El fútbol un funcionario indispensable.

Cuando se logran los resultados la locura triunfa; solo los cuerdos pueden permitirse una pausa para entrevistar a la alegría. Es evidente que como ésta libera de la esclavitud cotidiana los muchos la añoran. El espectáculo del fútbol ofrece a la mayoría una oportunidad inédita de sorprenderse y de regocijarse, pues, cuando menos lo piensan, advierten que han pasado 90 minutos por fuera del tiempo habitual, 90 minutos ajenos a la realidad que los acosa día a día. En adición a esto, ir al estadio ofrece para el hincha una ocasión, inconscientemente deseada, de dejar de “ser uno”. La predilección por el equipo es el pretexto para abandonarse.

Por su parte, podríamos decir que los técnicos persiguen en el fútbol una cosa sumamente distinta: la oportunidad de llevarse la razón, de constatar que la realidad se ajusta a lo que ellos ya sabían. No obstante, cuando las cosas no marchan como deseaban, pueden verse envueltos en situaciones incómodas en las que sienten que los radios de los taxis los envenenan y que el aire del estadio es irrespirable. Es evidente que, frente a ello, los entrenadores tendrían como única oportunidad de cura y de contento llenarse de olvido: elegir ser nadie, pero, sin duda, esto les cuesta.

Ahora bien, desde una perspectiva más esperanzadora también hay que señalar que los auténticos entrenadores disfrutan del fútbol la oportunidad de armonizar el potencial de los jugadores que acompañan, de mostrarles cómo potencializar lo que ya tienen y que, a veces, no saben cómo administrar. Ejercer esta profesión ofrece a los entrenadores la oportunidad plagada de nostalgia de jugar a través de sus pupilos, de plantear cosas que en su momento no pudieron concebir con su fútbol; de leer y de disfrutar el juego a través de ellos, aunque, claro, no es lo mismo vivirlo personalmente que “vivirlo prestado”.

Por último, en lo que corresponde al medio, este solo exige del fútbol la posibilidad de construir una explicación, con eso se contenta. Aun si es artificial, el medio puede quedar satisfecho con ella y lo hace, porque como versión, a diferencia del espectáculo, esta sí puede ser comercializada. De la mano de las explicaciones, la alienación; no obstante, desde una perspectiva más soleada el medio también ansía con esa versión propuesta a atinar, a dar con la interpretación, sueña con el aval que sobre la misma puedan darle los protagonistas. Eventualmente anhela proponer lecturas insospechadas de lo acontecido y, con ello, hacer de su crónica un trabajo creativo.

En síntesis, podríamos decir que cada vez que se gana se tiene la oportunidad de presenciar un milagro: la percepción de totalidad. Lógicamente esta es efímera y depende de la suspensión temporal de los egos. Sin más, podríamos decir que en eso consiste el regalo de la victoria.

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Redacción Minuto30

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