos humanos dando muerte a cientos; ya en el poder César Gaviria, el pueblo colombiano sufrió los rigores del famoso “Apagón”.

Vino luego la elección de Samper Pizano financiada por el narcotráfico y nació el proceso 8000, que mostró que todos los partidos políticos tenían que ver con los carteles de la droga; Pastrana es conocido por el Caguán, presidente que de buena fe le tendió la mano a las Farc y lo que hicieron fue delinquir y aumentar su poderío militar; las dos presidencias de Alvaro Uribe se caracterizaron por una mano dura a la guerrilla y su correlativo debilitamiento, la enorme inversión extranjera, la extrema violencia paramilitar y los falsos positivos, y en los casi dos períodos de Santos, casi todos los esfuerzos se han dirigido a promocionar y sacar adelante el mal llamado proceso de paz, con los consabidas gabelas a la guerrilla y los altos costos de impunidad, los escándalos de corrupción están a la orden del día y se han destapado algunos del gobierno de Uribe y otros del actual.

Si antes era preocupante el orden público y la seguridad y también hoy, los escándalos de corrupción tienen asustada a mucha gente por los niveles alcanzados y las personas comprometidas. Pero si bien se mira, en todo lo que le ha pasado a este país en todos estos años, hay una constante en cuanto a los actores o responsables, siempre son los mismos dos: los grupos armados (guerrilla, paramilitares, bandas criminales) y los políticos, nadie hay más responsable de toda esta debacle.

Los grupos armados dicen que existen porque los políticos se han adueñado de todo y estos que no es verdad, que los alzados en armas lo que hacen es violar los derechos humanos de los colombianos. Sin darle la razón a los violentos y sin justificarlos, faltaba más, es verdad que de Colombia son dueñas unas pocas familias y los que la han gobernado siempre han sido los mismos, con las consabidas consecuencias: diferencias sociales, exclusión y violencia.

Y si bien nadie pretendería que una sociedad fuera perfecta, pues no existe ninguna y que hay problemas de diverso orden al interior de ella, a veces necesarios para salir adelante, parece que nada se ha aprendido de todo lo ocurrido: los políticos cada vez más desvergonzados y la delincuencia no cesa. Con todo lo sucedido, Colombia debiera tener un grado de avance y de desarrollo grandes con relación a décadas anteriores, pero todos esos conflictos vividos y sufridos de muy poco han servido.

La solución, curiosamente, está en manos de la misma sociedad, las elecciones son una excelente oportunidad para elegir a quienes lo merecen, muy pocos por cierto; frente a la delincuencia, cerrar filas y rebelarse. Soluciones hay y las tenemos a la mano, ojalá esta sociedad tome conciencia como nunca antes lo ha hecho y haga algo para revertir un poco la historia, pues no merecemos seguir en medio de tanto corrupto y de tanto delincuente.

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Redacción Minuto30

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