¿Cuál es la imagen que se nos viene a la mente cuando hablamos de brujas? Seguramente vestidas de colores oscuros, con sombreros puntiagudos, la imprescindible escoba, una gran olla en la que preparan sus pociones y probablemente acompañadas de un gato.

Gran parte de estos tópicos podrían tener su origen en un hecho histórico: Esa indumentaria que “identificaba” a las brujas era, en realidad, propia de las mujeres que se dedicaban a la fabricación y venta de cerveza, las llamadas alewives en inglés.

Aunque se suele asociar la caza de brujas con la Edad Media, lo cierto es que fue durante la Edad Moderna y principalmente en países protestantes cuando se realizaron más juicios por brujería. En algunas comunidades del norte de Europa y de las colonias americanas, las mujeres que fabricaban cerveza empezaron a ser vistas con sospecha y se las acusó de mezclar pociones en sus brebajes.

Las sospechas también recayeron sobre los gatos, que presuntamente podían ser espíritus sobrenaturales o las propias brujas transformadas mediante poderes diabólicos.

Es probable que ni siquiera quienes lanzaban estas acusaciones se las creyeran ellos mismos realmente, como sucedía a menudo en los procesos por brujería.

Podían deberse a rencillas personales o, por parte de algunos cerveceros, ser un modo de eliminar competencia: incluso si no se les condenaba, serían vistas con sospecha y el resto de la comunidad, para evitar que se les acusara de relacionarse con brujas, habría preferido acudir a ellos.

Históricamente, la producción de cerveza era considerada una ocupación de mujeres puesto que pertenecía al ámbito doméstico.

Las que eran particularmente buenas y producían cerveza de gran calidad también la vendían en los mercados: así podían conseguir unos ingresos extra o, en el caso de que fueran viudas, incluso mantener a su familia.

Y es aquí donde entran todas esas características asociadas a las brujas, que formaban parte en realidad del «atuendo o uniforme de trabajo» de las mujeres de marras.

Las ropas oscuras eran una prenda femenina habitual en esas comunidades protestantes que predicaban, por encima de todo, la austeridad. Los sombreros puntiagudos tendrían una razón práctica: destacar en medio del bullicio de un mercado para que los clientes las identificaran fácilmente. La olla no necesita mucha explicación, ¿pero por qué una escoba? Al parecer, el método para indicar que la cerveza estaba lista era colocar una escoba sobresaliendo de algún hueco en la fachada de la casa.

La producción de cerveza continuó siendo mayoritariamente femenina hasta principios de la Edad Moderna. Pero a principios del siglo XVI se puso en marcha la Reforma Protestante un movimiento que era mucho más estricto que el cristianismo católico en cuanto a lo que una mujer “decente” debería hacer, entre otras cosas mantenerse alejada del alcohol. Así, las mujeres cerveceras empezaron a ser vistas con malos ojos.

En ese momento la industria cervecera estaba en pleno apogeo y ello suponía una mayor competencia. Según algunos estudiosos, es posible que algunos cerveceros acusaran a sus colegas mujeres de practicar la brujería y fabricar pócimas, para hacerles perder clientes y beneficiarse así ellos. Los rumores habrían hecho el resto, corriendo como la pólvora en comunidades que a menudo eran extremadamente supersticiosas. Así empezó a tomar forma la imagen de las brujas en el mundo protestante a semejanza de como se vestían sus cerveceras. La imprenta tuvo también buena parte de la culpa: cuentos populares que involucraban a brujas empezaron a ser ilustrados con esa imagen que es la que ha llegado hasta nuestros días.

Ahora bien, los gatos en esta historia tienen una explicación no supersticiosa. Desde sus orígenes, los ratones y otros roedores han sido los grandes enemigos de quienes se dedicaban a producir cerveza: no solo se comían el grano almacenado, sino que podían esparcir enfermedades. Por ese motivo, los gatos eran aliados muy apreciados porque mantenían a los roedores lejos de los graneros. En el antiguo Egipto, seguramente la más “cervecera” de las culturas de la Antigüedad, estos felinos eran la mascota predilecta por encima de todos.

Por eso, padecieron el mismo estigma que sus dueñas: se les acusó de “hechicería” -unas criaturas sobrenaturales del folklore europeo que supuestamente otorgaban poderes mágicos-, espíritus malignos o incluso las propias brujas transformadas. El pelaje negro que suelen lucir en la cultura popular puede venir del propio color atribuido a las brujas o deberse, simplemente, a que esta tonalidad es de las más comunes entre los gatos domésticos.

Que vivan las brujas!!

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Redacción Minuto30

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