
Resumen: ¡Conoce a los personajes que hicieron grande a Uramita! Desde el sastre hasta la partera, descubre sus historias y el legado que dejaron en la comunidad. ¡Crónicas de Cambio!
Cada pueblo tiene sus personajes, aquellos que con su trabajo, carisma y dedicación dejan una huella imborrable en la memoria colectiva. En esta entrega de Uramita: Crónicas de Cambio, quiero rendir homenaje a esas personas que, desde diferentes frentes, han contribuido al desarrollo de nuestra comunidad, manteniendo vivas nuestras raíces y tradiciones.
Don Arnulfo Torres: el sastre
En cada pueblo hay personas que trascienden por su oficio y por el impacto que dejan en la comunidad. Don Arnulfo Torres fue una de ellas. Conocido como el sastre del pueblo, sus manos expertas dieron forma a los trajes de generaciones enteras de uramiteños. Desde hacer pequeñas reparaciones como pegar un botón o ajustar la bota de un pantalón, hasta confeccionar uniformes escolares e incluso vestidos elegantes para ocasiones especiales, su taller fue un lugar de referencia para quienes buscaban calidad y precisión en cada puntada.
Don Arnulfo, además de ser un gran sastre, también fue una figura central en la iglesia que mi padre fundó en Uramita. Su trabajo en la comunidad y su dedicación a su familia lo convirtieron en un pilar del pueblo, dejando un legado que perdura en la memoria colectiva.
Don Gilberto Marín: el comerciante que desafió las normas
En la historia comercial de Uramita, otro de los personajes recordados es Don Gilberto Marín, quien jugó un papel fundamental en la economía local. Su negocio, un punto de referencia en el pueblo, era conocido por su calidad y atención al detalle.
A pesar de que Uramita, como muchas otras comunidades, vivía inmersa en una sociedad tradicionalista, Don Gilberto Marín era conocido y respetado, aunque su orientación sexual fuera un tema de conversación en un tiempo donde la diferencia se veía con recelo. Sin embargo, más allá de los prejuicios de la época, siempre fue valorado por su trabajo y por el trato amable que ofrecía a todos.
En una sociedad donde las normas parecían inquebrantables, Don Gilberto supo ganarse el cariño de quienes lo conocían, demostrando que el respeto y la dignidad no dependen de las reglas impuestas por la sociedad. Su vida y legado siguen siendo un recordatorio de la importancia de la aceptación y la tolerancia en cualquier comunidad.
Los comerciantes: el motor de la economía local
Si hay algo que ha caracterizado a Uramita desde sus inicios es el espíritu emprendedor de su gente. Gracias a comerciantes visionarios, el pueblo ha crecido y se ha convertido en un centro de intercambio y comercio en la región.
A lo largo de los años, muchas familias han aportado al desarrollo del comercio en el pueblo. En el pasado, familias como los Hurtado, Correa, Ramírez, Henao y Cifuentes destacaron en el comercio del pueblo. Aunque hoy en día algunos ya no viven en Uramita y los establecimientos actuales pertenecen a otras personas o son administrados por las nuevas generaciones de estas familias, su legado como comerciantes queda en la memoria del pueblo.
Pero no solo el comercio ha sostenido la economía del municipio. Las tierras fértiles de Uramita han permitido el auge de la ganadería, y aquí es donde entra la familia San Martín, propietaria de algunas de las fincas ganaderas más importantes de la región. Gracias a su trabajo, han impulsado el desarrollo del sector y han generado empleo para muchas familias del municipio.
Antonia Torres “Toña”: manos que dieron vida
En tiempos en los que no existían clínicas ni hospitales cercanos, las parteras eran fundamentales en cada comunidad. Su labor, más que un oficio, era un acto de amor y entrega. En Uramita, una de las más recordadas es Antonia Torres. “La Hermana Toña” la llamaban cariñosamente mis padres. Ella era la madre de Arnulfo Torres y trajo al mundo a cientos de niños, incluidos mis hermanos y yo.
Mi madre confió en ella para cada uno de sus partos, y así fue como “La Hermana Toña” estuvo presente en mi nacimiento y en el de mis siete hermanos. Su conocimiento, paciencia e instinto hicieron que generaciones enteras nacieran con seguridad y bajo el cuidado de sus manos expertas.
Hoy, cuando los avances médicos han cambiado la forma en que llegan los niños al mundo, es justo reconocer a aquellas mujeres que, con su sabiduría y vocación, fueron las guardianas de la vida en nuestro pueblo.
Los González: familia y refugio
La historia de Uramita también está marcada por las divisiones políticas que, en el pasado, determinaron la vida de muchas familias. Durante la época de mi padre, los conservadores eran los únicos que podían vivir en la cabecera municipal, mientras que los liberales –como él– debían quedarse en las veredas.
Sin embargo, en medio de esas diferencias, existieron lazos de amistad y solidaridad. Mi padre encontró refugio en la casa de una de sus tías González, una familia conservadora que lo acogió y le permitió estar en el pueblo, a pesar de las barreras políticas de la época.
Ese gesto de generosidad no solo permitió que mi padre pudiera crecer en Uramita, sino que también demostró que, más allá de los partidos y las ideologías, siempre ha existido una comunidad dispuesta a apoyarse y a tender la mano cuando más se necesita.
Teresa González, una de las tías de mi padre, fue parte de una familia ejemplarmente hospitalaria. Estas casas eran como un centro de acopio para muchos campesinos; allí dejaban sus “bestias” (caballos) mientras iban a hacer sus mercados. A pesar de que ya no existen en nuestra vida terrenal, el legado de acogida que dejaron sigue vivo en las nuevas generaciones.
Hoy en día, familiares como Gloria González en Bogotá, Jairo “El Lechero” en Cartagena, Mira González en Medellín y otros parientes continúan con la tradición de recibir y acoger a sus familiares y coterráneos, sin importar el lugar donde se encuentren. La hospitalidad es un valor que ha sido transmitido a lo largo de las generaciones y sigue siendo una característica definitoria de la familia, aún a la distancia.
Reflexión final: la grandeza de nuestra gente
Las historias de Uramita no solo están escritas en los libros, sino en la memoria de su gente. En cada comerciante, en cada sastre, en cada partera y en cada familia que ha abierto sus puertas a los demás, encontramos la esencia de lo que somos: un pueblo fuerte, solidario y con una identidad que trasciende el tiempo.
Seguiré explorando las historias de nuestra comunidad, porque aún hay mucho por contar. Uramita sigue viva en cada uno de nosotros, en sus ríos, en sus montañas y, sobre todo, en su gente.
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