Es una marca del destino. El 28 de noviembre del 2016, el vuelo 2933 transportaba los sueños de unos jóvenes jugadores del Chapecoense, se estrelló en su intento por aterrizar en el aeropuerto José María Córdoba.
El Chapecoense venía convencido que cumpliría con un destino labrado a punta de esfuerzo y ganas: dejar en alto su calidad futbolística en la jornada de vuelta de la Copa Sudamericana.
Pero a pocos minutos de la pista, ese destino les hizo una jugada macabra y el Chapecoense perdió el juego de su vida. Solo tres jugadores sobrevivieron.
En total fueron 71 víctimas fatales de una historia imposible. Se sabría después, como suele ocurrir en esa relación inevitable entre la trampa y el asombro, que el 2933 era un vuelo contaminado desde su despegue.
A seis años de aquella noche oscura, hay por fortuna sonrisas en medio de esa historia miserable. Este modesto equipo oriundo de Chapecó, estuvo durante cinco años en el sótano de la mala fama, descendió a la segunda división, pero apenas hace un año extendió sus alas y ascendió a la primera del fútbol carioca.
Y otra sonrisa va de cuenta de Atlético Nacional, hermanado y tatuado para siempre en el alma con el Chapecoense. El equipo antioqueño extendió una invitación para jugar con los “chapecós” un amistoso en el que aprovecharían para mostrar sus nuevos jugadores.
El juego sería el 14 de enero de 2023 en el Atanasio Girardot de Medellín.
La pelota está en la cancha del Chapecoense, que, en caso de aceptar, debe pedir permiso a la federación catarinense de su país, pues justo en esa fecha arranca el torneo de fútbol en el que es protagonista obligado.