Simpático, pragmático y con don de gentes, sin una marcada impronta ideológica, David Cameron aporta con sus aires juveniles y distendidos la imagen modernizadora del viejo partido que comandó Margaret Tatcher durante los años 80.

David Cameron fue asesor de los ministerios de Economía y del Interior antes de ser candidato a Primer Ministro.

A los 43 años quiere personificar al líder conservador del siglo XXI, menos rígido en sus postulados sociales —derechos de los gays, aceptación del aborto—, aunque siempre anclado en la defensa de una mínima intervención del gobierno. Sus detractores ven en él la cara amable de los conservadores de siempre, pero muchos británicos pueden interpretar su moderación como la conquista del espacio de centro.

Cameron daba por ganada la batalla hasta que el refrescante Nick Clegg irrumpió en las pantallas televisivas, arrebatándole desde un flanco progresista el estandarte del cambio.

El segundo debate entre los grandes candidatos confirmó esa capacidad que le atribuyen sus asesores para mantenerse firme bajo presión: no ganó, pero recuperó puntos a base de trabajar un perfil más natural ante las cámaras y de mostrarse muy seguro de sí mismo. La última encuesta de The Institute of Commercial Management (ICM) le entrega el primer lugar a Cameron con el 36% de la intención de voto, seguido por Gordon Brown, actual primer ministro, con el 29% y Cleigg con el 27%

Frente a la radicalidad que imputa a Cleigg, el rival liberal-demócrata, Cameron ofrece el rostro del conservadurismo humano. Una imagen de antiestatalista que garantiza el apoyo a la sanidad pública, a partir de la experiencia vivida con su hijo Ivan, aquejado de parálisis cerebral y epilepsia y fallecido el año pasado. Incluso del político que “sin entusiasmo” se declaró a favor de la guerra de Irak. Cameron sigue reteniendo un firme escepticismo frente a la Unión Europea, aunque esa posición no sea patrimonio exclusivo de los conservadores.

Lo que quizá menos convence del personaje es el intento de matizar sus orígenes privilegiados que le procuraron educación en Eaton, el colegio privado de las élites, y en la Universidad de Oxford, donde estudió filosofía, política y economía. Sus conexiones propulsaron el aterrizaje en el departamento de investigación del Partido Conservador, hasta convertirse en asesor de los ministerios de Economía e Interior. Tanteó el sector privado como ejecutivo del conglomerado mediático Carlton Communications antes de obtener el acta de diputado (2001) y, cuatro años después, el liderazgo conservador.

El heredero natural del thatcherismo se mira en realidad en el espejo de lo que en su momento encarnó el laborista Tony Blair: la seducción que convierte al partido en una maquinaria ganadora de elecciones. No obstante, hasta ahora el origen heterogéneo de sus colaboradores, el protagonismo que ejerce junto a su aristocrática esposa Samantha en la «jet-set de Notting Hill» —ricos y guapos, pero también más cercanos al mundo real— irritan sobremanera a la vieja guardia de su partido. Sólo le perdonarán si logra descabalgar al laborismo.

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Redacción Minuto30

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