“Es cómo construir un gran castillo de arena y cuando está terminado, viene alguien y lo patea”.

Fue como simpáticamente alguien imagino, podría estar yo sintiendo en el postdebate. además fui yo misma quién lo pateó, y debo redundar en que fue con gran dolor. Hasta ahora mi ánimo no ha decaído, en parte por las decenas de mensajes de solidaridad y apoyo a las declaraciones respaldando a mi papa.

A todos lo agradezco infinitamente pero debo decir que hacerlo era lo obvio. No soy persona de arrepentimientos, pero sí de reflexión. La noche y madrugada tras el debate televisado de candidatos acorrale a mi papá para que reflexionáramos hasta el cansancio lo que había ocurrido y lo que venía después de que Noemí amedrentó a Santos con su nombre, ante miles o millones de colombianos atónitos.

El hecho fue angustiante sin duda, pero para cada uno, mi papá y yo, representaba preocupaciones y dolores distintos. La mía en particular era la inminente tergiversación de unos hechos íntimos cuya trascendencia en su momento se suscribía a una coyuntura de la campaña política “pre-caída del referendo”, pero que en la etapa actual constituían un puñal mal lanzado al torbellino de la campaña por la primera vuelta.

No se sabía en quién terminaría clavándose. El problema es que ese puñal llevaba las iniciales de mi papá, una fuente de amor y generosidad para mi existencia, y quién por otro lado, se ha dedicado con alma, vida y corazón al renacimiento de una entidad que pocos daban por valiosa y que hoy es motor de un cambio social en Colombia.

El puñal salió disparado en medio de una riña de Noemí y Juan Manuel Santos, quienes desde hace meses sostienen un pulso por el poder. Pulso en el que ya decolaron otras cabezas como la de Andrés Felipe Arias, que a pesar de su inteligencia careció de la astucia necesaria para saber que meterse en la riña que representaban Noemí y Juan Manuel, tomando abiertamente partido por alguno de los dos, era casi un acto suicida, en el sentido político.

No es de extrañar que ahora lastimado, Arias prefiera no cambiar de bando pues solo seguiría recibiendo cuchilladas y golpes bajos, en su mayoría del mismo infractor: Juan Manuel Santos.

El dueño del puñal sin embargo, tan culpable como los demás de las heridas, gozaría dirigiendo el arma que creó mientras permanece oculto, pues como es usual, la alharaca de los acontecimientos distraería a los audaces periodistas de comidilla, del verdadero debate presidencial: el fin justifica o no los medios. En estas circunstancias caóticas el puñal siempre apunta a quien mas desprevenido está, pues los contrincantes a punta de adrenalina y reflejos sabrán esquivarlo de la manera más conveniente e incluso oportunista.

Con el flash de las cámaras y los micrófonos alrededor de mi casa paterna a primera hora del lunes, entendí que quién menos reflejos tendría en esta reyerta era mi papá, pues estaba absolutamente ajeno a la pugna por el poder y carecía de la adrenalina y la suspicacia para ver venir el golpe. Por eso decidí esquivar el paso del puñal con él, dejando que el filo me rosara a mí también.

No por falta de astucia o de inteligencia de mi papá sino porque él realmente ha estado por fuera de la politica electoral. La prueba más fehaciente de ello es que hoy continúa incólume en su cargo,

Laura Montoya formaba parte del círculo de trabajo más cercano a Noemí Sanín

aunque de animarse a participar hubiera sido recibido con vivas y glorias en cualquiera de las campañas, pues sin duda su peso político hoy, inclinaría favorablemente la balanza a favor de quien lo tenga en sus huestes.

Después de todo yo sí llevaba -y al más alto nivel, la adrenalina de la campaña presidencial y estaba entregada en cuerpo y alma a su devenir, cerca muy cerca de una de las más ejemplares contrincantes. Observando desde allí, cada uno de los movimientos del opositor, que para nada es Mockus, a quien sé que Noemí profesa el mayor cariño desde lo más profundo de su ser.

Supuse entonces que la máquina de reacción mediática de Juan Manuel, que cuenta con toda la tecnología política, actuaría sin el menor escrúpulo para ascender a su candidato sobre el torbellino y hacer parecer que todos, incluso mi papá, lo catapultan.

en este sentido, la política es sucia pero emocionante. Por ejemplo, el actual comandante de las operaciones mediáticas de Juan Manuel, Ricardo Galán, se lanzó a esta versión de campaña presidencial desde el seno de la campaña de Noemí, quién con generosidad y respeto lo recibió y lo sintió parte de su equipo. Pero semanas después de haber recogido suficiente información para saber cómo y a dónde dirigir los golpes bajos y pasar inadvertido, Galán se retiro haciéndose retirar, con argumentos de lealtad y otros cuentos.

Bien por la capacidad de hacer el mejor show que tiene Juan Manuel, sin embargo gobernar, como nos ha demostrado Alvaro Uribe, es un ejercicio menos espectacular, en el que la transpiración es el 90% del esfuerzo y la inspiración –donde cabe lo mediático- solo el 10%.

