Colombia sigue siendo un país «parroquial», pero todavía hay esperanza de cambiar

Foto: Alcaldía de Bogotá.

Nuestro país ha sido catalogado como una nación «parroquial» e incluso López Michelsen se refirió a nosotros como «el Tibet de Sudamérica». Sin embargo, la última década le está dando un giro a la historia y cada vez Colombia se abre más al mundo.

Con las celebración de los 209 años del grito de independencia de Colombia este 20 de julio y ad portas del bicentenario de la Batalla de Boyacá el próximo 7 de agosto, varios expertos consultados por el diario BBC examinaron la famosa frase del expresidente Alfonso López Michelsen de que «Colombia es el tibet de Sudamérica», haciendo referencia a que los colombianos somos de mentalidad cerrada con referencia al resto del mundo.

Según los expertos, todo es herencia de las élites que forjaron este país en los siglos XIX y XX, cuyo pensamiento era alinearse a lo que Estados Unidos dijera y actuara para tener un perfil bajo internacionalmente, luego de pérdidas grandes como la de Panamá. Esto hizo que no adquiriéramos un sentido de pertenencia arraigado ni una identidad como país, lo que terminó en que nos apegáramos más a la tradición católica y la consolidación de nuestras clases sociales con un flujo interno casi imposible, para finalmente acostumbrarnos a ello como «el mejor vividero».

Sin embargo, el cambio de constitución en 1991 y los logros que han tenido diferentes personajes nacionales a nivel mundial, han ayudado a que el mundo y nosotros mismos cambiemos un poco la concepción de «pueblo parroquial» que aún impera en diferentes áreas. La globalización hizo que nos comportáramos un poco más independientes como nación y que las nuevas generaciones se educaran con distintos puntos de vista, en los que «no son deseables y mucho menos normales el clasismo, racismo y machismo que las primeras élites gobernantes colombianas dejaron como legado», tal como publica BBC.

Por el momento vamos avanzando y con la migración de venezolanos estamos experimentando el tener que diferenciarnos de otras nacionalidades y nutrirnos de otras culturas, como le sucedió a Perú y Argentina hace décadas, para así poder «salirnos de la parroquia».