Cuando uno visita el famoso cementerio La Chacarita de Buenos Aires, encuentra que muchos antioqueños y algunas familias paisas han ido a la Argentina a rendirle homenajes póstumos a Carlos Gardel y Agustín Magaldi; testimonios escritos quedan en este emblemático panteón de mitos argentinos, especialmente de cantantes y artistas colombianos, preferiblemente de la región andina central, de Antioquia grande.

Quiso el destino que un pueblo eminentemente tanguero y milonguero fuera el escenario donde en 1935 muriera accidentalmente el gran Carlos Gardel, desde esos tiempos hasta hoy no ha cesado el pueblo paisa de cantar, escuchar, recordar y hasta llevar al llamado zorzal criollo. Ni siquiera Argentina conserva con tanto fervor el amor por esta música nostálgica, triste y hasta deprimente. El Patio del Tango y la Casa Gardeliana en barrios extremos de Medellín (Itagüí y Manrique), son lugares donde se conserva el espíritu tanguero como en pocos países del mundo.

Igualmente, la historia registra que Agustín Magaldi, uno de los más importantes intérpretes de tango y música popular, interpretó canciones compuestas por nuestro extraordinario poeta y bohemio antioqueño, Tartarín Moreira, cuyo nombre real era Libardo Parra Toro, nacido a finales del siglo XIX en Valparaíso (Antioquia). El cantante rosarino hizo famosas algunas canciones de nuestro insigne Tartarín, hombre ilustre de cultura y vida bohemia, apenas igualado por ese otro grande de Antioquia, León Zafir.

Muchos factores coinciden para que haya tanta armonía e integración musical y cultural entre hombres del Río de la Plata y la Vieja Antioquia. Una estructura típicamente matriarcal; unos genes heredados de emigrantes y aventureros; un alma picaresca, a veces alegre, muchas otras triste, propensa a los recuerdos, a la nostalgia, a un pasado bucólico, hacen de argentinos y paisas espíritus afines y muy conectados. Como los andaluces y los napolitanos, porteños, antioqueños y del Gran Caldas, llevan en su sangre el fervor por la familia; son extremadamente familiares o familieros, unos y otros en estas subculturas la figura paterna suele ser simbólica, aparente o ausente, ya que quien en última instancia cuenta en el hogar es la madre y muy poco el padre.

El tango ha sido preferiblemente un cantar, un lamento de obreros, de castas populares, y excepcionalmente, de clases acomodadas o industriales, de allí que no sea el exclusivo barrio El Poblado de Medellín, sino el viejo Guayaquil, el puerto de tránsito de viajeros puebleños y los barrios marginales que sirven de asiento a obreros y desempleados los sitios geográficos donde persisten gustos por la milonga sentimental y el tango en muchas de sus expresiones. Acaso confirme lo que he dicho el pasado igualmente tanguero de Bello (Ant.), aldea de obreros textiles, como lo anota el excelente periodista y cuentista Reinaldo Spitaleta.

Son pueblos de Caldas como Aranzazu, Viterbo, Pensilvania, de origen campesino y no barrios aristocráticos manizalitas, lo que han sentido y sienten fervor por la música nacida esencialmente de los inmigrantes en el viejo puerto de Barracas y el añejo barrio de San Telmo de Buenos Aires.

Antioquia, que ha sido tan tacaña sentimentalmente y tan poco grata con sus poetas, pues al gran Epifanio Mejía no le han dedicado una calle, un parque o una pequeña estatua que lo recuerde entre los suyos, como tampoco recuerda a Tartarín Moreira como juglar y paisa excelso, se enorgullece y mofa de tener en el aeropuerto Olaya Herrera, una estatua de Carlos Gardel que exhibe ante propios y extranjeros con orgullo inusitado. Razón tenía don Tomás Carrasquilla, nuestro Cervantes antioqueño, exaltado y respetado en España y algunos países latinoamericanos, olvidado y poco valorado en su tierra, cuando denostaba de nuestra raza que se descresta y magnifica con todo lo extranjero y subvalora, cuando no reniega, de su más eximios y cultos hijos.

Nos quejamos que Fernando Vallejo se despache contra nuestro país y su amada Antioquia en cuanta entrevista y escrito pueda, sin reconocer nuestro complejo de inferioridad frente a todo lo que venga de otras naciones, preferiblemente de la insípida y superficial cultura norteamericana. En eso también repetimos el complejo de los argentinos y de allí que nuestras conductas extremas y actitudes frente a los otros sea de prepotencia, orgullo exagerado, altanería y fanfarronería.

En el fútbol nos parecemos muchísimo, no obstante que Ferrocarril Oeste sea un equipo malo, los nacidos y criados en caballito asisten a la cancha muchos domingos convencidos de acompañar al mejor equipo de Argentina. Los jóvenes marginales de los barrios obreros de Medellín, igualmente se desplazan al Atanasio Girardot en tardes y noches de fútbol a ver jugar al DIM, al que más emocional que realmente estiman, el mejor equipo del país.

La elegancia en el vestir, el buen gusto por la comida, la cultura como forma de vida aristocrática de los porteños, es en la clase alta antioqueña apenas un remedo o una sombra de la vida cotidiana del bonaerense con ancestros europeos. Por su parte, el comportamiento de los paisas marginales, es muy parecido al de de los de las villas miserias del gran Buenos Aires.

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Redacción Minuto30

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