La decisión de Sócrates, hizo posible la existencia de la filosofía. Hace más de dos mil años en las plazuelas de Atenas, Sócrates se encontró con la razón y la hizo su bandera de vida; 24 siglos más tarde nos inventamos “filosofar” alrededor de una estimulante bebida: una taza de café. Para disfrutarla, nada mejor que un contertulio como ese Maestro capaz de provocarnos virtuosas experiencias degustando una cafeína espiritual. Imaginemos al menudo y sencillo sabio que nada sabía, sentado en un “Café”, feliz porque queremos escucharle.

Sócrates (469-399 a. de C), mediante conversaciones ingeniosas, fue escudriñando el alma humana. Sus reflexiones se centraban en torno al ser y la sociedad. En la antigua Grecia fue famoso por su sabiduría, por el gran respeto que profesaba a todos y por sus diálogos elocuentes. Su liderazgo era incuestionable y sus seguidores aumentaban cada día, despertando la envidia de los más poderosos, que lo verían como una amenaza. Por ello posteriormente sería sentenciado a muerte.

Se dice que un día un conocido se encontró con el filósofo y le dijo: – ¿Sabes lo que escuché decir a un amigo de tí? – Espera un minuto – replicó Sócrates. Antes de decirme nada sobre mi amigo quisiera que pasaras un pequeño examen. La prueba del triple filtro. El primero es la verdad. ¿Estás absolutamente seguro de que lo que vas a decirme es cierto? – No -dijo el hombre-, solo escuché sobre eso, un comentario sin verificar.

– Bien -dijo Sócrates. Entonces no sabes si es cierto o no. – Ahora permíteme aplicar el segundo filtro, el de la bondad. ¿Es algo bueno lo que vas a decirme de mi amigo? – No, por el contrario, no hay buena intención… – Entonces, deseas decirme algo malo sobre él, pero no estás seguro de que sea cierto. Aún queda un filtro: el de la utilidad. ¿Me servirá de algo saber lo que vas a decirme de mi amigo? – No, la verdad que no. – Bien -concluyó Sócrates-, si lo que deseas decirme no es cierto, ni bueno, e incluso no es útil ¿para qué querría saberlo? Una lección contundente, para los chismosos y amargados con malas intenciones; para los envidiosos y débiles de espíritu. “La envidia es la úlcera del alma”.

En otra oportunidad llegó un hombre a buscar a Sócrates y le pregunta: -¿Cuánto me costará educar a mi hijo? -Te importará 100 dracmas-, contestó el sabio. -¡Nooooo!, con eso me compro un burro- respondió el hombre. -Hágalo y tendrá dos- ripostó Sócrates. Invertir en educación da mejores ganancias que comprar cosas; moraleja incuestionable para los obsesionados más por el tener que por el ser.

Cómodamente sentado en nuestro imaginario café, Sócrates levanta su taza y nos exhorta a cada uno: “Cásate: si por casualidad das con una buena mujer, serás feliz; si no, te volverás filósofo, lo que siempre es útil para el hombre.” Con el siguiente sorbo advierte: “El orgullo divide a los hombres, la humildad los une.” Y remata: “El malo lo es por ignorancia, y por tanto se cura de ello con la sabiduría”. Entendí por qué me había vuelto buen ‘filósofo’ y escritor, por qué tenía un capital de amigos brillantes y que la solución a la mayor parte de problemas sociales estaba en el conocimiento, en la educación.

De postre nos deja una de las más grandes lecciones de salud pública, de autocuidado, un dardo para los displicentes con su vida: “Si alguien busca la salud, pregúntale primero si está dispuesto a evitar las causas de la enfermedad; en caso contrario, abstente de ayudarle”.

Después de más de dos milenios, Sócrates nos sigue enseñando a disfrutar sabiamente de ese gran ritual: compartir un café. Pero ante todo de buscar en cada acto de nuestra vida, un poco de cafeína para el alma. De encontrar el ingrediente de la sabiduría: El “Factor Socrático”.

*Apostilla*: “El camino más noble no es someter a los demás, sino perfeccionarse a uno mismo”.

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Redacción Minuto30

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