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Colombia, ¿país de leyes muertas? El feminicidio nos confronta

Por: César Augusto Bedoya Muñoz

Colombia, ¿país de leyes muertas? El feminicidio nos confronta

Resumen: Los números no mienten, el Observatorio de Feminicidios en Colombia reporta 342 feminicidios entre el 1 de enero y el 4 de junio de este año. Esto no es solo una estadística; es un aumento del 6.5%

Este resumen se realiza automáticamente. Si encuentra errores por favor lea el artículo completo.

Diez años. Una década ha transcurrido desde que Colombia, con la Ley Rosa Elvira Cely, elevó el feminicidio a la categoría de delito autónomo. Se suponía que esta legislación, nacida del dolor y la indignación, sería un escudo, un grito de justicia que silenciaría la violencia. Sin embargo, una década después, nos ahoga una paradoja macabra donde el marco legal existe, es robusto, pero las cifras no solo no disminuyen, sino que se disparan. Peor aún, la impunidad sigue siendo una sombra persistente, una burla al dolor de tantas familias.

Los detalles, cuando se desgranan, son un puñetazo en el estómago. Historias de horror que se repiten con una crueldad lacerante, mujeres asesinadas frente a la mirada atónita de sus hijos, víctimas de celos enfermizos y hombres inescrupulosos; mujeres atacadas con rencor por el simple hecho de ejercer su derecho a decir “no”; otras, asediadas en sus propios espacios de estudio y trabajo. La violencia de género no cede, se expande como una mancha de sangre sobre el mapa nacional.

Los números no mienten, el Observatorio de Feminicidios en Colombia reporta 342 feminicidios entre el 1 de enero y el 4 de junio de este año. Esto no es solo una estadística; es un aumento del 6.5% respecto al mismo periodo del año anterior. Detrás de cada cifra hay una vida truncada, un futuro arrebatado. Antioquia, Bogotá y Valle del Cauca, las regiones más golpeadas, se convierten en epicentros de una parrilla de terror silencioso que carcome nuestra sociedad.

¿Qué estamos haciendo nosotros, como sociedad, ante esta hemorragia? Es hora de confrontar nuestras propias creencias y omisiones. Es momento de entender que la lucha contra el feminicidio no es solo una tarea del Estado, es una responsabilidad individual y colectiva que empieza en el hogar, en la conversación más íntima, en el consejo más profundo.

Por eso, te invito: enséñale a tu hija que volver a casa después de un matrimonio, una unión libre o cualquier relación que la rompa no es rendirse, es sobrevivir. Que no hay derrota en la decisión de salvar su vida. Que vale más una mujer viva, aunque tenga el corazón en pedazos, que una mujer callada, rota, o muerta. Hazle saber que ese “ya no puedo más” no es una señal de debilidad, sino un grito de coraje. Que poner fin a una relación que no la hace feliz no es un fracaso, sino una contundente declaración de amor propio.

Inculca en ella que irse de donde no se la valora no la hace menos mujer, al contrario, la hace más libre, más dueña de sí misma. Que su vida es un tesoro incalculable que está muy por encima de cualquier “qué dirán” social, y que su dignidad no tiene precio. Jamás, bajo ninguna circunstancia, tiene que quedarse donde la golpean, ya sea con manos que dejan marcas en la piel, con palabras que laceran el alma o con la fría indiferencia que marchita el espíritu.

Abre las puertas de tu casa, no solo las físicas, sino las de tu corazón. Dile que siempre serán su refugio seguro. Que no volverá como “la que fracasó”, sino como la valiente que tuvo el coraje de irse, de elegirse a sí misma. Y extiende este mensaje a tus hermanas, a tus tías, a tus amigas. Recuérdales que una mujer que decida reconstruirse merece aplausos, no juicios. Que, aunque tiemble de miedo, aunque llore hasta el cansancio, aunque regrese con el alma hecha pedazos, encontrará un lugar donde ser abrazada sin condiciones, donde la comprensión sea el bálsamo que cure sus heridas.

Porque las cadenas solo suenan cuando te atreves a moverte. Porque el silencio, el nuestro, es cómplice de cada feminicidio, de cada agresión. Toda mujer debe saber que su vida, su cuerpo y su paz no son moneda de cambio. Enséñale a tu hija que el amor propio se defiende con uñas y con alma, con la ferocidad de quien protege lo más sagrado. Que su voz es suya y que nadie tiene derecho a llamarla. Que su historia la escribe ella, y que no hay nadie en este mundo que pueda o deba apagarle la luz.

Y si tú misma no tuviste a alguien que te lo enseñara, si creciste en el silencio de una sociedad que normalizó el abuso, entonces rompe el ciclo. Hazlo tú. Con tu hija. Con tu sobrina. Con tu amiga. Con todas. Esto, y solo esto, es el verdadero empoderamiento femenino. ¿Estamos listos y listas para esta confrontación, para este cambio profundo que nuestra sociedad clama a gritos?

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Redacción Minuto30

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