En lo más profundo de la tierra, ahí en donde queda en evidencia la fragilidad física y mental del hombre ante el poder de lo desconocido, se esconde el universo de las cavernas, un mundo que guarda los más fascinantes secretos que están debajo de la piel de Colombia.
Armado de botas, linterna, cuerdas y cámara fotográfica, el espeleólogo Juan Carlos Higuera se puso hace 10 años en la tarea de descubrir esos sitios del país sobre los que se tejen toda clase de historias y que hoy recopila en el libro «Cavernas de Colombia», que Villegas Editores presenta en la Feria Internacional del Libro de Bogotá (Filbo).
A pesar de que para el común de la gente las cavernas son simples huecos negros en donde viven murciélagos y arañas, lo cierto es que se trata de cavidades naturales causadas por algún tipo de erosión de corrientes de agua, hielo o lava, o la combinación de esos factores.
Por siglos, las cuevas fueron el lugar en donde las comunidades sobrevivieron al ataque de gigantescos animales prehistóricos, protegieron el preciado fuego, se resguardaron de las inclemencias del clima y dibujaron en las rocas su día a día.
Por ello, en el libro, el primero que se edita en el país sobre el tema, además de impresionantes paisajes intraterrestres de 25 cavernas y la posibilidad de escucharlas al escanear un código, hay descubrimientos como los restos de un Megatherium.
Este perezoso de cinco metros de altura y dos toneladas de peso, que habitó en Suramérica desde comienzos del Pleistoceno y hasta hace 8.000 años, fue encontrado en la caverna La Tronera, ubicada en el departamento de Santander, en el noreste colombiano.
Asimismo, en sus recorridos Higuera apreció a 130 metros de profundidad las «estrellas de la oscuridad» o «bichos de luz», como se conoce a los cientos de insectos bioluminiscentes, del tamaño de un fríjol, que alumbran la cueva Las Cacas, que en pleno centro del país crean una especie de bóveda celeste en el inframundo.
Otra especie que lo impactó y que aún no ha sido estudiada es un tipo de gusano que fabrica telarañas verticales en las que atrapa a insectos para alimentarse.
En su incansable recorrido por el extenso territorio colombiano Higuera evidenció «culturas indígenas que todavía mantienen una fuerte relación con las cavernas», comentó el experto a Efe.
De este modo, el también montañista y fotógrafo reseñó «los sitios en donde confluyeron los guanes y sus ritos funerarios; los andaquíes, que se refugiaron en las cuevas luego de asaltar a los colonizadores españoles, y los arhuacos, que llevaban a vivir allí por un tiempo al hijo que estaba destinado a suceder a los mamos (líderes)».
En las entrañas de Colombia igualmente se crearon la Caverna de los Liberales, en el municipio de Mogotes
(noreste), y la Cueva de los Conservadores, en Nemocón (centro), que sirvieron de escondite a unos y otros durante la llamada época de «la violencia».
Esta confrontación política, cuyo detonante fue el magnicidio el 9 de abril de 1948 del candidato presidencial liberal Jorge Eliécer Gaitán, se cobró en 10 años la vida de unos 13.00 soldados, 800 policías y 170.000 civiles.
Más recientemente, las cavernas fueron el más fiel reflejo de los horrores del conflicto armado interno que enlutó a la nación andina durante más de 50 años al convertirse en hospitales de las FARC.
Tal vez por ese sino trágico y «por el temor que generan en muchos, los colombianos no conocen sus cavernas» ni mucho menos su importancia, que «radica en que dentro de ellas hay acuíferos», comentó.
De hecho, explicó el fundador de la Sociedad Colombiana de Espeleología, «estudios recientes demuestran que el agua dulce superficial que vemos en ríos y lagos es apenas una fracción de la que realmente existe en el interior de la tierra».
Precisamente, en lugares como la Serranía de San Lucas, en el norte del país, existen lagos de agua dulce en las cavernas que son tan grandes que alimentan la ciénaga de Simoa y solo se pueden recorrer en kayak.
En ese sentido, manifestó, «más que abrirlas al turismo lo que necesitamos saber como nación es qué tanta agua tenemos en las cavernas para en caso de una emergencia saber en dónde está y cuánta es y, por supuesto, entregarlas a la ciencia para maravillarnos con lo que allí hay».
Así, parte de la misión de Juan Carlos Higuera y de los amantes de lo desconocido que lo acompañan en sus viajes ha sido y seguirá siendo lograr que los colombianos entiendan que una cueva no es sinónimo de muerte sino de vida por descubrir. Bogotá, 4 may (EFE) | Claudia Polanco Yermanos