En mi opinión el ejercicio político que «gana» en Colombia es el que construye castillos de arena.

Para no perder el foco relatando elementos diversos y significativos de esta riña, me dispongo a aseverar con gran dolor, que Noemí no pudo haber subestimado el efecto mediático de sus palabras. Que al presentársele la oportunidad de que su contrincante político se declarara en retiro si se le comprobaba la acusación, en la que ella cree con vehemencia, se lanzó tajante confiando en la prueba que tal vez consideró más segura: Yo. Segura no sólo por la admiración que siento por ella, o el entusiasmo que me ha generado esta difícil campaña que ella con dignidad y mucho esfuerzo ha liderado, sino porque sabe de mi rechazo profundo a lo que representa Juan Manuel Santos, el de los falsos positivos.

Paradójicamente, el día anterior al debate presidencial estuve en la ciudad de Arauca, dónde un par de años atrás fui delegada de la Presidencia y tuve a cargo el monitoreo de la situación de Derechos Humanos. Eso coincidió con la época en que el Ministro Santos, “bajaba la guardia” ante el incremento de ejecuciones extrajudiciales, fenómeno que me atrevo a decir, se disparó en Arauca antes que en muchas otras zonas de Colombia. Y yo estuve ahí cerca, enterándome de cómo el mando político de la fuerza militar hacía caso omiso a cada hecho doloroso que día tras día sumaba cientos de muertos, victimas de desplazamiento y niños reclutados.

Durante esa época conté las víctimas. Nombres y apellidos de cada uno de ellos rondaban en mi cabeza y paulatinamente su memoria me ayudó a desentramar marañas sobre la realidad de la violencia en Arauca, en Colombia.

En esa cerrera región de la que el gobierno central solo se acuerda por sus regalías petroleras, la dosificada instauración de la institucionalidad, arrastra en cada etapa, primero las pestes y defectos del estado, anticipando así la desconfianza de las gentes en la legalidad para luego gobernárseles y juzgárseles desde esa misma legalidad deslegitimada.

En Arauca aprendí mucho, y en particular sobre el impacto que tienen las decisiones –y negligencias- del mando político nacional, que en ese entonces encabezaba Juan Manuel Santos.

Me retire de mi labor pues ya era insostenible desde el punto de vista de mi seguridad personal. Sin embargo guardé en mi corazón el dolor, la esperanza, la rabia y el optimismo de las gentes araucanas (sentimiento que traía fresco al regresar de allá el pasado domingo del debate.) Meses después cuando se destapó a la opinión el escándalo de los falsos positivos en Ocaña, observe que no difería de los hechos ocurridos en Arauca y me di cuenta de cómo era un fenómeno sistemático.

Vi al Ministro de Defensa Santos esquivar con cinismo los reclamos por su responsabilidad y hasta decidir el relevo de su cargo -sin mediar verdad y justicia, a varios oficiales de larga carrera en las Fuerzas Militares. Todo ello sin el menor desvelo por su responsabilidad propia. Por eso, al verlo mentir y convencer tan patéticamente en una rueda de prensa, me propuse a mí misma nunca promover que este país fuera gobernado por gentes tan mezquinas y cínicas cómo él.

En las correrías políticas, Laura Montoya lograba empatía inmediata con los seguidores de la candidata. Todos coinciden en que es por su carácter.

Talvez esa convicción también me desvió hacia el camino de Noemí Sanín, a quién hoy le tengo gran agradecimiento y respeto. Ella ha sido acusada de toda clase de argucias y frivolidades que distan mucho de mostrar a la mujer dedicada, generosa y de verdadera conciencia social que yo he conocido estos últimos meses. Noemí es una gran política, una buena estratega y un alma limpia, que no obstante dejó de jugar con ingenuidad después que fue derrotada en triunfo histórico por el candidato presidencial Álvaro Uribe.

Noemí tiene una ventaja frente a otros candidatos y es que -modestia parte- sabe rodearse de un buen equipo. Fue ella y no el electo Presidente Álvaro Uribe, quién junto a Juan Luis Londoño “descubrió” en Darío Montoya, el hasta entonces reconocido soñador de Medellín, al futuro Director del SENA. De ahí el cariño y simpatía que siente mi familia por ella.

Pero que nadie se equivoque, en las malas Noemí pelea como los demás peleadores, pero cuando es a trabajar para construir algo sostenible, ninguno la puede igualar. Por eso a pesar de haberse equivocado, Noemí Sanín seguirá siendo mi candidata, Yo votaré por ella. Creo en que cuando construya su proyecto de país, no lo hará sobre granos de arena, sino por fin, de concreto. Después de todo fue Noemí, junto a Mario Calderón, quien revolucionó la construcción de vivienda social en Colombia.

Laura Montoya

Publicado originalmente en http://colombiapaisdeoportunidades.blogspot.com/

Reproducido en MINUTO30.COM por autorización expresa de la Autora.

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Redacción Minuto30

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