Entre la indignación y la indiferencia, se bate hoy Colombia entera, sus ciudades, sus pueblos más escondidos y pacíficos, sus ciudadanos más cultos, sus jóvenes más activos y hasta sus más férreos defensores, la indignación se ha generalizado y la indiferencia ha sido institucionalizada.

Aterrizaba en avión la pandemia, y no se imaginaba el país, la letalidad indiscutida no solo para la salud, sino para la economía, el orden social, para la clase media y baja que ya se encontraba en cuidados intensivos, y en general para toda intención de desarrollo, especialmente para gobiernos con elección reciente, emprendedores evolución y arriesgados empresarios en consolidación.

Entre pandemia, protestas y desgobierno, enfrentamos los ciudadanos, una de las crisis sociales más graves, tal vez por sus implicaciones en la vida de las personas, y es que, ante un panorama de lentitud en la gestión de la vacunación por el gobierno nacional, cientos de vidas perdidas y un sistema de salud colapsado por limitaciones de tipo humano, técnico y tecnológico, nadie podría imaginarse, que algo peor pudiese pasar, era como si por un corto y por las circunstancias, doloroso momento, el Ministerio de Hacienda no existiera.

La pandemia marcaba la agenda , al paso que la gente, convivía con ella, a su vez discreto y para algunos casi nulo, el accionar del gobierno, pasaba en silencio, esperando el gran ruido tributario, con el que golpearían la poca salud que le quedaba a los colombianos, irónicamente, el escandalo sería una reforma, que traería consigo una serie de “vacunas”, que atacarían todo menos el virus; IVA para productos de la canasta familiar, IVA para combustibles, un increíble IVA para servicios públicos, un impuesto a las pensiones, la ampliación del margen de pago para impuesto de renta, y para “rematar”, la pretensión de gravar con IVA los servicios funerarios, algo así como qué; quien no fue vacunado en vida, obtendrá su dosis, al dejar el plano terrenal.

Lo que nunca podría explicar un epidemiólogo, se convirtió tal vez en la tesis de cualquier sociólogo, la indignación colectiva, acompañada de la indiferencia institucional, como característica de su “cepa” más crítica, se estaría propagando en adelante, más rápido que el virus, con múltiples “vacunas” en su compañía, así, Colombia, avanza a pasos de gigante, a cuidados intensivos en materia económica, social y de salud pública.

La indignación colectiva, alentó la protesta ciudadana, bajo la premisa, de que la reforma representa más peligro que el virus, algo así como que el ciudadano, renunció a un riesgo aleatorio para su integridad, para enfrentar una amenaza directa y cierta a su estabilidad, reclamos marcados de confrontaciones justas e injustas, que arrojarán una ecuación indiscutible de pérdidas humanas y patrimoniales, como resultado del ilógico enfrentamiento, entre ciudadanos uniformados y ciudadanos civiles, quienes en todo caso, son destinatarios de las mismas reformas frente a las cuales hoy se siente indignación.

La desatención elemental, es tal vez la prueba del dolo, que garantiza el desgobierno nacional, quien a la fecha no se decide por los canales del dialogo o del pacifismo, y que bajo la estrategia del desentendido o sorprendido, se aleja de la popularidad diariamente, y sobre todo de la voz ciudadana, que en casos como este, casi siempre termina por tener la razón. ¿Quedará oxígeno para que Colombia abandone la UCI?

La opinión del autor de este espacio no compromete la línea editorial de Minuto30.com

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Redacción Minuto30

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