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Capítulo 14: Chiveros, aventuras de niñez y el día que se despertó “El León”

Por: Lenín Cardona Puerta

Capítulo 14: Chiveros, aventuras de niñez y el día que se despertó “El León”

Resumen: Cada vez que revivo estos recuerdos, me doy cuenta de que Uramita no solo está hecho de montañas, ríos y caminos polvorientos

Este resumen se realiza automáticamente. Si encuentra errores por favor lea el artículo completo.

Los chiveros: motores del movimiento rural e intermunicipal

En Uramita, el transporte hacia las veredas y pueblos vecinos se realizaba en los famosos chiveros: carros viejos, chivas, camiones, jeeps y hasta automóviles que cumplían con el valiente papel de conectar a Uramita con el mundo. Existían tres rutas principales: hacia Dabeiba, Frontino y Juntas.

Para Dabeiba eran populares nombres como:
Juan Ternera, Retaque, Zapote, Miseria, Jaime Suaza, Dieciséis, Si Sufre, Media Luz, El Zapatero, Patevaca, Pichocho y Chumilo.
Incluso, el carro de Retaque aún está en funcionamiento y realiza viajes turísticos. Otros de ellos están en algunos solares, vueltos chatarra.

Para Frontino, solían operar automóviles Dodge de los años 50, conducidos por personajes conocidos como:
Negativo, Párales, Ñuco, Leonel, Milito (mi papá), Japonés, Juan Elejalde y Julián Cardona.

Para Juntas, estaban:
Eugenio (el Chivo), José Luis Correa, Tusta, El Tigre, Juan Alberto, Chupete, Saúl Patevaca, Chucho Guelengue, Ratón y Conrrado Ramírez.

Ver a estos vehículos alineados, esperando su turno por orden de llegada, era parte del paisaje diario de Uramita. Había mucho flujo de gente y comercio en esa época. Cada conductor era una figura conocida, con su propio estilo y su particular forma de enfrentar las trochas, los pasajeros y la vida.

Mi papá, el panadero y conductor

Mi papá tenía un ARO Carpati de color beige, con el que a veces hacía ruta para Frontino y otras veces para Dabeiba. Pero este carro también era parte fundamental de nuestra panadería: en él se recogía la leche de varias veredas para vender en la tienda por “puchas” (una medida del pasado), por vasos, y también para preparar nuestros productos.

Recuerdo cuando mi papá me dejaba manejar con la cabrilla por un lado, mientras íbamos al Añil o a Chupadero. Eran mis primeras lecciones de manejo, y también de vida.

Mi padre también tenía una moto, tan grande que apenas la alcanzábamos. En ella aprendimos a conducir desde muy pequeños. Me encantaba sentir el poder del motor vibrante y el viento en la cara, esa libertad salvaje que solo se experimenta en la infancia.

Los paseos a Chigorodó: pesca y familia

Cada enero, mis padres organizaban un viaje a Chigorodó para visitar a mi tía Marina, mi abuelo y mis primos. Lo que más hacíamos allá era pescar. Los ríos eran cristalinos y llenos de peces. Usábamos anzuelo o red, y nos emocionábamos con cada captura.

Recuerdo bien al charre, ese pez con espinas venenosas. Si no lo sabías coger bien, se te enterraba una espina y terminabas con un dolor agudo y los dedos hinchados como bombas. ¡Pero eso no nos detenía!

El accidente en la panadería

Nuestra panadería también era lugar de trabajo desde niños. Teníamos una máquina de cilindros para suavizar la masa. Yo apenas alcanzaba a levantar aquellas bolas enormes y pesadas. Un día, mientras lo intentaba, mi mano se enredó en la masa y fue a dar a los cilindros.

Grité con todas mis fuerzas. Mi papá corrió, desconectó la energía y logró sacar mi manita. Los dedos estaban aplanados, fracturados y ensangrentados. Me llevaron al hospital, me hicieron sutura y me curaron. Fue una lección dura, pero nunca dejé de ayudar.

El tubo del acueducto y el despertar del “León”

El acueducto llegaba a Uramita desde la montaña contigua al pueblo, y por él bajaba el agua que movía las turbinas para generar la energía eléctrica del municipio. Era un tubo visible desde varias partes, y verlo descender por la ladera era parte del paisaje natural y cotidiano.

En el pueblo circulaba un cuento muy viejo que hablaba de un supuesto volcán dormido en los alrededores, al que llamaban El León. Nadie sabía con certeza si era real, pero todos crecimos oyendo esa historia con algo de respeto y miedo.

Por eso, cuando un día el tubo del acueducto explotó con un estruendo tremendo, lo primero que muchos pensaron fue que “se había despertado El León”. El chorro de agua salió volando por los aires como una ducha gigantesca, dejando un sonido ensordecedor y una estampa que parecía sacada de una película. Era como si la montaña misma hubiera estallado.

El susto fue general, pero también fue una de esas anécdotas que quedaron marcadas en la memoria colectiva del pueblo.

Reflexión final

Cada vez que revivo estos recuerdos, me doy cuenta de que Uramita no solo está hecho de montañas, ríos y caminos polvorientos, sino también de gente valiente que encontró formas de vivir, servir y construir comunidad en medio de lo simple.
Los chiveros, los paseos en familia, las tareas en la panadería y hasta los sustos colectivos, como el del tubo del acueducto, nos enseñaron a sobrevivir, a reírnos del miedo y a valorar cada momento.

Porque en Uramita, cada historia tiene un nombre, cada carro una anécdota y cada susto una leyenda. Y en esa mezcla de realidad y mito, seguimos escribiendo nuestra historia.

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Redacción Minuto30

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